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«La Boqueria está destrozada»: la resistencia heroica de los puestos tradicionales

El Mercado de la Boqueria ha estado en la vida de Francisca desde siempre. Empezó a trabajar con 14 años y ahora, que tiene 75, continúa al frente de la parada Menuts Rosa, especializada en casquería. El mercado es uno de los espacios de Barcelona que ha podido conocer con más detalle, y en los últimos 60 años ha cambiado mucho. Francisca recuerda al TOT Barcelona que antes había 48 paradas de casquería y que ahora solo quedan tres. El ambiente, además, era otro. «Todos los trabajadores éramos como una familia. Si a alguno le pasaba algo, allí estábamos todos”. “La Boqueria era como el Barça, era más que un mercado. Ahora, pero, no queda nada de todo aquello”.

Con estas palabras Francisca hace referencia a una realidad consolidada desde hace demasiado tiempo: la mayoría de puestos han tenido que orientarse al turismo para sobrevivir y son pocos los tradicionales que resisten, donde todavía se pueden encontrar buenos productos. “La Boqueria está destrozada. Ni siquiera tenemos la esperanza que nuestra parada pueda continuar como siempre, a pesar de que tenemos la ventaja que nuestro producto no se encuentra tan fácilmente”, reconoce. 

Paperines de freginat de pez

El deterioro del mercado se ve fácilmente al andar entre sus pasillos y ver en los escaparates diferentes opciones de comida preparada claramente pensadas para los turistas, como conos de jamón ibérico, conos de frankfurts con huevos fritos, conos de patatas fritas y pimientos del padrón, conos llenas de fritanga de pescado, empanadas argentinas, brochetas de fresas cubiertas de chocolate, brochetas de chistorra y otros productos típicos de un parque de atracciones o una feria de verano de pueblo.

La abuela de Francisca, de la parada Pequeños Rosa, llegó al mercado el 1900 / Jordi Play
La abuela de Francisca, de la parada Pequeños Rosa, llegó al mercado el 1900 / Jordi Play

En el puesto donde no se encuentra nada de esto es Polleries Aviram. Carme Valloreva está al frente desde el 1982. Asegura al TOT que solo un 25% de los puestos continúan dedicándose a la venta tradicional y que ella se resiste a venderse al turismo por una cuestión de principios. “Siempre me he opuesto a este tipo de turismo masificado. No me apetece”. Sin embargo, los principios no siempre pueden ganar a los poderes económicos y, a la vez, gentrificadores de la ciudad. “Me da mucha pena, pero quizás con el tiempo tendré que vender productos para turistas”, reconoce.

El producto que tiene Valloreva y el afecto con el cual trabaja de cara en el público ofrecen una compra de calidad. Pero también está claro que vivió tiempos mejores en los cuales tenía muchos más clientes de los que tiene ahora. La masificación turística está desde hace años expulsando vecinos de Ciutat Vella, que a la vez eran clientes del mercado. La masificación que vive el mercado, además, ha hecho que algunos de los vecinos que quedan en el distrito dejen de venir. Esto, sobre todo, afecta la gente mayor, que no pueden andar entre las multitudes. “Barcelona no puede acoger tantos turistas. El otro día atracó un crucero y fue una locura de gente. Colapsaban los pasillos”. 

«Apoyar a las que aguantan»

Mientras describe estas escenas, llega, de repente, un cliente que rompe con este imaginario y hace que la Boqueria vuelva a la esencia original que todavía conserva. “Hola, guapo”, saluda Valloreva. Es de los pocos clientes de siempre que le quedan. Afirma que viene a comprar a primera hora porque “más tarde no se puede”. También que le gusta comprar a los lugares que hacen que la Boqueria no se haya acabado de perder del todo. “Antes también iba a otra charcutería, pero dejé de ir cuando empezó a dedicarse al turismo. Me gusta apoyar a las que aguantan”, indica. 

Los vasos de fruta cortada, uno de los productos estrella entre turistas / Jordi Play
Los vasos de fruta cortada, uno de los productos estrella entre turistas / Jordi Play

Menuts Rosa, que Francisca lleva junto a su hija Rosa, ofrece productos como manitas de cerdo, sesos de oveja, lengua, pulmones y corazones, entre otros. Dos turistas se lo miran todo, intentan averiguar con curiosidad qué es cada cosa. Cuando se cansan de jugar a las adivinanzas, se van sin comprar nada. La parada queda vacía.

Situaciones como esta se repiten a otras paradas del mercado, y sobre las causas que hay detrás tiene más cosas a decir Francisca. Sostiene que también repercute que hay empresas y no personas comprando paradas. Una de ellas es Restaurante Egipto SLU, que compró el mítico Pinotxo Bar después de que se jubilara su camarero más emblemático, Juanito. Antes, recuerda Francisca, compró “unas cuántas” paradas más. “Las paradas dónde, por ejemplo, ahora venden a los turistas conos de patatas y antes vendían verduras, son de la misma empresa. El mercado acabará teniendo un único propietario”. Ante esto, no puede evitar lamentar que se haya permitido que el mercado se haya transformado y ya no sea el que fue durante tantas décadas. “Ahora nos vienen a ver como si fuéramos un parque de atracciones”, denuncia. 

Desde el 1864

La parada Soley se inauguró el 1864, y todavía aguanta porque vende productos especializados. Tal como explica al TOT Joel Soley, hijo y sobrino de los propietarios del negocio, Eduard y Jaume Soley, lo que salva al puesto son las frutas, las verduras y otros productos orientados a la cocina internacional, como especies, luces o harinas concretas. “Tenemos muchos clientes que son de fuera, pero que viven en Barcelona desde hace años”, apunta. Asegura que los turistas representan “el 85% de los clientes totales» del mercado. Prueba de esta presencia es que más de una vez han pagado unas fresas a Joel con un billete de 100 euros. “Es difícil poner tanta dedicación en unos clientes que no volverán”, reconoce en una conversación que, en ciertos momentos, se pierde entre el alboroto del mercado. 

Unos turistas se hacen un seflie a las puertas de la Boqueria / Jordi Play
Unos turistas se hacen un seflie a las puertas de la Boqueria / Jordi Play

El alboroto, pero, no consigue destrozar el aura de oasis que todavía se respira a Soley, a pesar de que a veces también venda productos a los turistas. La imagen de oasis se refuerza con la foto antigua que ha colgada a una de las paredes del puesto. Los protagonistas son trabajadores, antiguos propietarios del negocio o personas que lo sacaron adelante durante un pasado que ya no volverá. La foto contrasta mucho con las riadas de personas, la mayoría turistas, que circulan por el pasillo central del mercado y hacen tapones cada vez que se paran a hacerse un selfie. Al salir y ver los turistas que esperan en el semáforo de la Rambla, que hay justo ante el mercado, el contraste es similar. Mientras no se pone verde, levantan los móviles y hacen la foto de rigor en la emblemática entrada del mercado. Seguramente, muchos de ellos las subirán a sus perfiles de Instagram sin llegar a pensar en el incontable número de trabajadores y vecinos que lamentan el destino que espera a la Boqueria.

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