La carta que ilustra este artículo se encontró hace unos años entre los trastos viejos de un piso que se vaciaba en Esplugues de Llobregat. Tras la muerte de la última inquilina del domicilio, la familia de la mujer se encargó de preparar la vivienda para venderla. Más allá de los muebles, la casa estaba llena de recuerdos, utensilios de todo tipo y libros. Muchos libros. La mayoría estaban colocados en una estantería en el ático presidida por varios volúmenes de una enciclopedia y con algunas joyas como una guía barcelonesa de los años sesenta o un ejemplar de un volumen que explicaba cómo defenderse en la calle sin utilizar armas. Entre las páginas de una de estas obras de la estantería encontraron una hoja perfectamente doblada por la mitad. Aunque el documento había adquirido un color sepia fruto de los años, su contenido se había preservado íntegramente. El escrito no llevaba fecha, pero esta no era necesaria para ubicarla en el tiempo.
Lo que encontró la familia fue una misiva enviada 46 años atrás. Se distribuyó entre muchos de los hogares catalanes con motivo de la celebración de las primeras elecciones municipales después del franquismo en el año 1979. En concreto, se trataba de una carta de propaganda electoral de Convergència i Unió (CiU). El escrito estaba en catalán y castellano, cada uno de los idiomas ocupaba una de las caras. El hallazgo sorprendió a los familiares. No solo porque el documento hubiera resistido inalterado todo este tiempo, sobreviviendo al menos a una mudanza, sino porque la tradición política familiar no era precisamente afín al partido. Tenían entendido que la abuela votaba siempre lo que votaba el abuelo y el abuelo siempre había votado a los socialistas. Ambos eran emigrantes almerienses establecidos como tantos otros compatriotas suyos en la Barcelona metropolitana durante la posguerra. Habían trabajado arduamente para garantizar a sus hijos la educación que ellos no habían podido tener. Cumplían a la perfección el prototipo que en las urnas era carne de cañón del socialismo triunfante del cinturón rojo. ¿Qué hacía propaganda electoral de CiU allí entonces? ¿El abuelo había cambiado su voto secretamente? ¿Por qué había decidido guardar esta carta? Todas preguntas sin respuesta y con ninguno de sus protagonistas vivos para arrojar luz a las incógnitas.

Un Ayuntamiento «claro y catalán»
Más allá del misterio familiar que acompaña esta anécdota, una rápida búsqueda en internet nos permite confirmar que se trata de uno de los ejemplares que se repartieron antes de las elecciones municipales del 3 de abril de 1979. También constata que se trata prácticamente de una reliquia de los primeros pasos de la democracia en el país. Solo se puede consultar en línea una versión del documento digitalizada por el Centre d’Estudis de L’Hospitalet (CEH), una entidad sin ánimo de lucro fundada en el año 1984. El escrito arranca recordando la excepcionalidad del momento y concretamente de los comicios: «Después de más de cuarenta años, los ciudadanos podrán elegir a sus regidores y decidir cómo se debe gobernar su Ayuntamiento. Con estas elecciones municipales se acaba una etapa en la cual el ciudadano ha visto el Ayuntamiento como algo extraño o lejano, cuando no como un enemigo. Una larga historia de mala administración, a veces incluso de corrupción, debe acabar ahora».
La misiva continúa reivindicando el papel de los consistorios como medio para resolver problemas y mejorar la calidad de vida de los ciudadanos. Para hacerlo, dice, es importante romper con los «años de desorden», en los cuales los Ayuntamientos han estado guiados por «criterios demagógicos o electoralistas», y abrir una etapa con unas administraciones «al servicio de los ciudadanos». «Ahora más que nunca se trata de arreglar tus cosas, las cosas de tu barrio, pueblo, ciudad, tienes que confiar en tu gente. Para las cosas de aquí, el partido de aquí. Ahora no se puede despistar», se apunta en el texto. La carta también dedica un párrafo entero a la competencia. Habla de los ucedistas, seguidores de Unión de Centro Democrático (UCD), de los cuales augura que se venderán como el partido más próximo al gobierno español y con más capacidad de ser escuchado en Madrid. «Sí que los escuchará, pero poco y además les dirá que no pidan nada más y ellos, por disciplina tendrán que callar», argumentan desde CiU. También tienen palabras para socialistas y comunistas, a los que acusa de ser «simplemente un instrumento para fustigar al gobierno». «No buscarán soluciones, buscarán problemas que justifiquen su enfrentamiento en el ámbito español», insisten.

