El recuerdo del emblemático bar Brusi se despedía definitivamente la semana pasada del local de la calle de la Llibreteria que ocupó durante más de medio siglo. Las obras de remodelación del establecimiento para convertirlo en una heladería italiana enterraban definitivamente la esencia del negocio regentado Montserrat Sabadell, que consiguió hacerse un lugar privilegiado en los paladares barceloneses gracias a su cocina casera y sobre todo a su receta de callos, los mejores de Barcelona, como los bautizaba ella misma.
Según pudo comprobar el TOT Barcelona, la reforma ha borrado completamente la característica fisonomía del Brusi, que había conseguido preservar prácticamente intacta una estética propia de los sesenta y setenta casi extinguida en la Barcelona actual. Los nuevos propietarios del local no han conservado la clásica barra de zinc enladrillada, presidida por las tortillas y los platos de albóndigas y callos que Sabadell elaboraba cautelosamente cada día, ni el alicatado que rellenaba las paredes. Tampoco el icónico cartel con fondo blanco, letras en azul y negro y el número 23 en rojo. Solo se mantiene -veremos si de manera definitiva- el suelo original del local.
Un ejemplo de la Barcelona en extinción
Todo esto hacía indicar que el Brusi solo quedaría en la memoria de los muchos comensales que peregrinaban habitualmente a este emblemático establecimiento del Gótico. Sin embargo, el negocio tendrá una segunda vida de una de las formas menos esperadas. Según informa
Con este renacimiento del Brusi, el Museo del Trabajo pretende mostrar un ejemplo de la estética de la Barcelona de los setenta para explicar toda una forma de hacer que parece condenada a desaparecer, pero que ahora al menos se preservará como parte de un museo.