La rutina de las vacaciones está muy lejos de asemejarse a la del resto del año, cuando las obligaciones y las responsabilidades son las constantes de al menos cinco días a la semana. Cuando la primera rutina pide hacer fiesta, la segunda pide dormir; cuando pide entrar y salir de casa continuamente para aprovechar el tiempo libre, la otra pide silencio para trabajar; cuando pide subir las maletas a casa con ascensor, la otra pide que quede libre para poder subir con la compra.
Se podrían dar infinitos ejemplos más de este tipo que ahora, en plena temporada de verano, están aguantando muchos barceloneses que viven en fincas donde hay pisos turísticos. Hay que destacar, pero, que no solo es la temporada del año la razón por la cual dedicamos unas líneas a hablar de esta realidad, también las declaraciones que hace unos días hicieron desde el sector de pisos turísticos. Concretamente, dijeron que esperaban que el cambio de Ayuntamiento pusiera fin a la “persecución absoluta” que consideran que han sufrido en los últimos años y que, a la vez, se produjera un acercamiento con el actual consistorio. “Esperamos que vaya a mejor. Nuestra voluntad es de convivencia, de hacer las cosas muy hechas, regularlo”, declaró Maria Rosa Reixach, cofundadora de Flateli, una empresa de alquiler vacacional.
9.500 licencias vigentes
La política estrella del anterior consistorio en materia de turismo fue, hace años, poner freno a la expansión de los pisos turísticos prohibiendo que se otorgaran más licencias. Fuentes municipales informaron al TOT Barcelona el pasado mes de abril que, en aquellos momentos, había en la ciudad alrededor de 9.500 vigentes. En este sentido, el punto de vista del portavoz del Sindicado de Locatarias, Enric Aragonès, está en las antípodas de la opinión del sector turístico. “Fue una medida de entrada de mínimos. También se tendría que haber reducido el número de licencias existentes, ir hacia el decrecimiento turístico”, señala al TOT.

Por su parte, desde la Red Vecinal del Raval, tampoco consideran que el sector turístico haya sufrido en los últimos años la “persecución” de la cual hablan. Àngel Cordero, miembro de la Comisión de Convivencia y Seguridad de la entidad vecinal, dice al TOT que las declaraciones que dio hace unos días dejan a entrever que podría estar esperando que el nuevo gobierno municipal ejerza menos presión, haciendo, por ejemplo, menos inspecciones en los pisos turísticos. Para él, pero, las medidas de control son necesarias a barrios como El Raval—distrito de Ciutat Vella—.
Primero de todo porque asegura que la percepción del vecindario es que este verano han aumentado la cantidad de turistas que se alojan en el barrio. En segundo lugar, por las molestias que provoca tener pisos turísticos en la escalera o en fincas próximas. “En la zona donde yo vivo, es lo de siempre: llegan, montan sus fiestas y de vez en cuando, cuando no nos dejan dormir, llamamos a la Guardia Urbana, que a veces viene y otras veces no”, avisa y, a la vez, detalla que algunas fiestas se hacen de manera “brutal” y que, incluso, hay DJ’s. En este sentido, alerta que en los últimos meses se ha enterado de que algunos pisos, que desconoce si son turísticos o no, se alquilan exclusivamente para hacer fiestas. “Hacen un festival en la azotea, y esto es otro reclamo para los turistas”, dice y añade: “El otro día hicieron una fiesta a 150 metros de mi finca y parecía que estuviera dentro de casa”.
El barrio del Pueblo-seco
Quien también sabe de sobra qué supone tener que convivir con pisos turísticos es Carme Madrigal, integrante de Alerta Poble-sec, adherida en la Red Vecinal contra el Ruido (XAVECS). Explica al TOT que ante su piso, situado en la calle de Salvà, hay un edificio lleno de pisos turísticos, lo cual le ha hecho presenciar escenas de todos colores, como turistas sentados al balcón con los pies colgando, turistas borrachos en la calle jugando a fútbol a la 1 de la madrugada o turistas saliente de la finca mientras gritan y sin importar que sea tarde. “Es difícil convivir con el ritmo de vida que llevan ellos. La situación es peor que el 2019 en todos los niveles. La gente está más descontrolada”, alerta.

Una de las consecuencias que este panorama tiene para Madrigal es que decide pasar poco tiempo en Barcelona durante esta temporada del año. «Cada verano marcho de Barcelona durante unas semanas. Este año he estado entre el Poble-sec y Granollers”. Esto no es todo. También insiste a recordar los efectos que hay en el ámbito económico. “Cuando un barrio se pone de moda por el turismo y los nómadas digitales, se revaloran los pisos y expulsan sus vecinos. Después, el barrio pierde su identidad”. Todo esto hace que Madrigal tenga al horizonte la posibilidad de, más adelante, vender el piso donde ha vivido tantos años y empezar de nuevo en otro lugar.
De la gentrificación también habla Aragonés, quien recuerda que hay barrios donde suben los precios de los alquileres y de los productos de consumo y, además, orientan al turismo los horarios de algunos restaurantes. De este modo, se acaba consiguiendo que muchos vecinos no reconozcan sus barrios. «Se destruyen las comunidades y redes vecinales, como se puede ver a las Fiestas de Gracia”. Aragonés también añade que los pisos turísticos repercuten en la situación general de la vivienda, puesto que “secuestran” una parte del parque de vivienda. “Dicen que falta vivienda, pero todos estos inmuebles no se están usando para vivienda”, lamenta y avisa: “Toda la ciudad se está convirtiendo en un parque de atracciones del cual los vecinos somos sus figurantes”.