«¡Me está llamando Xavier Trias!», exclama Ada Colau. Llama para felicitarla, la noche electoral del 30 de mayo de 2015. El video salió a la luz en el documental Alcaldessa. Son minutos de intercambios cordiales y de un silencio absoluto en la sala que la misma Colau rompe al final. Levanta los brazos, cierra los ojos y los puños. Señal de victoria. La entonces activista Gala Pin estaba allí, justo a su lado. Es quien alerta de la llamada, aún sin saber que tendría que gestionar uno de los distritos más polémicos de la ciudad, Ciutat Vella. Encarnaba la vieja guardia de los Comunes. Luchó con la PAH para detener desahucios y ahora defiende las «contradicciones» del poder. Con ella, el TOT Barcelona comienza una serie de entrevistas a diferentes exconcejales del Ayuntamiento. ¿Ha cambiado la política municipal? En el caso de Pin, sí. Entró «ilusionada» a las instituciones y se fue diez años después, cuando era diputada en Madrid por Sumar, porque «no lo estaba dando todo» para frenar a la extrema derecha.
¿Todavía está vinculada a los movimientos sociales?
Mucho menos de lo que me gustaría. Entre la monoparentalidad, que hace difícil la vida social, y que hasta febrero iba y venía entre Madrid y Barcelona, no he podido tanto como quisiera. Pero se me hace complicado vivir en Barcelona sin estar mínimamente relacionada con uno de los tesoros que tiene la ciudad, que es el tejido asociativo.
¿Y formando parte de un gobierno, es posible mantener un pie dentro del tejido asociativo?
Yo no diría que tuviera un pie en el tejido asociativo, porque los movimientos sociales siempre han mantenido su independencia, y es muy importante que la mantengan. Cuando estás en el gobierno el conflicto da mucho miedo, pero yo creo que el conflicto que te generan aquellos que discrepan con lo que consideran establishment es muy necesario. No tenía un pie en el movimiento social, pero sí que mantuve mucha relación. La confianza no se regala en política, se construye, y cuando estás en el gobierno hay que compartir la complejidad de la institución, para que ellos puedan hacer más incidencia política. Los movimientos sociales contraponen el capitalismo, que tiene unos poderes muy claros, por lo tanto, tienes que mantener un vínculo con ellos.
¿El paso por la política institucional ha cambiado su visión de los movimientos sociales?
Pasar por la institución me ha convencido aún más de la importancia del anarquismo. Entré al Ayuntamiento muy inocente. Pensaba que me sentaría con algunas personas con modelos muy opuestos al mío y podríamos tener un debate, pero te encuentras personas con una mirada muy a corto plazo. En cambio, los anarquistas -y Vallcarca ahora mismo es un ejemplo- vienen con reivindicaciones, a veces más inocentes, a veces no tanto, pero siempre de acuerdo con un modelo de ciudad. Quizás nos estamos fijando mucho en la institución y deberíamos enfocarnos, también, en los actores privados.

Usted formó parte de la PAH antes de entrar al Ayuntamiento. ¿La Gala Pin activista haría alguna crítica a las políticas de vivienda de BComú?
Quizás deberíamos habernos coordinado mejor para presionar al Estado y a la Generalitat. Ada Colau hizo una reunión con Pedro Sánchez y él le prometió que regularía los alquileres, muy al inicio de todo. Ha pasado mucho tiempo hasta que se ha hecho la ley. Pero, a escala municipal, iniciamos la construcción de 10,000 viviendas. Collboni no ha hecho ni la mitad. Con la maquinaria que tienes, era difícil hacer más desde el Ayuntamiento. Ahora bien, es evidente que todo lo que se hizo no fue suficiente. Yo vivo en Sants porque me expulsaron de la Barceloneta, subiéndome el alquiler.
Para algunos votantes de izquierdas de Barcelona, la irrupción de Barcelona en Comú fue un soplo de aire fresco. Gente que provenía del mundo social, de movimientos como el 15M, que criticaba el establishment y las dinámicas partidistas. Y años más tarde, los Comunes retuvieron la alcaldía con los votos de Manel Valls. ¿Cree que la dinámica partidista se ha comido a los Comunes?
Todo lo que se llamó ‘la nueva política’ ha tenido esta deriva. Creo que aquí se abren diferentes interrogantes. El primero: ¿puedes crear un partido-movimiento, como los de América Latina, que perdure en el tiempo con un dinamismo no institucional? No lo sé, tengo dudas. Por ahora, ninguno de nosotros lo hemos logrado, tampoco Podemos o la CUP. Y luego está la ambivalencia del aprendizaje. Saber cómo funciona la institución te hace más eficiente a la hora de gobernar, pero al mismo tiempo te hace perder frescura.
¿No cree que a algunos de sus votantes de 2015 les habrá costado entender que Colau prefiriera los votos de Valls para continuar gobernando, a pesar de no tener nada en común, que un acuerdo con Ernest Maragall (ERC), que había ganado y era la alternativa?
