Subiendo por la carretera de la Arrabassada desde Barcelona, hay un pequeño camino que se desvía antes de llegar a la gasolinera. La vía desemboca en el Huerto Urbano de Can Soler, una especie de oasis verde entre el asfalto coronado por una masía de principios del siglo XIX. Allí nos encontramos con Oriol de Fàbregues, neurólogo del Hospital Universitari de la Vall d’Hebron. Al llegar, nos muestra una escudilla donde se puede leer en el centro la inscripción Hebron. Este plato es un tesoro personal que recibió de la familia de uno de sus pacientes y es la razón por la que nos encontramos en este punto a las puertas de la Sierra de Collserola. El antiguo propietario del utensilio era Carles Quintana, un vecino de Montbau muy vinculado a la parroquia de Sant Jeroni de este mismo barrio barcelonés. El hombre padecía Parkinson y terminó en manos del facultativo cuando su enfermedad ya estaba muy avanzada. Cuando falleció, la hija del paciente decidió entregar a su médico como agradecimiento la escudilla y una serie de planos y dibujos de su padre que evocaban el monasterio de Sant Jeroni de la Vall d’Hebron, fundado el 18 de octubre de 1393 en esta parte de la montaña y abandonado en 1835 con la desamortización de Mendizábal.

«Yo había hecho la residencia aquí en el hospital y llevaba más de 20 años trabajando, pero hasta entonces nunca me había preguntado por qué estábamos donde estábamos. Sabía que el recinto lo había fundado Franco, pero no esperaba que la historia tuviera mucho más calado», reconoce Fàbregues. El regalo de la familia Quintana no solo era una pequeña reliquia con siglos de historia, sino también una especie de encargo para mantener vivo el recuerdo de un recinto que prácticamente ha desaparecido de los libros de historia. Durante años, el vecino de Montbau había tomado medidas sobre este terreno rasgado por la Arrabassada y coronado desde los sesenta por la gasolinera para determinar las dimensiones del monasterio y había dibujado en plano varias vistas de cómo debía lucir durante sus años de apogeo. Con otro residente de la zona, prepararon incluso una exposición de ámbito muy local que vio la luz en los noventa. El impulso por dar a conocer el pasado de este lugar, sin embargo, se fue diluyendo con el tiempo y con la muerte de los protagonistas. Solo algunos vecinos de Sant Genís dels Agudells, el barrio más cercano al emplazamiento del recinto eclesiástico, retomaban de vez en cuando la tarea cuando, tras algún episodio de lluvias, afloraban piezas o ruinas del monasterio, muchas de las cuales guardadas ahora en Can Soler.

Uno de estos guardianes accidentales de los orígenes de Vall d’Hebron ha sido Juli Fontova, miembro del Colectivo Agudells. La entidad nacida en 1984 tiene su sede precisamente en la antigua masía flanqueada de huertos y centra su actuación en la lucha ecologista y vecinal. Cuando en 2015, con motivo del 60º aniversario del hospital, le proponen a Fàbregues que escriba un artículo sobre la trayectoria del centro sanitario y sus antecedentes, el neurólogo acaba contactando con Fontova. Ese primer encuentro entre los dos germinaría tiempo después en la creación de la Asociación Amigos del Monasterio de Sant Jeroni de Vall d’Hebron, de la cual son presidente y vicepresidente, respectivamente. Bajo la bandera de esta agrupación, ambos luchan por conseguir mantener vivo el recuerdo del recinto y dignificar las ruinas que aún quedan en pie. Su cruzada ha llegado hasta el Ayuntamiento de Barcelona, que acordó en diciembre de 2024 elaborar un plan director para proteger los últimos vestigios del conjunto, incluyendo los que se encuentran actualmente bajo la gasolinera, que tiene los depósitos encajados en la estructura del viejo claustro.

Un lugar en el cielo para dos reinas
La investigación que realizó Fàbregues para el sexagésimo aniversario del hospital nos permite arrojar un poco de luz sobre la trayectoria de casi cinco siglos del monasterio. Aunque no hay una teoría del todo comprobada, el nombre de Vall d’Hebron parece provenir de los ermitaños que desde el siglo IX se habían instalado en el paraje, que les recordaba a la antigua ciudad de Hebrón, en la actual Cisjordania. La historia del conjunto, sin embargo, está escrita en femenino. Este lugar fue el elegido por la reina Violant de Bar (1365-1431), sobrina del rey de Francia y esposa de Juan I de Aragón, conde de Barcelona y rey de Aragón, para construir un monasterio de gran envergadura en 1393. Con este gesto, Violant pretendía ganarse el favor de Dios para poder engendrar un hijo varón, una empresa que sería imposible después de dar a luz a siete niñas antes de la muerte de Juan en 1396. El hermano del monarca y sucesor suyo en el trono, Martín el Humano, no mostró mucho interés en continuar la actuación iniciada por su cuñada, y dejó el proyecto a medias con una comunidad de ocho frailes de la orden de los Jerónimos provenientes de la Safor (País Valencià).

