«Nuestro pueblo ha dejado de serlo por siempre jamás». El fotógrafo e historiador Xavier de Cruz resume como nadie el sentimiento de Sant Andreu, que todavía llora el adiós definitivo del bar Versalles. Era un emblema. Ubicado en el casco antiguo desde 1915, el Versalles había cambiado últimamente de manos, pero conseguía mantener con vida un legado centenario. Ya no está. Las deudas y sobre todo la imposibilidad de asumir un alquiler desorbitado –unos 10.000 euros mensuales– hacen que el establecimiento sea historia. Xavier, que lo define como «parte de la memoria sentimental más antigua» del barrio, se suma a otras voces como la del también historiador Pau Vinyes, que retrata el Versalles «auténtico» –lo de años atrás– como un símbolo de la «esencia de pueblo», esencia que ahora agoniza en Sant Andreu.
El caso del Versalles ejemplifica una realidad tozuda en Barcelona. «No sé si son los signos de los tiempos o una mala gestión municipal, pero en Sant Andreu y en Barcelona pasa lo mismo, la esencia se está perdiendo», insiste Pau Vinyes, que lamenta la pérdida «del gran patrimonio que tenemos». En todo caso, la realidad no ha sorprendido a una gran parte de la parroquia andreuensa, que lamenta la deriva que había cogido el Versalles estos últimos años. «Sabe mal, pero la gestión ha sido nefasta. Había desconectado del pueblo, había perdido la esencia para convertirse en un bar más de Barcelona», espeta el historiador, que cita el último Sant Jordi, en el que el bar bajó la persiana, como ejemplo de este distanciamiento. El TOT Barcelona no ha conseguido hablar con la propiedad del Versalles, a pesar de intentarlo varias veces.

Entre los veteranos de Sant Andreu, que todavía recuerdan el legado de la familia Heredero, que se estuvo siete décadas detrás del mostrador, se ha instalado un optimismo cauto a la hora de habla del futuro. Pau Vinyes entiende «el tema del alquiler», pero insiste en las particularidades del Versalles y avisa a futuros emprendedores que habrá que reconectarlo a Sant Andreu «sí quieren que funcione». El historiador recuerda que otros bares como el Colombia, el Andreuenc o el Marilyn –los tres en Sant Andreu– han sabido mantenerse o crecer a partir de un tipo de militancia andreuensa. Lo que parece claro, independiente de la estrategia a seguir, es que el arraigo de estos negocios al territorio es clave. Y casos que lo demuestran hay a patadas; más allá de Sant Andreu, el bar Quimet en Horta o la bodega Borrell de Sant Antoni, que ha renacido de las cenizas estos últimos años, son ejemplo.
Cambio de paradigma entre los emblemáticos
El presidente de la Fundación Barcelona Comerç y del Eje Sant Andreu, Pròsper Puig, opina que el cierre del Versalles supone la «pérdida de un referente» para el comercio del barrio. Ahora bien, no se trata de ningún «anecdótico» sino más bien un «símbolo» que ejemplifica lo que está pasando en Barcelona. Desde la entidad que él mismo preside detallan que un porcentaje «muy alto» de sus comercios están de alquiler y que, en este contexto, hay contratos que «hacen inviables los negocios» porque «están por encima del beneficio que uno puede gestionar». Además, en algunos casos se trabaja un producto «que ya no casa con la demanda». La entidad reconoce que algunos propietarios –a menudo corresponden a negocios familiares de más de dos o tres generaciones– se lo repiensan porque «quizás ganarían más alquilando el local que aguantando un tipo de negocio que puede ser obsoleto».
Ahora bien, el precio del alquiler es un elemento más de la «tormenta perfecta» que provoca que muchos negocios tengan que cerrar. Desde Barcelona Comerç creen que algunos emblemáticos ya desaparecidos también han sufrido una carencia de relevo generacional o un cambio en la profesionalidad de la gente que atiende al público. «Muchos de estos negocios han funcionado porque detrás había personas que se han aplicado en cuerpo y alma, personas que han hecho de su negocio el motivo principal de vida. El Versalles, por ejemplo, no era solo el Versalles, era el Versalles de Pere Heredero. Y ahora esto ya es impensable. No podemos vivir con nostalgia, queriendo negocios como los del siglo XX, porque ya no los tendremos», remata Pròsper Puig.

El nuevo modelo de consumo también aprieta
«No vivir de la nostalgia». Las declaraciones de Puig no se entienden desde la resignación, sino desde un análisis realista de la situación. Ciertamente, consumir en un comercio emblemático es un acto de militancia prácticamente inexistente en la sociedad actual. El profesor de Psicología del Consumo de la UAB Albert Vinyals explica en conversación con el TOT Barcelona que las nuevas generaciones «han crecido –y se han acostumbrado– a bajo coste», lo cual hace que el sentimentalismo de los jóvenes con estos negocios de proximidad sea menor.
La crisis económica del 2008, apunta el experto, abrió la puerta a «las multinacionales de bajo coste», hecho que explicaría que toda una generación haya crecido desarraigada al comercio de barrio. Un hecho que se ha «agraviado» con la pandemia de la covid-19: «Contrasta el replanteamiento de la sociedad del consumo, gente que marchaba a la natura, con el auge de las plataformas digitales. El ciudadano empieza a consumir cada vez más en internet, ahora compramos en Amazon», detalla Vinyals, que ve esta eclosión como la «última estocada» al comercio emblemático. «Antes había Zaras y Starbucks pero no grandes ferreterías, por ejemplo. Ahora esto también lo puedes comprar en línea».

El profesor, también autor del libro
El margen de los emblemáticos
La situación es más bien gris, pero el sector se resiste a hablar de jaque mate. Porque hay ejemplos de éxito que dan margen a la esperanza. Si los comerciantes citan el ejemplo del bar Borrell –ha renacido en el Poble-sec de la mano de unos nuevos socios–, Vinyals expone el caso del Marsella, que el Ayuntamiento ha salvado asegurándole un alquiler asequible durante cinco años. El profesor cree que la única manera de mantener estos negocios es con «medidas proteccionistas» que les permitan competir con las grandes empresas. En este sentido, el experto ve incongruente que se proteja macro industrias como la del automóvil y, en cambio, que se vea «impensable» medidas que salvan establecimientos históricos o de proximidad, que, paradójicamente, «dan vida» a las calles menos populares.
La otra opción, que el gremio asegura que ya se está implantando en Barcelona, es la llegada de nuevos inversores que creen en este modelo. «Lo ideal sería que continuara la misma familia, pero si no hay relevo, ¿qué hacemos, lo dejamos morir?». ELBorrell, insiste Pròsper Puig, es un «referente» de «como salvar a un emblemático». La patronal del pequeño comercio cree que la aparición de estos inversionistas es «el mal mejor» y que se tiene que apostar –comerciantes y sociedad– para «desarrollar una actividad económica que genere beneficios». En este sentido, los comerciantes piden al Ayuntamiento de Barcelona que ejerza un papel de mediación y de asesoramiento que ayude a hacer sostenibles estos negocios. Porque por mucho que queramos historias románicas, la realidad dice que «quien abre hoy un negocio es para sacar beneficio».





