Solo el Barça, con sus peripecias con Dani Olmo o las goleadas al eterno rival, es capaz de quitarle protagonismo a Esquerra Republicana. Los de Oriol Junqueras no tienen los mejores resultados electorales, pero los asuntos internos y las luchas feroces por liderar el ejecutivo nacional llenan portadas y minutos y minutos de tertulias. El presidente reelegido de los republicanos advierte que no habrá nuevos pactos con Illa si el PSC no cumple lo que firmó con la dirección anterior, que lideraba el partido cuando él recorría el territorio para conquistar nuevamente la presidencia. Y Elisenda Alamany, flamante número dos del partido y líder del grupo municipal en Barcelona, descarta que las reuniones con el grupo parlamentario del PSC signifiquen «estar negociando». Todo esto, mientras Jaume Collboni se acerca cada vez más a sus segundos presupuestos. De hecho, el mismo alcalde insinuaba el domingo que las cuentas pueden cerrarse «las próximas semanas» y el gobierno ha convocado a los medios para presentar su propuesta el jueves. Horas antes, el portavoz de ERC en el Ayuntamiento, Jordi Castellana, marcaba perfil propio, pero matizando que ERC no tiene intención de ser «un impedimento para que la ciudad avance». Dinámicas diferentes, a ambos lados de Sant Jaume, que marcan el inicio del nuevo reinado de Oriol Junqueras.

En conversación con este diario, el doctor en ciencias políticas de la UOC Andreu Paneque recuerda que todos los partidos «combinan los objetivos externos con los internos». En clave externa, la renovación de la cúpula republicana les obliga a perfilar una nueva estrategia política. Los de Junqueras, apunta el politólogo, deben decidir «si quieren representar a la izquierda en Cataluña o si quieren intentar conseguir la hegemonía en la esfera independentista«. No es una decisión anodina: un paso en falso en la esfera parlamentaria podría hacer tambalear los cimientos de un ejecutivo «que apenas está dando los primeros pasos». Y aquí entra la estrategia interna. «ERC necesita seguir trabajando con el PSC para tener relevancia en el Congreso y en el Parlamento, pero sin cruzar determinadas líneas porque aún no tiene el partido tranquilo», sentencia Paneque.

Junqueras y Alamany, presidiendo el primer ejecutivo de ERC | David Zorrakino / Europa Press

También doctor en ciencias políticas, en este caso profesor de la UB, Jesús Palomar incide en esta doble estrategia, clave para entender las últimas declaraciones de la calle de Calàbria. Por un lado, la función de ERC y de cualquier otro partido de la oposición es «presionar» al Gobierno: «Seguramente hay un punto de postureo, típico de todos los partidos, de querer forzar a Illa a determinadas medidas para mostrarse como una formación útil», detalla el analista. Pero también se debe leer la estrategia interna: «Junqueras no arrasó [en el Congreso de ERC] y debe convencer al 40% y pico restante que no le votó. Muchos son contrarios a pactar con el PSC y un primer cambio es decirles, ‘nosotros no regalamos votos, nosotros les pondremos las cosas difíciles'», explica Palomar.

Cataluña no es Barcelona

Con los focos apuntando al Parlamento, pactar en Barcelona puede resultar más sencillo. «Es la capital del país, viven más de un millón y medio de personas y es importante, pero al ciudadano de Figueres o de la Seu d’Urgell le da igual si hay o no un pacto de presupuestos aquí. Son acuerdos menos visibles que ocuparán tres días de titulares en la prensa generalista», desglosa Palomar. Panque añade otro ingrediente no menor. Los partidos entienden que la cultura política municipal «tiene un punto más práctico y menos ideológico». Una cuestión, esta última, que la ciudadanía no solo acepta sino que también demanda.