En aquella investidura se cedieron los votos a cambio de nada y en cuatro años de alcaldía puedes hacer muchas cosas. Y también tienes que mirar quién te ha votado; si aquella investidura fue o no con los votos de Manel Valls es una cuestión que está muy presente en el imaginario independentista y de los periodistas, pero la gente que tiene muchas necesidades en su día a día no está pendiente de eso.
Quizás incluso usted misma, antes de entrar en política institucional, cuando era activista, habría criticado una investidura como esa.
Sí, claro, y se tiene que criticar. Solo faltaría que el activismo tenga que entender las complejidades partidistas. No me parece mal que se critique. Pero si los Comunes han perdido frescura, en ningún caso es por eso.
¿Por qué cree que es?
Es en la cotidianidad, que se pierde, en las políticas públicas que se hacen o determinadas alianzas. Ahora bien, tampoco veo ninguna otra ciudad o administración donde se haya mantenido la frescura inicial. Solo se sostiene si la calle está muy movilizada, pero ahora tienes gente muy ahogada que no tiene tiempo o fuerza para salir cada día a la calle.
Usted fue concejala de Ciutat Vella y después vino Jordi Rabassa, ambos del movimiento asociativo. Collboni, cuando accedió a la alcaldía, apostó por una figura muy diferente: Albert Batlle, concejal de seguridad y anteriormente director de los Mossos. ¿El PSC y los Comunes ven tan diferente el distrito?
Es el distrito donde se ve más la diferencia. Hay gente que crecimos políticamente en el activismo de Ciutat Vella contra el PSC, porque hacía algo que continúan haciendo; entenderlo como un escaparate de lo que debe ser Barcelona, de cómo se debe proyectar la ciudad al mundo, olvidando que Ciutat Vella es un barrio residencial. Es verdad que debes tener cuidado, porque el ocio puede acabar generando contaminación acústica y molestias, pero se debe pensar que allí viven vecinos. Te pongo un ejemplo: Collboni anunció que recuperaría la Rambla como un espacio cultural. Inicialmente, este proyecto iba acompañado de un plan estratégico para recuperarla para la ciudadanía. Había aspectos del plan que tenían que ver con la adquisición de vivienda o con inspecciones para que tuviéramos locales un poco menos orientados al turismo. Quiero decir, la reforma inicial tenía un plan con muchas iniciativas para restringir la expansión del capitalismo salvaje que hay en la Rambla. Y no se está ejecutando. Collboni ha anunciado una reforma que no genera ningún tipo de conflicto con los poderes económicos de la ciudad.
¿Es un distrito condenado a gestionarse desde una vía punitivista?
Una cosa es cómo actúas ante la economía criminal. Nosotros tuvimos una crisis con los narcopisos y evidentemente necesitas una actuación policial contundente. Necesitas escuchas, órdenes judiciales para entrar en pisos, necesitas una buena coordinación entre Mossos y Guardia Urbana, pero para asegurar la seguridad en según qué lugares no necesitas más policía. Se puede hacer a través de políticas urbanísticas u otros enfoques.
Ustedes, cuando tuvieron la alcaldía, también acabaron pidiendo más Mossos patrullando por Ciutat Vella.
Claro, claro, sí, sí. Teníamos una crisis grave de narcopisos. Y sabemos, porque nos lo han dicho, que el conseller de Interior no quería enviar más policía a Barcelona para no arreglar los problemas de Colau.
¿Interior los dejó solos a conciencia, por motivos políticos?
Sí, sí, estoy muy convencida. Hay periodistas que lo sabían y muchos mandos policiales también te lo decían: que la Generalitat estaba jugando a la política. Al final, cuando haces una apuesta política pones dinero y recursos humanos. Y no lo hicieron hasta muy tarde. Nosotros alertábamos del problema desde 2016, pero la gran operación con 900 policías no fue hasta octubre de 2018. Es un año y pico más tarde. Yo he perseguido consejeros de Interior por los pasillos del Ayuntamiento, corriendo detrás de ellos después de las Juntas de Seguridad, para pedirles más Mossos.
Otro punto a menudo polémico en Ciutat Vella es la gestión del Top Manta. ¿Está satisfecha de la manera en que su gobierno lo gestionó?
En nuestros mandatos se generaron cooperativas y, a veces, también hubo una persecución del Top Manta. Y yo, aquí, también tengo una gran contradicción. Porque tú como administración tienes que intervenir cuando hay un incumplimiento de la normativa, pero sabes que esa normativa está atravesada por una lógica racista y colonial y aporofóbica, muchas veces. Intentamos trabajar un cambio en la ordenanza de civismo, pero no había las mayorías municipales para hacerlo.
Los Comunes acusaron el desgaste de gobernar y cedieron en las urnas en 2023 ante Trias y Collboni. ¿Qué valoración hace de los dos primeros años del PSC en solitario?
