La calle de la Llibreteria perdía ahora hace un año uno de sus olores más característicos. La receta de callos de Montserrat Sabadell –los mejores de Barcelona, como los bautizaba ella misma- se servían por última vez a la fiel clientela que acudió al bar Brusi al enterarse de su cierre definitivo. El último adiós del establecimiento fue sin hacer ruido, no hubo confeti ni fiesta de despedida. Solo la sensación de que el Gótico perdía una parte de su esencia con el traspaso de un negocio con una trayectoria de más medio siglo que últimamente se había convertido en una especie de refugio de la cocina casera en el corazón de la ciudad.
Sabadell colgaba finalmente el delantal a los 85 años, acompañada de su hijo Josep Sans y con el convencimiento de que era el momento idóneo. Lo hacía sin saber todavía quién sería el futuro propietario del local, pero con el deseo de que alguien pudiera continuar con esta savoir faire de toda la vida, sin florituras, que había caracterizado al Brusi. Sin embargo, a mediados del pasado mes de diciembre se hacía público que el establecimiento que sustituiría el emblemático bar sería una heladería italiana. En concreto, de la compañía barcelonesa Elisa, que ya regenta otro negocio en el número 15 de la calle de Jaume I antes ocupado por otra heladería histórica.

Ningún rastro del añorado local
En el barrio todo el mundo era consciente de que los nuevos responsables tendrían que hacer obras para adaptar el local a la nueva actividad y a las normativas actuales, pero con el inicio de los trabajos todavía se conservaba la pequeña esperanza de que estos no modificaran completamente la característica fisonomía del Brusi, que había conseguido preservar una estética propia de los sesenta y setenta prácticamente extinguida en la Barcelona actual. Nada más lejos de la realidad. Según ha podido comprobar el TOT Barcelona, la reforma del establecimiento lo ha dejado prácticamente irreconocible. No se ha conservado la clásica barra de zinc con baldosas presidida por las tortillas y los platos de albóndigas y de callos que Sabadell elaboraba cautelosamente cada día. Tampoco las baldosas de las paredes. Incluso se ha retirado el icónico cartel con fondo blanco, letras en azul y negro y el número 23 en rojo. Solo se mantiene -veremos si de manera definitiva- el suelo original del local.

A la espera de ver cuál es el resultado final de esta remodelación y de si se repone alguno de los elementos icónicos ahora completamente retirados, el Gótico observa atónito la muerte de uno de sus establecimientos más especiales, uno de aquellos espejismos de otra época que como tantos otros negocios y comercios emblemáticos han hecho antes desaparece llevándose con él una parte de la historia del barrio.
