Si Barcelona tiene mil caras -o 73, si pensamos en clave de barrios-, hay pocas que se asemejen menos que las de las Tres Torres y Ciutat Meridiana. Estas dos zonas de la capital catalana separadas por once kilómetros se encuentran en los antípodas en el sentido más amplio de la palabra. No comparten prácticamente ningún rasgo o característica con la excepción de una relativamente baja movilización vecinal y del dudoso reconocimiento de abrir y cerrar el ranking de la renta per cápita en la ciudad. El primero es el barrio barcelonés con una renta más alta, con 41.430 euros, mientras que el segundo cierra la lista de los 73 como lugar con una renta media más baja, con 11.789 euros. Una diferencia de tres veces más entre uno y otro. A pesar de contar con más del doble de superficie, las Tres Torres solo tienen unos 6.400 habitantes más. Esto nos deja una densidad de población de 211 residentes por hectárea en esta zona de Sarrià-Sant Gervasi por una de 291 en este lugar de Nou Barris.
Todos estos datos dibujan sobre el papel un sesgo entre los dos territorios que también es palpable a pie de calle. La tranquilidad de las calles que rodean el Mercat de les Tres Torres, uno de los puntos neurálgicos de la zona alta, contrasta con el estruendo constante de vehículos perceptible desde la plaza Roja de Ciutat Meridiana, que está a solo unas decenas de metros de la autopista urbana con diez carriles rápidos que los separa del barrio vecino de Vallbona. Los años de esplendor de este espacio de encuentro entre el vecindario del sector norte de Nou Barris -Ciutat Meridiana, Torre Baró y Vallbona- quedan ya muy lejos. De la veintena de locales ubicados en los bajos de la plaza hay al menos cinco con las persianas bajadas. En la terraza de una de las dos cafeterías abiertas, Francisca Rives y Jèssica Palazón -abuela y nieta- desayunan. «El más pobre quizás sí, pero el peor barrio ya te digo yo que no«, se apresura a decir la primera cuando se le informa de los resultados del último estudio de la renta per cápita en la ciudad.

La mujer de 87 años tenía 17 la primera vez que pisó esta parte de la capital catalana. No hacía mucho que había dejado su Teruel natal y aquí vivían sus suegros. Cuando se casó, se trasladó a Frankfurt (Alemania) y, cerca de una década después, regresó para establecerse definitivamente en uno de los bloques de pisos erigidos en este lugar arañado sobre la sierra de Collserola. Aquí montó una tienda de ropa en el Mercat de Ciutat Meridiana y ha vivido aquí desde entonces. «Yo defiendo mucho mi barrio, pero la cosa ha empeorado mucho. Aquí nos respetábamos todos y hacíamos mucha piña. Todo eso se ha ido acabando. De los de antes quedamos pocos y, los que aguantamos, estamos abandonados«, lamenta. A su lado, Palazón asiente. «Todo lo que se ha conseguido aquí ha sido a base de lucha. Antes iban todos a una, pero ahora ese sentimiento se ha diluido. Creo que los jóvenes no tenemos la motivación para mejorar las cosas porque vemos el barrio perdido«, reconoce la nieta, que ha vivido sus 30 años en la zona. Ambas sitúan la seguridad como una de las grandes asignaturas pendientes junto con la falta de servicios y la accesibilidad de las viviendas, ya que la mayoría son de más de cuatro plantas y sin ascensor.

