Carmen Monfort tenía solo 18 años cuando se puso por primera vez el delantal. Era un 14 de noviembre del año 1973 y el bar Cal Bonete levantaba por primera vez la persiana tras superar las trabas a la hora de conseguir los correspondientes permisos. Al frente del negocio estaba su madre, que ya tenía experiencia como cocinera después de haber trabajado una temporada en un restaurante de la calle de Amigó. Madre e hija se embarcaban aquel día en una aventura que acabaría convirtiendo el establecimiento en uno de los puntos de referencia para los obreros del barrio de les Corts y, en concreto, para la zona del Camp de la Creu y la Colonia Castells.
«El bar se llenaba cada día. Teníamos tres turnos y llegábamos a hacer más de 100 comidas. La gente hacía cola afuera para poder tener mesa y algunos incluso comían en la barra», recuerda con nostalgia Monfort. Aquella época de fuerte actividad industrial supuso el punto álgido de la trayectoria de Cal Bonete, que después de medio siglo de resistencia cerrará definitivamente este noviembre, coincidiendo precisamente con el cumpleaños de los 50 años del establecimiento. La decisión de recoger velas no ha sido fácil. «Me costó mucho asumirlo. El negocio es solvente, me da lo justo para vivir, pero tengo 68 años y ya no llego a todo», explica la responsable del negocio, que empezó a plantearse la posibilidad de la jubilación el pasado mes de mayo, cuando se complicaron los problemas de salud que sufre su marido.
Un apellido que da forma a la idea visionaria
Traspasar la puerta del local ubicado en el número 28 de la calle de Morales es casi como trasladarse a los setenta. Las paredes y las mesas de madera oscura barnizada, las baldosas decoradas con motivos circulares, la barra presidida por un azulejo donde luce una tortilla de patatas recién hecha y una hilera de taburetes. Todo está prácticamente igual que el primer día que abrieron. «La idea de montar el bar fue de mi abuelo. Él trabajaba en la antigua carbonera de la calle del Taquígrafo Serra y siempre decía que este era un lugar perfecto para colocar una granja porque vendrían todos los trabajadores de la zona», señala Monfort.
Sus padres cogieron al vuelo la propuesta y, con la ayuda de un conocido que trabajaba en la construcción de los nuevos pisos erigidos en el solar del antiguo Camp de les Corts del FC Barcelona, se decidieron a transformar el parking del edificio donde vivía la familia en el local donde todavía hoy sobrevive el bar. La elección del nombre para el flamante establecimiento fue a cargo del padre de Monfort, que se dedicaba a la distribución de cervezas de la fábrica Damm por la zona alta de la capital catalana y que era conocido en el barrio por su apellido materno: Bonete. Así nació un negocio por el cual pasaron a lo largo de los años casi todos los miembros de la familia y que acabó heredando el actual responsable, que ya hace cerca de 17 años que lo dirige a solas después de la muerte de su madre.

Testigo de un barrio en extinción
Si Cal Bonete se ha conservado todos estos años estoicamente inalterable; a su alrededor, la fisonomía del barrio ha ido mutando despacio. Las industrias y talleres que flanqueaban esta zona han dejado paso a edificios de oficinas y grandes bloques de pisos y la multitud de negocios que habían convertido esta vía en una arteria comercial en la mayoría de casos ya son historia. «En esta calle tenías de todo: lechería, la pescadería, la bodega … Es una lástima como ha cambiado el barrio. Está completamente desfigurado», lamenta Monfort, que en los últimos años ha sido testigo de primera mano de la desaparición de la Colonia Castells y de la transformación de la plaza del Carme en un espacio sin encanto y sin alma.
El adiós de este bar histórico será, pues, la estocada final para una zona que parece querer renegar de su pasado obrero. La responsable del negocio lo tiene claro: el establecimiento no se traspasa, se vende como local con vivienda en la trastienda, donde precisamente ha vivido Monfort con su marido desde que los problemas de salud de este hicieron imposible que pudiera hacer cada día el trayecto desde su domicilio en Sant Andreu. «Esto son 98 metros cuadrados. Quién lo quiera convertir en una casa podrá y, si prefieren aprovecharlo como restaurante, ya tendrán el trabajo hecho», remarca.

Una semana de ocho días
Monfort tiene claro que para poder sacar adelante un bar en la Barcelona actual hay que estar hecho de otra pasta. Detrás de la barra ha vivido los momentos de incertidumbre después de la muerte de su madre, la fuerte crisis del 2008 que estuvo a punto de provocar el cierre del establecimiento, la pandemia del coronavirus, donde pudieron sobrevivir gracias a las reservas de comida para llevar, y este último empeoramiento del estado de salud de su marido. En definitiva, toda una vida. «Cuando tienes un negocio como este, la puerta se abre cada día. Si alguien quiere coger el relevo tendrá que trabajar mucho, tener un equipo de dos personas como mínimo y ofrecer producto de calidad diariamente. A la gente le gusta comer bien y que la traten bien. Son unas formas de antes que ahora parece que se han perdido», asegura.
La despedida de Cal Bonete tendrá lugar la semana que viene. El establecimiento invitará a una copa de cava a todos los clientes que se acerquen al local, comenzando de este modo una vorágine que culminará cuando se agoten existencias. A pesar de que oficialmente el cumpleaños de los cincuenta años será el martes, Monfort ha decidido mantener el negocio abierto hasta el viernes: «Quedaba feo cerrar un martes, ¿no? Me costará acostumbrarme a esta nueva etapa».