A finales de 2022, el rumor se apoderó del número 84 de la calle de Tarragona. La llegada de notificaciones a una parte de los inquilinos informándoles que no se les renovaría el contrato de alquiler encendió las alarmas en este edificio del Eixample de doce plantas y 120 pisos. «Nosotros no nos enteramos de todo esto por el propietario, sino por el movimiento. En los pasillos y en el ascensor no se hablaba de otra cosa y se creó un cierto miedo entre los vecinos«, recuerda en declaraciones a TOT Barcelona Mayte M., una mujer de 63 años natural de Londres que vive con su marido en el inmueble desde el año 2000. La inquietud se convirtió en certeza a principios de 2023, cuando comenzaron las obras en los domicilios que ya estaban vacíos.
Los trabajos se prolongaron durante meses y fueron un verdadero calvario para los inquilinos que aún tenían contrato vigente. «Tenía que reprogramar las llamadas de trabajo para hacerlas en la oficina porque en casa era imposible… Un vecino que teletrabajaba todos los días acabó tomando una baja por problemas psicológicos y perdiendo el trabajo», apunta la inquilina. Sin embargo, la sorpresa saltó en abril de ese mismo año: una laguna judicial permitía al propietario -la inmobiliaria Gallardo- obtener 120 licencias turísticas para convertir el edificio en una especie de hotel gigante.
En concreto, la propiedad se aprovechó de la anulación por parte del TSJC por un defecto de forma en 2019 del Plan Especial Urbanístico de Alojamientos Turísticos (PEUAT) impulsado por el gobierno de Ada Colau y que limitaba esta tipología de usos. Tras la alerta, el Ayuntamiento logró suspender 78 de las licencias, alegando que en los tres meses posteriores a la obtención del permiso no se había iniciado la actividad turística. Sin embargo, no pudo hacer nada para evitar que se pusieran en marcha 33 pisos turísticos en el bloque. Así nació el conocido como Bloc Tarragona, que de la mano del Sindicato de Vivienda de la Esquerra de l’Eixample y desde la llegada de los primeros visitantes a finales del verano de 2023 ha denunciado la complejidad de convivir con turistas. Mayte M. tiene uno de estos pisos arriba, en la planta superior, y otro al lado, puerta con puerta en el mismo rellano. La lista de quejas que enumera es prácticamente interminable: ruido, fiestas de madrugada, suciedad, colas para tomar el ascensor, inquilinos borrachos que no recuerdan la clave de acceso, vómitos por el patio de luces que terminan en las cortinas… «Y podría seguir y seguir», asegura.

Lejos de resignarse, el vecindario afronta este tercer verano de colonización turística con ganas de alzar la voz y seguir denunciando la anomalía que supone convivir con estos 33 pisos. «No sé si esto nos beneficia, porque cuando se nos acabe el contrato nos pueden echar, pero al menos les fastidiaremos», señalan. Con este objetivo, desde el sindicato han presentado una denuncia a la Agencia Catalana del Consumo. Aportan un recopilatorio tanto de los desperfectos provocados durante las obras de reforma de los pisos -a uno de los vecinos le perforaron la pared, por ejemplo- como de las quejas por el ruido y las incidencias constantes. El responsable de los alojamientos turísticos no está cumpliendo con la normativa y está causando molestias a los inquilinos. Mientras tanto, a la espera del recorrido de esta demanda, el negocio para la propiedad parece redondo. Si Mayte M. y su marido comenzaron pagando 450 euros y ahora les cuesta el domicilio 1.180 al mes, una noche en cualquiera de estos alojamientos de vacaciones puede costar hasta más de 700 euros. A la treintena de turísticos, se suman también dos viviendas más que han sido reconvertidas en alquileres de temporada. Una nueva laguna legal que ha encontrado la propiedad para dar salida a algunos de los pisos que tiene con la licencia municipal bloqueada y ya estaban vacíos.