Del «culo de Barcelona» a una zona alta olvidada
Las reclamaciones a pie de calle son las mismas que desde hace tiempo pone sobre la mesa de las administraciones la Asociación de Vecinos de Ciutat Meridiana. La cruzada por detener los desahucios -una problemática en el orden del día en el barrio- es solo la punta del iceberg de todas las disfunciones que acumula este barrio de la periferia barcelonesa históricamente afectado por la falta de equipamientos y servicios municipales y donde muchos de los 3.800 viviendas sufren problemas estructurales debido a filtraciones provocadas por la humedad del terreno. «No nos vale la pena llorar. Somos de las zonas donde hay más fracaso escolar; de los doce médicos que deberíamos tener en el CAP, nos faltan cinco; tenemos trabajos precarios a tres euros la hora… Parece que la montaña impide que nos vean desde Sant Jaume. Somos el culo de Barcelona«, señala contundente Filiberto Bravo, presidente de la entidad. Bravo lamenta que la inversión que se ha hecho en los últimos años por parte de las autoridades no haya ido bien enfocada, que todavía haya muchos pisos vacíos tanto de propiedad pública como de fondos de inversión y que no se estén abordando de manera integral las carencias del barrio, poniendo parches que no solucionan el problema de fondo.
«Si no tienes salud, trabajo ni una educación con salidas, ¿para qué quieres una vivienda? Todas deben ir de la mano, se debe arreglar la precariedad porque si no, no tenemos ninguna posibilidad. ¿Quizás estamos pidiendo lo imposible? Sí, pero es la única manera de conseguir lo posible», reflexiona. Este portavoz curtido en mil luchas vecinales tiene muy claro qué deberían hacer desde la plaza de Sant Jaume para revertir la situación en Ciutat Meridiana y evitar que continúe en el escalón más bajo de la renta per cápita barcelonesa: «Invitaría a los políticos a pasearse por Barcelona y ver cuáles son las prioridades y necesidades de cada zona. Desde sus despachos no se ve qué pasa en la ciudad, que no es solo el centro, sino que va desde el límite con Montcada hasta L’Hospitalet».

Sorprendentemente, esta sensación de desamparo administrativo es común tanto en Ciutat Meridiana como en las Tres Torres. «Nosotros entendemos que, si somos los que más contribuimos, debemos ayudar a repartir con el resto de zonas. Eso es indudable, pero también nos damos cuenta de que no nos hacen mucho caso con nuestras reivindicaciones y que somos uno de los barrios donde menos se invierte«, afirma Julia Herrero, presidenta de la Asociación de Vecinos de las Tres Torres. Desde la entidad remarcan que más allá de la Biblioteca Clarà -que ahora está cerrada por obras y tiene una falta de personal que no permite ofrecer un servicio integral- no cuentan prácticamente con equipamientos como escuelas infantiles o centros para personas mayores. También se da la circunstancia de que esta zona de la parte alta tiene buena parte del cableado eléctrico sin soterrar, como también ocurre en otros puntos de la ciudad como Torre Baró.

Las calles que rodean el Mercat de Tres Torres están flanqueadas por una red de nidos de cables conectados entre sí y sostenidos a unos cuantos metros de altura por postes telefónicos de madera incrustados en las aceras, que no son especialmente anchas ni están en muy buen estado. Los cables pasan en algunos casos a dos metros escasos de las fachadas. «Esto es una prioridad para nosotros porque también dificulta el paseo, pero no se acaba de abordar nunca bajo argumentos sin mucho fundamento. La sensación es de descontento y no puedo decir que haya una buena sintonía con el Ayuntamiento», remata Herrero, que también menciona entre las disfunciones en el barrio la ubicación de algunos contenedores y problemas de seguridad puntuales, así como el impulso de pisos sociales que no acaban en manos de los jóvenes de la zona.

La cara y cruz de dos mercados con un mal común
Un buen baremo del estado de salud de un barrio es su mercado. En el caso de las Tres Torres, el equipamiento puede presumir orgulloso de ser uno de los pocos de la ciudad que no tiene ninguna de la decena de paradas cerrada. Uno de los negocios veteranos es el que regenta Sonia Valderas. Esta mujer de 50 años es la tercera generación de la familia al frente de una de las tres pescaderías, que abrió con la inauguración de las instalaciones hace ahora medio siglo. Sus abuelos venían de Granada y encontraron en el mercado de esta zona alta de la ciudad una oportunidad para ganarse la vida. Sus padres siguieron este camino y ella, tras una temporada en el Mercat de Sant Ildefons de Cornellà de Llobregat, también tomó el relevo hace cerca de 30 años. «Somos conscientes de que somos unos privilegiados. Es verdad que no es fácil porque es una clientela muy exigente, pero, si te adaptas, se trabaja muy bien. Lo que gastan aquí no lo puede gastar un obrero», asegura.
A pesar de este contexto favorable, Valderas sí ha notado una bajada de las ventas en los últimos años. «Los ricos también lloran que se dice [ríe]. Antes sí que la gente era muy de venir al mercado, pero la juventud tiene muchos gastos y ya no compran como sus padres. Lo más importante es aparentar y, si se ha de recortar de algo, muchas veces es la comida», apunta. Una de las medidas introducidas para paliar este descenso que ha sido un éxito rotundo ha sido la entrega gratuita a domicilio, que ya supone un porcentaje más elevado que las ventas físicas. Sin embargo, como en el resto de mercados de la ciudad, el gran mal es la falta de relevo generacional. «Hay gente que no puede jubilarse porque tienen dependientes y no tienen relevo. En nuestro caso, nadie seguirá con el negocio y acabará con nosotros. La mayoría de jóvenes no quieren trabajar en el mercado, ya no hay la vocación que tenían nuestros abuelos y padres», lamenta.

