“Cada mañana, cuando subes la persiana y empiezan a entrar los primeros clientes, no sabes qué te esperará durante el día. Y esto es mágico”. Así es como describe David Montero, el actual propietario de la Bodega Quimet, la sensación que vive cada mañana al entrar en su local.
La Bodega Quimet – que todavía conserva el nombre de su primer propietario – es un pequeño local escondido en el barrio de Gràcia, en la calle Vic número 23. Empezó su actividad en el año 1954, hace casi 80 años. Desde entonces, el pequeño negocio ha ido cambiando de manos: primero Quimet, el fundador, después su hijo, Eugeni, y ahora David. El tercero, a pesar de no ser familia directa de los primeros propietarios, siente que lo es: “Cuando cogí el bar en 2010 porque Eugeni se jubilaba, me explicó con todo detalle cómo había sido el bar”. Y se nota que el traspaso estuvo muy bien hecho, porque desde que la Bodega abrió las puertas, hay un rasgo distintivo que el paso de los años no ha podido borrar: la venta de vino a granel directo desde el barril. Ahora bien, con los años, a medida que el barrio cambiaba, ellos han ido ampliando su oferta de productos.
Las paredes de la Bodega Quimet desprenden historia y, mientras tomas una caña, un café o una copa de vino, te conviertes en un espectador más del paso del tiempo. Entre fotografías históricas destaca una pintura: es la bodega dibujada con acuarelas. Si te aproximas al retrato se puede diferenciar una silueta apoyada a la barra: la de un hombre, José Mari, que siempre que podía bajaba al bar a tomar una copa de vino. Un hombre que quedó retratado cuando unos clientes entraron al bar a tomar algo y hacer un dibujo que ha quedado para siempre jamás en el recuerdo de la bodega.
Y la historia de José Mari, plasmada a las paredes del bar, no es la única de la bodega. Por qué, qué es un bar sin sus historias? David también recuerda con “mucho aprecio” Pere Fradera, o, tal como se presentó, “el pintor mundial futurista”. Pere era un hombre que siempre que entraba por la puerta cambiaba el ambiente: “Recuerdo que siempre que venía, vestido de blanco, se sentaba a tomar algo y nos podíamos pasar horas hablando de cualquier cosa. Daba muy buenos consejos”, explica.
Una historia sin punto final
Hace tres años, David se vio obligado a bajar la persiana por culpa de la pandemia. Una situación que, como recuerda, “fue muy complicada por toda la restauración”. En su caso, pero, la situación no ha acabado de manera trágica, como sí que ha pasado en otros comercios del barrio. David explica que tuvieron que hacer «manos y mangas» para adaptarse a todas las medidas que se los iba aplicando para salir adelante. Ahora, pero, el proceso de adaptación del “Quimet” no es la postpandemia, es el auge del turismo al barrio. “Nosotros no trabajamos por el turismo, pero no podemos negar que también forman parte del momento que vivimos”, exclama Montero remarcando, con cierta alegría, que “es el barrio quien ha hecho que la Bodega Quimet siga abierta”.
Actualmente, en la ciudad de Barcelona quedan poco más de 10 establecimientos donde todavía se pueda bajar con la garrafa de vino vacía de casa para rellenarla. Una tradición que con los años se ha ido perdiendo, pero que todavía no ha desaparecido del todo: “Cada mañana a primera hora – ellos abren la bodega a las 10 h – tenemos los clientes de siempre que vienen a buscarnos el vino, porque está claro, ¿dónde lo comprarás?”, dice David, que añade que no es solo gente mayor quien hace uso de este servicio, sino que una parte de la población más joven también se ha sumado.
