Ha pasado casi medio siglo desde que jugaron los últimos partidos con la camiseta blanca y azul que hoy se han puesto para el almuerzo de tenedor en el bar de la petanca del Carmel. No están muy lejos del antiguo campo de fútbol del Atlètic Club Baronense, ubicado en una cantera al pie del turó de la Rovira. Aquella plantilla, que hoy rememora partidos, resultados y rivales, protagonizó una época dorada del club del barrio de Can Baró -distrito de Horta-Guinardó- que había nacido en 1949. Eran los años setenta, y el Baronense -que llegó a la final del Campeonato de Cataluña de Aficionados jugando la Liga de Adheridos, y a partir de 1973, en Segunda Regional- no solo goleaba constantemente a sus rivales, sino que llenaba el campo de forofos, tanto del barrio de Can Baró como de otros puntos de la ciudad. «También teníamos muchos forofos del Europa, que llegaban a perderse su partido si el Baronense jugaba a la misma hora. Es más, cuando jugábamos en campo contrario también teníamos muchos seguidores, y habíamos llegado a llenar tres autocares en el Campeonato de Cataluña de Aficionados», rememora Eduard Farré. Hasta un horno del barrio llegó a hacer pasteles con los colores del club. «Hubo momentos de auténtica afición por el AC Baronense», recuerda.

Y es que el Baronense de los setenta fue todo un fenómeno que transcendía los límites de aquel campo de fútbol tan singular, donde los vestuarios y el espacio para forofos, que tenían que ver el partido de pie, estaban en la cumbre de la cantera. Para llegar al campo, había que descender unos 50 metros en pendiente, con el riesgo evidente de resbalar. «Buen fútbol, respetuoso, competitivo, pero no agresivo, los chicos transmitían pasión, buen entendimiento y, en definitiva, un sentimiento de pertenencia al club que enganchó a muchísima gente, más de la que hoy se puede ver en algunas gradas», añade desde el otro lado de la larga mesa -se han encontrado 19 compañeros que pasaron por el equipo en aquellos años- Lluís Segovia, entrenador en esta época dorada. Con 84 años, recuerda aquellos años como «una época especialmente bonita de mi vida».

Una piña, la clave de las victorias
Mientras almuerzan, repasan entre todos nombres de algunas de las leyendas del club: Gestao, Vidal, Samuel, Mariano, Ortega, Juste, Soler, Cassullera… Y recuerdan rivales locales como el Penitentes, el Don Bosco o el Besonense, pero también grandes partidos como el que vivieron contra el Terrassa, o la final que acabaron perdiendo contra el Español en la Copa Cataluña de Aficionados. «Era un sentimiento que iba más allá del fútbol y del deporte. En aquel campo todos éramos amigos, algunos nos conocíamos de equipos anteriores, otros nos habíamos conocido entrenando y no todos éramos del barrio, pero éramos una piña, sin las disputas y rivalidades internas que a menudo hay en los vestuarios de equipos de fútbol. Esta era una gran virtud que Segovia explotaba y que nos permitió ganar tanto», añade Antoni Aguilera, uno de los pichichis de aquel equipo dorado.

Francisco Garro, uno de los más activos del grupo en la recuperación de la memoria del club, insiste en esta capacidad del club de transcender las fronteras del barrio de Can Baró: «Realmente, fuimos más que un club, una familia dentro y fuera de campo, pero además, tuvimos una dimensión deportiva muy potente fuera del barrio, en Barcelona y también en Cataluña». Y es que el AC Baronense llevó Can Baró a varios puntos de la geografía catalana para disputar partidos. A esta tesis se abona Matarín, otra alma de los encuentros de los exjugadores cinco décadas después de colgar las botas: «Nos tenían mucho respeto en todas partes a pesar de ser amateurs, hacíamos un muy buen juego y éramos siempre respetuosos con el rival, aunque les metiéramos goleadas».

Como club de amateurs, los jugadores no cobraban -a pesar de que se hicieron algunos fichajes- y tampoco la junta directiva. Los jugadores entrenaban dos días a la semana y el entrenador tampoco cobraba. «Dedicaba muchas horas, era como estar en familia, cuando veías que todo salía rodado no te importaba. Yo hacía de todo y velaba porque todo el mundo estuviera a gusto. ¡Vendía lotería, compraba
Veintiún años sin el AC Baronense
En 1994 se hizo una camiseta conmemorativa de los 50 años del nacimiento del club. Hacía cuatro años, en 1990, que había pasado a ser un equipo filial del Club Esportiu Europa, pero en 2002 el Atlètic Club Baronense disputó el último partido. Desde entonces, el barrio de Can Baró no tiene ni equipo de fútbol ni campo, porque acabó convertido en un parking de vehículos al aire libre. Hace veintiún años se escribía la última página de la historia oficial del club, pero no se enterraba su memoria. Porque como mínimo tres veces al año, una veintena larga de exjugadores de los años setenta organizan por


