La costa barcelonesa no tiene continuidad hacia el sur. La playa de Sant Sebastià es la última zona de baño antes de encontrarnos con el recinto del Port vell y su continuación con las diferentes terminales portuarias de la capital catalana. Este tramo de costa que va hasta la desembocadura del Llobregat está marcado por el cemento y las grandes industrias, que ya desde medios del siglo XX convirtieron este espacio en uno de los grandes polos industriales del Estado.

Esta situación, sin embargo, no fue siempre así. El frente litoral sur que la capital catalana comparte con l’Hospitalet de Llobregat y el Prat de Llobregat tuvo antaño el aspecto prácticamente de un delta flanqueado por grandes campos de cultivo, una apariencia que todavía mantiene la zona más próxima al aeropuerto del Prat y a la desembocadura del río. El primer proyecto orientado a modificar este lugar nace a principios del siglo XX, cuando las autoridades empiezan a plantear la creación de un puerto franco, unas instalaciones donde el tráfico de mercancías está exento de pagar los aranceles que suelen ser obligatorios en el resto del territorio. Los pasos iniciales en esta línea se hicieron a partir del 1916, cuando se concede la licencia para construir un depósito comercial en el Puerto de Barcelona. La operación contó con una fuerte intervención municipal y llevó al municipio a agregar hasta 900 hectáreas hasta entonces pertenecientes a l’Hospitalet de Llobregat y un trozo de tierra del Prat de Llobregat.

El año 1927 se convoca un concurso internacional para diseñar el proyecto del puerto franco en estos terrenos, que ya habían sido declarados de utilidad pública. El proyecto que recibió mejor puntuación fue el del ingeniero danés Bjørn Petersen, que sirvió de base para el proyecto ejecutivo que después redactaría el también ingeniero Blas Sorribas. El estallido de la Guerra Civil y los años de posguerra paralizan la creación de estas instalaciones, de forma que las parcelas expropiadas continuaron siendo cultivadas en régimen de arrendamiento por sus antiguos propietarios. Todo cambia, sin embargo, en los cincuenta con la apertura del gran complejo de la SEAT. La proximidad de este lugar a las instalaciones portuarias y la opción de instalarse en un régimen de franquicia llevó a la firma catalana a apostar por estos terrenos, reorientando la actividad en esta zona de la propiamente portuaria a la fabril.

Retrato de un punto de inflexión

Este punto de inflexión entre la existencia de cultivos y el impulso de las industrias se ve reflejado a la perfección en una serie de fotografías del 1967 realizadas desde el aire. Las imágenes las ha recuperado para la ocasión por el usuario Catalunya Color, un perfil que se dedica a poner color a fotografías antiguas en blanco y negro de todo el territorio catalán. Las instantáneas en cuestión muestran la Zona Franca en sus inicios, justo cuando empieza a convertirse en un gran polo industrial, pero todavía manteniendo toda una parte sin edificar y dónde predomina el verde y el color marrón de los campos de cultivo.


En la parte más próxima en la capital catalana, lo que sería hoy en día parte del barrio de la Marina del Prat Vermell, sí que se ven algunas fábricas a primera línea de mar protegidas por un grande dique, que da acceso a las instalaciones del Puerto de Barcelona. Las industrias se extienden hasta los pies de la montaña de Montjuic, pero, al otro lado, están flanqueadas por grandes campos de cultivo y por una extensa playa de arena, ahora ya completamente desaparecida. De hecho, a finales de los sesenta y principios del setenta, toda esta parte del frente litoral ya empezó a ser engullida por las fábricas y las industrias, que con el tiempo dejaron paso a grandes infraestructuras como Mercabarna, el Mercado Central de Frutas y Verduras o Mercado Central de la Flor, configurando el paisaje que conforma la Zona Franca actualmente.

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