El documento pasa entonces a centrarse en el partido, que se había fundado solo unos meses antes, reivindicando a los candidatos de CiU como los únicos capaces de «reclamar y resolver sin que nadie nos reclame ninguna disciplina madrileña ni afán de provocar más problemas». «Tenemos ya ahora la suficiente fuerza para que nos hagan caso y nos escuchen y, además, no nos pueden hacer callar cuando ellos quieran. Solo nosotros podemos servir, hablando claro y catalán, a unos Ayuntamientos que deben ser los tuyos», se afirma en la propaganda. La misiva cierra con un llamado a confiar en la formación y con lo que sería uno de los lemas de campaña durante aquellas primeras municipales democráticas después del franquismo: «Vamos por faena. Vota un Ayuntamiento claro y catalán«. En el margen inferior derecho, aparece el logotipo antiguo del partido, sin siglas, con las letras en mayúscula y con un árbol en la primera letra i.
Disputa entre doce listas
Es importante recordar que estas elecciones se convocaron el 27 de enero de ese mismo año en todo el Estado. En el caso de Barcelona, se presentaron doce listas a los comicios que se celebrarían el 3 de abril. La candidatura con más proyección y que acabaría imponiéndose en las urnas era la del PSC encabezada por el economista Narcís Serra. Le seguían la nueva marca catalana de la UCD, Centristas de Cataluña (CC-UCD), que lideraba el empresario Carles Güell, y la del Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC), que tenía como cabeza de lista al aparejador Josep Miquel Abad.
A su vez, CiU decidió presentar como candidato a la alcaldía de la capital catalana al empresario Xavier Millet. Lo hizo de manera oficial en una rueda de prensa celebrada el 13 de marzo de 1979 y acompañado del que sería futuro presidente de la Generalitat Jordi Pujol. Por parte de ERC, la cara visible de la candidatura era el también economista Joan Hortalà. En el otro extremo del espectro político, la formación postfranquista Coalición Democrática – Alianza Popular (CD-AP), encabezada por el profesor y jurista Magí Pont. A partir de este punto, las opciones de entrar en el consistorio se reducían y auguraban una disputa entre las diferentes candidaturas de la izquierda revolucionaria, como el Partit del Treball de Catalunya (PTC) y el Moviment Comunista de Catalunya (MCC), la candidatura impulsada por Bandera Roja, Comunistes de Catalunya o la trotskista de la Lliga Comunista Revolucionària (LCR). Estas listas tuvieron que afrontar una larga campaña electoral sin demasiados medios ni recursos económicos.

El PSC acabaría imponiéndose en las urnas, obteniendo dieciséis regidores. Detrás, el PSUC y CiU, con nueve y ocho representantes, respectivamente. Completaban el plenario municipal los ucedistas, con también ocho escaños, y ERC, que logró entrar en la corporación con dos regidores. Serra sería investido alcalde gracias al llamado Pacto de Progreso, que firmaron los socialistas con el PSUC, CiU y los republicanos. Dos años después, los últimos dos acabarían saliendo del gobierno municipal para ir a la oposición. El alcalde socialista no acabaría el mandato. Tras la victoria del PSOE en las elecciones generales de 1982, marcharía a Madrid como ministro de Defensa, siendo relevado en el cargo por Pasqual Maragall.

