El cierre de la mercería Casa Gallofré fue un golpe duro para el barrio de Sant Antoni. Este negocio fundado en el año 1914 por Miquel y Josep Gallofré bajaba definitivamente la persiana a finales del pasado mes de febrero, ahogado por un alquiler cada vez más prohibitivo, que complicaba la subsistencia de un establecimiento que se había convertido en un verdadero icono de esta zona de la capital catalana. Después de cerca de nueve meses con el local del número 68 de la calle de Manso cerrado, la actividad volvía a la antigua tienda de géneros de punto hace unas semanas, cuando los carteles que anunciaban que el espacio se alquilaba fueron arrancados -indicador que ya tenía nuevo inquilino- y entraron los operarios para reformar el interior.
La imagen del exterior del negocio, donde se ha mantenido tanto el cartel original de la mercería como los escaparates de madera, contrastaba con la del interior. Unas fotografías compartidas por el periodista Marc Piquer, el alter ego del popular perfil en las redes sociales Barcelona Singular, demostraban que los operarios habían arrasado con las altas estanterías y el mostrador de madera. Ni siquiera se había salvado el despachito protegido por vidrieras que se ubicaba al fondo de la primera estancia a la izquierda. Solo el suelo de baldosa hidráulica parecía haber sobrevivido a la quema. Esta situación había despertado bastante indignación en las redes, donde muchos ciudadanos lamentaban la pérdida definitiva de esta pequeña parte del patrimonio barcelonés y se preguntaban sobre la naturaleza del nuevo comercio que ocupará este local de la calle de Manso, que por ahora es una incógnita. Ahora bien, un rumor apuntaba que no todo el mobiliario se había perdido con el cierre de la mercería.
Rètol i aparador a banda, l’interior de la Casa Gallofré (1914) era una meravella: les prestatgeries, el taulell, el despatxet amb vidres gravats… S’HO HAN CARREGAT TOT!… després de fer fora els inquilins de sempre. Aviat s’hi vendrà roba barata (Manso 68 #SantAntoni) https://t.co/ELRjmRNWUE pic.twitter.com/AB3JfaJG43
— Barcelona Singular (@Bcnsingular) November 14, 2024
Un número guardado en un cajón durante ocho años
A casi 200 kilómetros del barrio de Sant Antoni, en un pequeño pueblo del Pallars Jussà de poco más de 300 habitantes, perdura un pedazo de la Casa Gallofré. Se trata de Salàs de Pallars, una localidad que desde hace casi dos décadas ha apostado por alimentar una colección peculiar. Las Tiendas Museo de Salàs son una serie de espacios que recrean negocios en muchos casos en extinción que van desde la segunda mitad del siglo XIX hasta los últimos años del franquismo. Para ambientarlos, los responsables utilizan mobiliario que o bien compran o les donan establecimientos históricos que en la mayoría de los casos bajan la persiana, y lo complementan con una selección de los productos más representativos de cada período y con la exhibición de carteles antiguos y otros elementos publicitarios. Actualmente, tienen una decena de espacios, entre los cuales una farmacia, un estanco, una barbería, una pastelería, un quiosco o una tienda de ultramarinos.
«Cada vez cierran más pequeños comercios de toda la vida. Cuando nos enteramos de un caso, nos ponemos en contacto con los responsables. Aquí intentamos conservarlos de alguna manera y los musealizamos para que se puedan visitar», señala en una conversación con TOT Barcelona Sisco Farràs, alma mater y promotor de la iniciativa, que nació a partir del cierre del negocio familiar por la jubilación de sus padres, que regentaban una tienda de comestibles en esta localidad del Pallars. Este historiador hace tiempo que se interesó por el mobiliario y utensilios de la Casa Gallofré si en algún momento acababan cerrando, como terminó sucediendo en febrero de 2024. «Fue un poco por casualidad. Un amigo que vive en la zona me había hablado y hace unos ocho años o así me acerqué a la mercería y les dejé mi número de teléfono para que me llamaran si decidían bajar la persiana y deshacerse de todo», explica.

