El Bon Pastor tiene una herida abierta con las casas baratas. Este conjunto de pequeñas construcciones erigidas hace casi un siglo en uno de los márgenes del río Besòs resiste a medio demoler inmerso en un declive que se remonta a 2003, cuando se aprobó el plan para derribar las viviendas y realojar a los inquilinos. Desde entonces, una hoja de ruta de demoliciones por fases fue degradando poco a poco el núcleo obrero hasta convertirlo dos décadas después en solo un espejismo de lo que llegó a ser, con la sesentena de casitas que aún sobreviven agrupadas en cuatro hileras tapiadas, llenas de escombros y de desechos o ocupadas temporalmente por chatarreros.
El TOT Barcelona os propone hacer un recorrido a través de fotografías por los orígenes, evolución y ocaso de este conjunto partiendo de la primera piedra hasta el estado actual de degradación que presentan las construcciones supervivientes, con la excepción de las hileras que se conservan como parte del museo Les Cases Barates del Bon Pastor-MUHBA Bon Pastor.
Primeros años
Estas construcciones datan de finales de los años veinte, cuando se erigieron en diferentes puntos de la ciudad cuatro polígonos de Casas Baratas para albergar la ola migratoria que estaba recibiendo entonces la ciudad, que en aquellos momentos necesitaba mano de obra tanto para las obras del metro como para los preparativos de la Exposición Universal de 1929.


El núcleo del Bon Pastor fue el más poblado, con 784 viviendas. Todas tenían entre 36 y 64 metros cuadrados, eran de una sola planta y tres habitaciones. Disponían de una cocina-comedor y de un patio donde estaba el lavabo. Su situación en los márgenes del Besòs hacía que a menudo sufrieran las variaciones del río.


El barrio obrero tenía diversos comercios y equipamientos o bien dentro del mismo trazado del conjunto o muy próximos. Un ejemplo de ello es la escuela Bonaventura Carles Aribau o el Forn Nuestra Señora de Lourdes, protagonista de una fotografía de Carlos Pérez de Rozas, quien lo retrató una semana después de que unos atracadores mataran al dueño cuando este intentaba pedir auxilio.

Década de los noventa
Alrededor de los años cincuenta, se comenzó a construir junto a las casitas un gran polígono industrial. En los terrenos adyacentes, que como todo el conjunto inicialmente y hasta 1945 pertenecían al municipio vecino de Santa Coloma de Gramenet, se edificaron diversas promociones de viviendas. Con una población de unos tres mil habitantes, las casas baratas acabaron siendo el corazón de un barrio obrero e industrial, ya anexionado a Barcelona, que actualmente supera los 13.000 habitantes.

De finales del siglo XX, tenemos estas dos fotografías de Jordi Play, que muestran cómo era la vida alrededor de las casas baratas del Bon Pastor en los noventa. Las instantáneas son el retrato de una situación que ya era de precariedad y pobreza, un escenario muy común en todos estos lugares periféricos que conformaban la cara B de la Barcelona preolímpica.

Primeros derribos
Los graves problemas que suponían las humedades y la falta de equipamientos en el barrio llevaron al Ayuntamiento a plantear una transformación completa que implicaba el derribo de las construcciones y la edificación de nuevos pisos para realojar a los inquilinos.

El proceso comenzó en 2003, pero todavía en 2010 quedaban muchas hileras pendientes de ser demolidas y la vida en la calle continuaba.

Ocaso y degradación de los supervivientes
La pasada primavera parecían por fin desbloquearse los derribos pendientes con la entrada de las máquinas a este reducto obrero del barrio del Bon Pastor. Nada más lejos de la realidad. Medio año después, varias hileras de las denominadas casas baratas continúan en pie pendientes de una demolición que ha quedado a medias y que está contribuyendo a degradar aún más los últimos vestigios supervivientes.

Una sesentena de estas construcciones resisten agrupadas en cuatro hileras de entre quince y diez fincas entre las calles de Arbeca y de las Novelles. La franja que da al río Besòs -y también la que está más expuesta al escrutinio público- está completamente abandonada.

Entre las casitas de la calle de la Tallada, al menos cuatro fincas están en estos momentos ocupadas. La presencia de estos nuevos inquilinos es uno de los motivos que han retrasado hasta ahora el derribo, contribuyendo a perpetuar la imagen de decadencia y la herida que provocó un realojamiento enquistado durante décadas.