Este hecho explicaría, por ejemplo, que en Roses (Alt Empordà) un pacto entre Junts y el PSC tumbara a ERC, que fue la fuerza más votada el 28M, o que en Les Franqueses (Vallès Oriental) el PSC y ERC hicieran retroceder a Junts a la oposición. Pero los movimientos aparentemente contra natura no son solo una cuestión de pueblos pequeños o medianos. Algunos ejemplos más: el último alcalde republicano de Lleida, Miquel Pueyo, fue investido con los votos de Junts y Comuns; la candidata de la CUP en 2015 en Badalona, Dolors Sabater, se sumó los votos de PSC y Convergència; y Barcelona ha visto Xavier Trias (Junts) explorar, ya en la oposición, un pacto de gobierno con el PSC, a pesar de que Collboni le había arrebatado la alcaldía in extremis fruto de una carambola con PP y Comuns, una alianza también impensable en otras tesituras. «En la política municipal -concluye Paneque- encuentras lógicas que no responden al mercado electoral».

Por primera vez en más de una década el PSC vuelve a gobernar a ambos lados de Sant Jaume | Kike Rincón / Europa Press

Entrar al gobierno, palabras mayores

Las dinámicas de la política municipal generan un campo de batalla más cómodo para una ERC que aún debe convencer a la mitad de su militancia. ERC puede aprobar las ordenanzas fiscales –el conjunto de impuestos– o validar los presupuestos de Collboni sin que eso genere contradicciones lejos de la corona metropolitana. En otras palabras: son decisiones de gran importancia en cuanto a la estrategia externa del partido, que puede mostrarse útil en Barcelona a pesar de tener solo cinco concejales, sin que eso suponga un gran revuelo en la estrategia interna, muy centrada en poner orden y convencer a la militancia.

Aplicando esta lógica, ERC podría encarar con la misma firmeza la entrada al gobierno municipal de Collboni. Pero los de Alamany saben que dar este paso son palabras mayores. Una consulta a la militancia, que la dirección podría perder, tendría impacto más allá de las fronteras de la ciudad. «Solo hay que ver los tiras y aflojas que hay cuando se acercan unas municipales entre partidos que se recriminan determinados pactos de investidura, para ver que es una cuestión mucho más relevante que los pactos del día a día», reitera en Jesús Palomar, que recuerda que una alianza gubernamental también obligaría a ERC a «votar que sí a todas las medidas del PSC». Por otro lado, la consulta podría suponer una primera derrota para la dirección del partido, claramente favorable a entrar al gobierno barcelonés. Palomar añade que el ejecutivo «no podría permitirse, si se diera el caso, un titular tan negativo tan pronto».

Jaume Collboni saluda Elisenda Alamany en un plenari de Barcelona / Ajuntament
El pacto de gobierno de Collboni y Alamamany está en un cajón / Ayuntamiento

El otro aspecto que juega en contra es cómo se desarrolló la consulta a la militancia de junio de 2024. ERC suspendió la votación que debía dirimir si entraba al gobierno de Collboni por, según la versión oficial, problemas de espacio en el Orfeó Martinenc. «Es el tema diferencial. En el fondo sabes que hubiera salido el ‘no’ y romper este dictamen es arriesgado», comenta Andreu Panque. El experto detalla que, en las democracias occidentales, los electos pueden actuar «como representantes o como delegados». La diferencia radica en la manera de actuar de los políticos: en el primer caso toman las decisiones por los electores –o por la militancia, en este caso– y en el segundo se limitan a actuar como intermediarios. El grupo municipal de ERC apostó por dirimir una cuestión tan importante como entrar al gobierno por la segunda vía, tal como mandan sus estatutos, pero sigue teniendo vía libre para adoptar otras decisiones de forma unilateral. Dicen los analistas que, en una democracia como la nuestra, mayoritariamente representativa, se «sobreentiende» que los concejales y los diputados «son los encargados de decidir qué es lo mejor para el partido o sus electores», pero no todos los temas son igual de sensibles y una misma votación puede tener diferentes interpretaciones en función de la cámara. Es más, no sería extraño que Collboni se mire con los deberes hechos como los presupuestos de Illa pasan por el filtro de la militancia republicana.

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