Dicho y hecho. Cuando Rosa Maria y Joan Gallofré -la tercera generación de esta peculiar saga familiar al frente de la mercería- decidieron cerrar el negocio, se pusieron en contacto con Farràs, quien acudió al local de la calle de Manso para ver qué podía aprovechar para el museo. Tanto el cartel como los escaparates están protegidos como elemento de interés paisajístico de la ciudad de Barcelona, de manera que en teoría no se pueden tocar y deben mantenerse tal como han estado durante 109 años, pero sin las piezas de lencería tradicional y géneros de punto. El historiador estaba muy interesado en el espacio que antiguamente ocupaba el tenedor de libros de la tienda, que es esta especie de despachito protegido por vidrieras que se utilizaba para las tareas de contabilidad. Sin embargo, las dificultades para transportarlo acabaron por hacerle desistir de la empresa. «Al final nos quedamos con tres o cuatro lámparas, los utensilios y material de mercería más viejo que tenían en el almacén, cajas de calcetines y botones, un aparato de envolver, algunos carteles típicos del negocio…», apunta.
Complementos con sello barcelonés
Este batiburrillo de elementos no ha servido para conformar un nuevo espacio en las Tiendas Museo de Salàs, pero sí que han contribuido a completar dos de las estancias que ya tienen musealizadas. Las características lámparas de luz cálida que durante décadas colgaron del techo del local de la Casa Gallofré, por ejemplo, se han colocado en la pastelería/chocolatería, un negocio recreado en buena parte gracias a la donación del mobiliario de madera hecho a mano de la antigua Pastelería Falgueras de Vilassar de Mar (Maresme), fundada en el año 1911 por Antoni Falgueras y que cerró en noviembre de 2018.

En cuanto a los utensilios y el material del emblemático comercio de Sant Antoni, los responsables del museo han optado por introducirlos como elementos complementarios en la ambientación del espacio de mercería/perfumería, que cuenta con mobiliario proveniente de varios puntos del territorio. Se da la circunstancia de que esta estancia tiene también una serie de cintas y hilos originarios de otra icónica barcelonesa como fue la fábrica Fabra i Coats de Sant Andreu. «Siempre que hacemos visitas guiadas explicamos de dónde provienen los diferentes elementos que conforman el espacio. Si alguien quiere ver todo esto, lo tenemos aquí arriba», remarca Farràs, que reconoce que su intención es poder ir ampliando una ya nada desdeñable colección de negocios históricos con la incorporación de un nuevo espacio año tras año.

La granja histórica defenestrada por la especulación
El recuerdo de la Casa Gallofré no es el único de un comercio emblemático de Barcelona ya desaparecido que perdura gracias a este museo tan particular. De hecho, las lámparas de la mercería de Sant Antoni comparten espacio con elementos de un negocio de la capital catalana que tuvo que bajar la persiana solo unos ocho meses antes. Se trata de la Granja Bruselas, que cerró el 30 de junio de 2023 después de más de cuatro décadas sirviendo desayunos, almuerzos y meriendas en el corazón de la Dreta de l’Eixample. Como en el caso de la tienda de géneros de punto, la presión inmobiliaria también estuvo detrás del cierre de este establecimiento, fundado en 1940 por la belga Maddeleine Devise. Su caso, sin embargo, fue aún más flagrante, ya que la granja fue expulsada por el mismo fondo buitre que en 2021 había comprado toda la finca del número 67 de la calle de Roger de Llúria para hacer pisos de lujo.
En una conversación con TOT Barcelona solo unos días antes de cerrar, Carles Huguet, responsable del negocio desde 2001 y la segunda generación de la familia que adquirió la granja en los ochenta, ya adelantaba su intención de donar a un museo los carteles magníficos de la casa de helados Frigo que hasta entonces habían presidido el local. La leyenda dice que estos rótulos fueron los primeros que se expusieron fuera de las instalaciones de la marca y que la Granja Bruselas fue la primera donde se vendieron sus helados. «Sería una manera de conseguir que el recuerdo de la granja no acabe en un almacén y la gente pueda conocerla«, decía entonces Huguet sobre la posible donación. Esta especie de profecía del último responsable del establecimiento parece haberse cumplido tanto con su Granja Bruselas como con la Casa Gallofré, que a partir de ahora pervivirán de alguna forma en este museo de un pueblo diminuto del Pallars.
