A la espera que las militancias de ERC y de Junts per Barcelona avalen el acuerdo programático entre ambas candidaturas para formar el primer bipartito independentista de la ciudad, o que lo rechacen y se dé paso a un gobierno en minoría del candidato de la órbita de Junts, este sábado a las 17 se pondrá punto final a la noche electoral más larga que ha vivido la capital del país. Tres semanas en las que se ha constatado que, en Barcelona, la aritmética ha pasado por encima de las costuras ideológicas y se han puesto sobre la mesa combinaciones hasta ahora inéditas. Que hasta el último instante se haya mantenido viva la posibilidad de una triangulación entre PSC, Comuns y PP es la prueba de que el fantasma de Manuel Valls no se fue con su renuncia, sino que se ha instalado en la política municipal y ha roto todos los esquemas políticos tradicionales. Quizás también morales.
Sin la operación Valls en el imaginario político de la ciudad, la noche del 28-M Xavier Trias habría celebrado la victoria dando por hecho que recibiría la vara de alcalde, con la única incógnita de si lo haría con el PSC, sumando mayoría absoluta y con la fórmula clásica de la sociovergencia, si iría a un gobierno en minoría priorizando el eje independentista con ERC, o si, como el 2011, gobernaría en solitario y jugaría a la aritmética variable. Pero no estaría inquieto por si los Comunes y los PP se acabarían entendiendo. Por su parte, Ada Colau y Jaume Collboni no habrían iniciado aquella misma noche maniobras por desbancar Trias si no fuera porque cuatro años atrás los funcionó para apartar el ganador de las elecciones y ahora pieza fundamental de la mayoría «progresista» que invocan ambos partidos para mirar de conservar el poder. Sin la perversión Valls, Ada Colau habría aceptado sin paliativos la derrota. Y Collboni, tres veces candidato y tres veces derrotado, también habría dejado al ganador de las elecciones y habría corrido a ofrecerse para pactar. O para ser el jefe de la oposición.

Cuatro décadas que quedan atrás
El 26 de mayo de 2019 por la noche empezaba a gestarse este cambio en la manera de entender la política en la ciudad. Se dejaban atrás cuatro décadas en que la lista más votada -una vez con mayoría absoluta y el resto con pactos- tenía la alcaldía. Pero aquella noche, Ernest Maragall celebraba con euforia contenida la victoria, ajeno al que empezaría a gestarse pocas horas después, a iniciativa del PSC -Collboni e Iceta dirigieron la operación Valls- y rápidamente aceptado por Ada Colau. Pero en el lapso de horas que pasaron entre la victoria del republicano y la llamada de Collboni a Colau para proponerle el pacto con Valls para retener el poder, la alcaldesa saliente había dado por hecha la derrota y había felicitado Ernest Maragall. De hecho, confiando que se podía explorar un pacto de gobierno con una fuerza con la cual había bastantes coincidencias programáticas.
La irrupción de la derecha paracaidista al consistorio había hecho irrumpir una nueva aritmética nunca explorada: un triple acuerdo que daría la alcaldía a Colau a cambio de vallar el paso a un alcalde independentista. La izquierda se aliaba con la derecha por la vía del eje nacional. Un tipo de pacto de estado pero en Barcelona. Y esto es justamente el que ahora proponían reeditar el PSC y el PP y que, cuando faltan unas horas para el pleno constitutivo, los Comunes han rechazado. El 2019, en cambio, lo aceptaron con Manuel Valls. Con la sustancial diferencia, eso sí, que entonces los Comunes ostentarían la alcaldía y ahora se quedarían sin ningún poder institucional más allá de algunos cargos menores de premio de consolación para regalar los votos a Collboni.

Sin el fantasma de Valls, con toda probabilidad no habría habido tantos nervios por el recuento oficial de votos, que con una diferencia de 141 votos entre el PSC y los Comunes, se jugaban quedar según o terceros, el que implicaba que Coláis intentara liderar el frente de izquierdas para apartar Xavier Trias o que lo hiciera Collboni. Tampoco VOX se habría estado planteando presentar un contencioso–administrativo para dilatar el pleno constitutivo. La política en la ciudad ha cambiado, y probablemente, por muchos años.
Y todavía más, sin el precedente del pacto de Colau con la derecha del 2019, que la hizo alcaldesa sin ganar, la candidata de los Comunes no habría propuesto compartir la alcaldía entre tres candidatos, apelando a la suma de 24 regidores, que incluye, por cierto, una ERC que hace cuatro años había estado víctima de la misma operación de la cual ahora querían hacerla partícipe. Una «fórmula imaginativa» también impensable antes de mayo del 2019. Como también lo es que se planteara la posibilidad que la extrema derecha de VOX acabara dando sus dos regidores a Collboni, sumándose a los Comunes, para que Xavier Trias no fuera alcalde.
Sea como fuere, este nuevo estilo de hacer política alterará de alguna manera la percepción de la ciudadanía sobre la política y la ética, dado que constata que el logro o conservación del poder está por ante las ideologías.
A partir de este sábado, un nuevo gobierno en minoría cogerá las riendas de la ciudad y tendrá que jugar a la aritmética variable para salir adelante todo tipo de proyectos, y también la ley más importante, la de los presupuestos. Será durante este mandato tan complejo en el ámbito de gobernanza que, muy seguro, se verán alianzas impensables antes de la perversión Valls.