Con el fallecimiento de Martín, también sin sucesión, la llegada al poder de la casa de los Trastámara dejaría el impulso definitivo del monasterio en manos de la reina María de Castilla (1401-1458), esposa de Alfonso el Magnánimo. La reina encargó las obras del claustro y una ampliación de las dependencias entre los años 1439 y 1450, dibujando su estructura definitiva con cuatro pisos. En esta etapa también se erige la característica torre que coronaba el recinto, la enfermería y la biblioteca, entre otras. Antes de esta mejora de las instalaciones, jugó un papel clave para mantener la actividad del conjunto la intervención del comerciante Bertran Nicolau, que años después acabaría financiando la fundación del monasterio cercano de Sant Jeroni de la Murtra, en la parte de la Serra de Marina que pertenece a Badalona. Aunque no tenía representación en las Cortes como otros, el de la Vall d’Hebron fue un recinto eclesiástico importante por su ubicación en el antiguo camino romano -ahora medio desaparecido- que conectaba con Sant Cugat y Terrassa por Collserola, enlazando con las ermitas de Santa Magdalena, Sant Onofre y del Santo Sepulcro. Esto lo convertía en un lugar de paso y de hospedaje por el cual a lo largo de las décadas pasaron varios monarcas como Juan II de Aragón (1454), los Reyes Católicos (1459), el emperador Carlos I (1519) o Felipe II.

El conjunto también tuvo una parte que funcionaba como hospital para pobres y se ganó un nombre como zona con un aire más puro alejada de la densidad de la gran ciudad. Tanto este uso como el puramente eclesiástico se mantuvieron hasta principios del siglo XIX, cuando a raíz del estallido de la Guerra del Francés fue incendiado el 12 de agosto de 1808 por las tropas del general francés Lechi, al ser considerado un refugio de antinapoleónicos. El recinto terminó abandonado unos años hasta el regreso de los monjes el 25 de febrero de 1811. Entre 1821 y 1834, Vall Hebron fue utilizado como lazareto durante las epidemias de la fiebre amarilla y el cólera que asolaron Barcelona. Esta actividad, sin embargo, duraría poco. Una revuelta acabó con el conjunto de nuevo en llamas en 1835, forzando lo que sería su abandono definitivo y la desamortización de los bienes de la orden, incluida la zona de la granja vieja del monasterio, donde más de un siglo después comenzaría a construirse el futuro Hospital de la Vall d’Hebron.

Diáspora de restos y el poder de la memoria
«El gobierno de la época subasta el terreno y exige que lo derriben. Muchas de las piedras se venden, otras se reutilizan en Barcelona […] La piedra del altar de la parroquia de Sant Jeroni de Montbau la sacaron de estos restos y, en la iglesia de Sant Joan d’Horta, todavía se guarda en la caja fuerte una supuesta astilla de la Santa Cruz de Jesús que era la reliquia del monasterio», explica Fàbregues. El neurólogo ha podido trazar el recorrido de algunas de estas piezas -como escudos, capiteles, gárgolas o cerámicas- hasta el Museu Nacional d’Art de Catalunya (MNAC), el Museo de Historia de la Ciudad de Barcelona (MUHBA), el Museo Municipal Vicenç Ros de Martorell o colecciones privadas. También se conserva parte de la documentación del monasterio en los archivos históricos del Centro Excursionista de Catalunya y varios grabados y fotografías que muestran el estado ruinoso que presentaba el conjunto hasta finales del siglo XIX, justo cuando se termina de habilitar la carretera de la Arrabassada, que corta el viejo recinto en dos.

Para encontrar los vestigios supervivientes sobre el terreno, es necesario subir la Arrabassada hasta la curva previa a la gasolinera. Allí comienzan a vislumbrarse ruinas, muchas de las cuales sepultadas bajo los restos del antiguo Hotel San Jerónimo, fundado con la construcción de la carretera y cerrado en los setenta. Lo que fue un destino para la alta burguesía con restaurante de renombre ahora es poco más que un esqueleto a un lado de la calzada. Alrededor de la estructura sobreviviente del alojamiento, son visibles varias partes del muro del monasterio, un depósito de agua y un silo de vino del siglo XVIII. También se conserva dentro del bosque la antigua mina del recinto eclesiástico, así como varios muros y partes de la pared del recinto en la ladera bajo la gasolinera. Sin embargo, la parte más importante y probablemente mejor conservada del conjunto se encuentra actualmente bajo la gasolinera, de manera que se debería desmantelar esta para comprobar qué queda y en qué estado se encuentra.

Antes de las negociaciones con los propietarios del establecimiento, el primer paso es completar este plan director que el Ayuntamiento deberá redactar junto con la Diputación y la Generalitat como miembros del Consorci del Parc Natural de la Serra de Collserola. Esta hoja de ruta es la que debe prever la museización de los restos y también el inicio de excavaciones arqueológicas con las eventuales expropiaciones. Hasta entonces, desde la Asociación Amigos del Monasterio de Sant Jeroni de Vall d’Hebron piden a las administraciones que no dejen el caso en punto muerto. «Mientras se decide si se levanta o no la gasolinera, se podría dignificar el entorno porque alrededor hay aún muchos vestigios y así dar a conocer la historia del monasterio», insiste Fàbregues. A su vez, la agrupación celebró a finales de junio las segundas jornadas de charlas sobre el monasterio en el Centro Cívico de la Casa Groga de Sant Genís dels Agudells, una de sus aportaciones para evitar que el recinto pueda volver a caer en el olvido y garantizar que haya continuidad con nuevas generaciones interesadas en recuperar su trayectoria.