Al otro lado de la capital catalana, el Mercat de Ciutat Meridiana es prácticamente un desierto. Solo resisten tres de la decena de paradas. Entre los supervivientes, Ondina Monteiro es la veterana. «Se ha perdido la costumbre de ir al mercado, de comer de calidad. Cuando llegué hace 18 años, todas las paradas estaban llenas y había hasta dos horas de cola de clientes a veces, pero se han ido jubilando y no ha habido un relevo. Podría montarla en otro lugar, pero no tengo tampoco a nadie que siga y, si me voy, sería una parada cerrada más porque nadie quiere venir a un mercado como el nuestro que está en la periferia«, admite esta portuguesa de 62 años, que llegó a los diez a Barcelona con su familia. Tras pasar por mercados con más o menos renombre como el de Santa Caterina, la Boquería, el Carmel o el Besòs, Monteiro terminó en estas instalaciones de Nou Barris, desde donde regenta con orgullo su charcutería y ha notado la decadencia del barrio, cada vez con una clientela más envejecida o que directamente viene una o dos veces al año por falta de recursos. «Tengo clientes que solo vienen puntualmente cuando tienen que montar alguna fiesta porque dicen que no se lo pueden permitir», indica.

Enamorada del trabajo, no se plantea la jubilación aún, pero tiene claro que difícilmente tendrá continuidad. «Comparada con otros trabajos, esta tiene muchos inconvenientes: hay que madrugar, es de lunes a sábado, no tienes puentes… Los mercados no los reflotaremos porque hemos perdido el eslabón más importante, que era el de los hijos», vaticina. Preguntada sobre los resultados del informe de la renta, no es mucha sorpresa, pero tiene claro que en el caso de Ciutat Meridiana también influye que una parte importante de los ingresos de la zona sean en negro, de manera que quedan fuera de las estadísticas.

Querer quedarse o escapar del barrio
Si en Nou Barris no han sorprendido los datos de la renta per cápita, sí lo han hecho entre los vecinos de las Tres Torres. «Vaya, no sabía nada del informe… La verdad es que pensaba que sería Pedralbes. Aquí hay mucha familia con niños pequeños y muchos hemos heredado solo el piso que tenían los padres», opina María, una residente de la zona de toda la vida. La pregunta del periodista inicia un debate improvisado entre esta mujer y Loreto, una amiga suya madrileña que hace dos décadas que vive en el barrio y con quien se ha encontrado mientras paseaba con el cochecito a su nieto. «Cada vez se escucha menos catalán. Los que compran los pisos son normalmente de fuera y también hay gente que los alquila por una fortuna», dice una. «En mi bloque, ya tenemos dos familias ucranianas», responde la otra. «Nuestros hijos están buscando pisos y no encuentran nada. Justo ahora venimos de ver uno», añade. Ambas coinciden en señalar la falta de equipamientos y servicios que padece la zona y consideran que la situación ha empeorado en los últimos años, sobre todo en lo que respecta al mantenimiento de la vía pública y la seguridad. «Con lo que se paga aquí de IBI y no se invierte en nada en el barrio», concluyen.

El debate en Ciutat Meridiana hace tiempo que va más allá de encontrar o no un piso en condiciones o de la falta de equipamientos. «Esto ya no es el barrio de toda la vida. Si quiero ser madre y criar bien a mi hijo… ¿qué futuro me queda aquí? Me pone triste pensar así porque amo el barrio, pero ahora mismo solo pienso en salir de él», sentencia Palazón mientras mira de reojo a su abuela. «Yo no quiero que se vaya. ¿Cómo debería quererlo? Pero también lo entiendo. Soy una abuela moderna, así que me moveré donde sea necesario», responde Rives a su nieta.