La última vecina del rellano y reseñas en Booking
El caso de Mar Tudela es quizás el más paradigmático de esta colonización turística que sufre desde hace casi tres años el Bloc Tarragona. Esta maestra de 41 años llegó hace nueve al inmueble, donde comparte piso con una amiga. En el lapso que va desde finales de 2022 hasta la actualidad, se ha quedado sola en su rellano. El resto de inquilinos con los que había convivido durante años acabaron abandonando sus domicilios a medida que se extinguían los contratos de alquiler. «Antes vivía una pareja con dos niñas gemelas. Teníamos relación y nos dijeron que no les habían renovado. De la noche a la mañana, se fueron. También había dos mujeres hermanas que vivían allí de toda la vida y un chico que estaba con su padre. Pasó lo mismo», explica. El procedimiento siempre era el mismo: se vaciaba un piso, se hacían obras y pasaba a formar parte de la oferta turística. Actualmente, de las cuatro puertas de la octava planta, dos son pisos turísticos y una tercera es un alquiler de temporada. Se diferencian porque esta última no tiene un código numérico para acceder.
«Esto no es solo en verano. También para el Sónar, el Primavera Sound… Cuando veo que llega gente nueva, ya tiemblo. Pienso a ver quién toca y que por favor sea una familia y no un grupo de jóvenes», afirma Tudela. La mujer se ha planteado muchas veces irse, pero los precios del mercado de alquiler dificultan que pueda encontrar una alternativa asequible. «No es que necesite vivir con vecinos, pero antes podía llamar a la puerta si hacía falta algo. Ahora siento que vivo en una residencia de estudiantes. Me siento fuera de lugar en mi casa», concluye, aunque cree que aguantará hasta que le venza el contrato. Más allá de los pisos turísticos y de los inquilinos con contrato de hasta siete años en vigor, también hay una veintena de familias en el bloque que mantienen la renta antigua, una reminiscencia del pasado del inmueble como viviendas de protección oficial, cuya vigencia hace tiempo que caducó. Se da la circunstancia de que el malestar de los vecinos ha llegado a plataformas como Booking, donde algunos usuarios han dejado comentarios explicando la situación para que futuros huéspedes sean conscientes y desistan de alquilar un pico en el bloque o al menos mantengan un buen comportamiento.

Victoria parcial en tribunales
Las diferentes acciones de protesta que han llevado a cabo los vecinos de la mano del Sindicato de Vivienda de la Esquerra de l’Eixample han logrado un hito inédito: reunirse con un representante de la propiedad. Concretamente, el abogado de la inmobiliaria Gallardo, con quien ya han celebrado dos reuniones. El próximo día 18 de julio tendrá lugar el tercer encuentro entre las partes. En esta reunión, los inquilinos volverán a poner sobre la mesa las siguientes peticiones: la renovación de todos los contratos, la eliminación de los pisos turísticos y una indemnización por estos meses de obras y las molestias derivadas de la actividad turística.
En paralelo, la disputa judicial que mantiene paralizadas las 81 licencias turísticas restantes ya se ha traducido en 22 sentencias favorables y diez contrarias en respuesta a los diferentes recursos contenciosos administrativos interpuestos por ambas partes. El resto continúan pendientes de resolución. En todo caso, tanto la propiedad como el Ayuntamiento presentarán recurso para las causas que no les sean favorables y será el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC) quien se encargue de inclinar la balanza. Los casos, sin embargo, podrían elevarse a instancias aún más superiores a través de un recurso de casación si se dan las condiciones adecuadas.
Desde el equipo legal que asesora a los vecinos afectados creen que la propiedad podría intentar dilatar el proceso al máximo posible para que los contratos acaben extinguiéndose. En el caso de Mayte M., la vinculación con el domicilio finaliza en julio de 2028, solo unos meses antes de la fecha que el alcalde Jaume Collboni se ha propuesto para haber erradicado los 10.000 pisos turísticos que se calcula que tiene la capital catalana en estos momentos. «Cuando se nos acabe el contrato tendré 66 y mi marido, 86 años. ¿Dónde iremos si no hay oferta? Hace 45 años que vine de Londres para instalarme en Barcelona y ahora me veré obligada a dejarla? Vivir de alquiler ahora es hacerlo con miedo y eso antes no pasaba«, lamenta.