Cuando no tienes imaginación política, tiras de memoria. Los políticos buenos se rodean de equipos que son mejores que ellos, pero eso no pasa en el caso de Collboni. El PSC está haciendo lo que ha hecho siempre. Asegurarse de que no tiene conflictos con el establishment y los actores legítimos de la ciudad, el Gremio de Restauración, el sector del turismo… Infravalora los conflictos sociales, como el que está pasando ahora en Vallcarca. Mantiene contento al establishment y no genera ningún tipo de conflicto, es decir, no quita ningún privilegio a aquellos que impiden que otros tengan derechos. Está intentando minimizar los conflictos sociales que genera su obra y sigue adelante con políticas que habíamos iniciado los Comunes.
Collboni sí que ha sido contundente en algunas cuestiones: revisión del 30%, el Plan Endreça… son políticas que marcan una línea ideológica.
¿Pero tú dirías que eso es un modelo de ciudad? El Plan Endreça lo que pretende es cortar de raíz un problema de gestión del espacio público, pero eso no es un modelo de ciudad. Es una política superficial y de hoy para mañana.
La revisión del 30%, si hubiera salido adelante, sí que cambiaba la política de vivienda a medio o largo plazo. Justamente, en contra de lo que proyectaron los Comunes.
Sí, pero tampoco es un modelo de ciudad, es meterse en la corriente del neoliberalismo. Yo lo veo como un acatamiento de los intereses de los principales actores económicos o al sector inmobiliario.
A su parecer, el 30% es perfecto o en algunos aspectos sí que se puede revisar?
Las políticas públicas que pretenden invertir tendencias necesitan 10 o 15 años para ver su viabilidad. El 30% busca corresponsabilizar al sector privado en la resolución de la emergencia residencial y se necesita más tiempo para hacer valoraciones.
La reforma que propone Collboni bebe de la propuesta de Carme Trilla, que es presidenta del Observatorio Metropolitano de la Vivienda de Barcelona y de la Fundación Hábitat 3. ¿Es un actor legítimo para revisar el 30%?
Creo que Carme Trilla impulsó de forma bastante correcta una ley de vivienda en 2005, hace diecinueve años, pero últimamente ha tenido mucha connivencia con el sector económico y ha dejado de tener una lectura realista de cómo está la vivienda.
El argumentario de los partidarios de reformar el 30% es que ha frenado la inversión, que no se está construyendo. Collboni les dice que «el 30% de 0 es 0».
Me gustaría revisar qué inspecciones se han hecho de las grandes rehabilitaciones que se están llevando a cabo y si ha habido trampas jurídicas por parte de los promotores. Si dejas hacer la trampa, claro que la política no funciona. El número de construcciones nuevas es bajo, cierto, pero seguro que no es cero. Fue una política polémica y creo que Collboni ha querido revisarla sin ver si funciona o no. Hacer política a golpe de titular no es una buena forma de gobernar tal como está el mundo actual.
¿Qué piensa de la decisión de eliminar los pisos turísticos en 2028?
Es política a golpe de titular, también. Si quieres hacerlo, hazlo ya. Ahora mismo el PSC y el PSOE tienen el Estado, la Generalitat y el Ayuntamiento. Puedes sentarte con tus ministros y pedirles muchas cosas. No tiene sentido decir que los cerrarás en 2028. Creo que Collboni no aprovecha que su partido también gobierna las otras instituciones. No es un problema competencial, es de arremangarse y negociar. Y tener voluntad política.

Usted dejó la política a principios de 2025, renunciando al acta de diputada en el Congreso, argumentando que “no estaba dando todo lo que debía dar”. ¿Perdió la fe en la política?
En la política no, pero es cierto que en política institucional hay una tendencia mundial de crecimiento de la extrema derecha, y todos los diputados que no lo son deberían estar trabajando por la vida pública al 100%. Y yo no tenía la sensación de ser capaz de hacerlo, de estar trabajando todo lo que debía trabajar.
¿Todavía tiene relación con Ada Colau?
¡Sí, claro! La conozco desde 2003 y hemos luchado en muchas trincheras.
¿Cree que volverá a liderar una candidatura de los Comunes en las próximas elecciones, en 2027?
Ada es muy intuitiva y se pondrá al servicio del interés general. No sé si se presentará o no, pero además, la política va tan rápido que todo podría cambiar el mes que viene. Seguro que hará política, pero no sé si es desde la institución o desde fuera.
Un retorno de Colau, que ya ha sido ocho años alcaldesa y se ha presentado a tres elecciones, ¿no cree que va en contra de la filosofía fundacional de los Comunes?
¿Sabes qué me gustaría ver, en 2027? Algo similar a lo de 2015, que nosotros irrumpimos y nadie nos esperaba. Me gustaría que nos sorprendiera un movimiento social y que los Comunes nos pusiéramos a su servicio; cederles el conocimiento adquirido y, a partir de ahí, generar una nueva ola de ilusión. Sería una salida para combatir a la extrema derecha y la desafección en la política.
Pero eso podría provocar una crisis dentro de los Comunes.
Quizás sí. Pero yo pienso que los partidos no deben ser un fin en sí mismos, sino una herramienta para transformar la realidad.



