Todo empieza con una pregunta inocente de un nieto. «Cuando fue la última vez que fuiste al cine, yaya?». «Uf, desde Lo que el viento se llevó«, reconoce Isabel Anaya. Esta mujer de 85 años hacía prácticamente cuatro décadas que no pisaba una sala de proyecciones. La última vez fue muy cerca de la ronda de Sant Antoni para ver una reposición de este clásico norteamericano dirigido por Victor Fleming. Esta respuesta precipita una idea que ya rondaba la familia desde hacía unos días y que nace con el estreno de El 47, la película de Marcel Barrena que retrata la lucha por la dignidad del barrio de Torre Baró a través de la figura de Manuel Vital, el activista vecinal y conductor de Transportes Metropolitanos de Barcelona (TMB) que secuestró el bus de la línea 47.

Como otros muchos emigrantes andaluces y extremeños que a mediados del siglo XX abandonaron su tierra para buscar un futuro mejor en Cataluña, Isabel llegaba a Barcelona desde su Granada natal con 22 años, recientemente casada y con un niño que todavía no tenía 3 años. No era la primera vez que pisaba este territorio: ya lo había hecho una década antes, cuando trabajó durante una temporada como servicio para una familia acomodada de Santa Coloma de Gramenet. «Llegué sola con 7.000 pesetas escondidas entre la ropa. Recuerdo perfectamente cuando me enseñaron la habitación donde iba a dormir y me mostraron el armario donde podía guardar mis cosas. Me eché a llorar porque no tenía nada que poner dentro«, rememora. Lejos de las comodidades de aquella primera experiencia, su segundo aterrizaje en la capital catalana la llevó directamente a instalarse con su suegra, que vivía en una de las muchas barracas que poblaban entonces las faldas de la montaña de Montjuic.

Es aquí donde el relato de El 47 se funde con las historias que durante años Isabel había explicado a sus nietos. Las penurias y la precariedad de aquella época fueron las mismas en Torre Baró que en Can Valero, uno de los principales núcleos de barracas de la cara norte de Montjuic. Como los protagonistas del film, las familias que vivían en casas construidas con sus manos en lo alto del actual barrio del Poble-sec tampoco tenían ni luz ni agua corriente. «Teníamos que subir con el cántaro lleno calle arriba hasta la carretera que daba al parque de atracciones», explica la mujer. Tampoco tenían servicios de ningún tipo, exceptuando el bar que da nombre al núcleo, indiscutible punto de peregrinaje y de encuentro de los habitantes de aquella cara B de la Barcelona preolímpica. Y, por supuesto, tampoco llegaba el autobús.

Isabel Anaya, superviviente de las barracas de Montjuic, acude en el cine acompañada de sus limpios para ver la película 'El 47' / A.R.
Isabel Anaya, superviviente de las barracas de Montjuic, acude al cine acompañada de sus nietos para ver la película ‘El 47’ / A.R.

Una mano levantada en la sala

Una conjura familiar consigue convencer a Isabel para que acompañe sus nietos a ver la película de Barrena. La llevan a los cines del centro comercial Diagonal Mar, los más próximos al piso del barrio de la Mina de Sant Adrià de Besòs que le tocó por sorteo cuando derribaron las barracas antes de los Juegos Olímpicos del 1992. Salva con dificultades las escaleras que llevan hasta la sala, que un domingo por la tarde está llena de gente mayor, y se sienta en su butaca, flanqueada a ambos lados por sus nietos. Solo llevamos unos segundos de proyección, pero la primera escena del film ya despierta la emoción en la mujer. Cuando los vecinos de Torre Baró tienen que rehacer las casas después de que los policías las derriben por no tener techo, como marcaba entonces la Ley, asiente. «Esto era verdad, pura verdad. A veces venían incluso con mangueras«, apunta en voz baja.

Como muchas de las mujeres retratadas en el largometraje, Isabel no pudo ir a la escuela. Nacida «el año que acabó la guerra», la mujer era la hija grande de una familia de ocho hermanos. En pleno contexto de posguerra y en un entorno de la Andalucía rural, trabajó desde los 7 años para que a los pequeños de la casa no se les faltara nunca al menos un trozo de pan que ponerse en la boca. Cuando el personaje de Clara Segura, que interpreta una maestra religiosa que acaba colgando el hábito para casarse con Vital, pregunta a las mujeres de las barracas de Torre Baró cuántas no saben leer y escribir, Isabel levanta la mano decidida en la sala de cine. «Mi padre era muy listo y siempre me preguntaba cómo me lo hacía para poder ir a trabajar en metro si no podía ni leer el nombre de las paradas… Yo identificaba las estaciones por el color de las baldosas», afirma.

Secuestro de autobuses en setenta en Barcelona. Álbum personal Manuel Vital - Archivo Roquetes - Nueve Barrios.
Secuestro de autobuses en setenta en Barcelona. Álbum personal Manuel Vital – Archivo Roquetes – Nueve Barrios.

Felicidad en la miseria

El telón en negro marca el final de la película, que recibe los aplausos prácticamente unánimes de los espectadores, una escena cada vez menos habitual en un cine. Isabel sonríe y se queda sentada en su butaca comentando la jugada con los nietos hasta que abren completamente las luces de la sala. «Esto que explica lo hemos vivido tal cual. No teníamos agua ni luz y se tenía que bajar y subir cada día para ir a trabajar, pero estábamos bien. Vivíamos a gusto«, asegura la mujer dibujando una cierta nostalgia en la mirada.

De aquella época, guarda un regusto agridulce. La barraca que construyeron junto a la que tenía la suegra, al final de la calle del Poeta Cabanyes, fue el lugar donde su segundo hijo dio sus primeros pasos. «Siempre digo que nació a las puertas del Estadio de Montjuic -el precursor de las instalaciones olímpicas que entonces albergaba pequeñas barracas en el interior- porque allí fue donde me puse de parto», recuerda. En Can Valero se sentía como casa, pero fuera, en el centro de la ciudad, emigrantes como ella eran vistos por algunos como ciudadanos de segunda. «Había una mujer que siempre me decía que me fuera a mi pueblo, que porque venía a comerme sus judías. Al principio, no sabía qué responder y me marchaba siempre llorando a casa. Después perdí la vergüenza«, señala.

Isabel Anaya, superviviente de las barracas de Montjuic, acude en el cine acompañada de sus limpios para ver la película 'El 47' / A.R.
Isabel Anaya, superviviente de las barracas de Montjuic, acude en el cine acompañada de sus nietos para ver la película ‘El 47’ / A.R.

Abuela y nietos abandonan el cine mientras todavía comentan el film. Ellos preguntan y ella explica dejando atrás una sala que ya ha quedado prácticamente vacía. La conversación deriva a través de anécdotas en un recuerdo a los que ya no están, pero también en un reconocimiento a la película, que consigue recuperar la memoria de una Barcelona que muchas veces no se explica y que se va perdiendo con cuentagotas con la muerte de sus protagonistas. «La siguiente película tendrá que ser sobre las barracas de Montjuic porque hay mucho a explicar», concluye sonriente.

Nou comentari

Comparteix

Icona de pantalla completa