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En este lugar de vistas privilegiadas construyeron en el año 1923 sobre la misma roca la que se convertiría con los años en la casa familiar. Solo tenía dos dormitorios y en los bajos había un pequeño espacio reservado para

«El búnker siempre había estado cerrado con una puerta y de pequeños nosotros teníamos prohibido entrar a jugar. No pude acceder nunca«, explica con cierta nostalgia Montse Jiménez. Esta mujer de 63 años es la tercera generación de la familia que vive en la casa que todavía se erige en el actual número 73 de la calle de Mühlberg. En el garaje del domicilio, flanqueada entre las motos de algunos vecinos de la zona, encontramos la entrada a este refugio particular. El paso está vallado desde hace una década por una vieja moto tapada con plásticos y por neumáticos, pero al fondo de la galería todavía se pueden distinguir los efectos de los desprendimientos de tierra que inhabilitaron el espacio entre los años setenta y ochenta, cuando se construía el túnel de la Rovira. «Temblaba todo, era como si tronara», recuerda Jiménez de las polémicas obras que sacudieron el Carmel durante casi dieciséis años.

Bombas, obras y turismo masivo
La perforación del Turó de la Rovira consiguió derrumbar parcialmente unas paredes que habían resistido estoicamente durante décadas y entre las cuales se habían resguardado varias familias de la zona en los momentos más duros del conflicto que dividió el Estado en dos frentes. La proximidad de este lugar a las baterías antiaéreas del Carmel lo convertía en un posible objetivo militar y esto hacía que los Guillomet Rubio -ahora ya liderados por la matriarca después de la prematura muerte del padre- pasaran mucho tiempo entre las cuatro paredes del refugio por miedo a un posible bombardeo. Los proyectiles nunca cayeron cerca por suerte, pero la previsión de Guillomet Simó hizo que tanto la familia como los inquilinos de las casas más próximas estuvieran bajo cubierto en todo momento y pudieran resistir los envites de las tropas fascistas.

Un siglo después de la construcción de este búnker, sus vestigios todavía son presentes a pie de calle. En el empinado solar que se extiende en uno de los laterales de la casa de Jiménez todavía se pueden ver dos entradas secundarias que los vecinos construyeron dentro de su casa para poder acceder al refugio durante los años de conflicto y que quedaron al descubierto con el derribo del edificio. Tanto la superior como la inferior están tapadas con tierra para evitar que la gente pueda acceder y a las puertas se acumula basura y botellas de vidrio vacías, daños colaterales de una década sufriendo las procesiones de jóvenes hacia los mal llamados búnkeres del Carmel. «Tuvimos que colocar una reja en el punto donde conectaban con la galería principal para evitar que pudieran acceder a la casa», apunta la mujer, que ha visto de primera mano como la zona se convertía con los años en uno de los epicentros del turismo en la ciudad.

Una espada de Damocles indestriable
El desolador panorama que presentan los solares que flanquean esta casa centenaria a ambos lados son el perfecto reflejo de la espada de Damocles que hace décadas que pesa sobre esta parte del Turó de la Rovira. Toda la franja de edificios que da a la montaña está catalogada como zona verde casi desde los años cincuenta y desde el 1976 está afectada por el polémico proyecto del parque de los Tres Turons, una iniciativa recogida en el Plan General Metropolitano (PGM) que pretende configurar un gran parque verde de 123 hectáreas uniendo los cerros de la Creueta del Coll, la Rovira y el Carmel.
Entre las cerca de 300 viviendas de la zona que tendrían que ir al suelo para poder sacar adelante el planeamiento vigente está la casa de los Guillomet Rubio y su refugio centenario. Al tratarse de un búnker privado que siempre ha estado bajo la supervisión de las varias generaciones de esta saga familiar, el espacio no está catalogado y no consta en el inventario de refugios antiaéreos del Servicio de Arqueología de Barcelona. Sus particulares características -está enganchado literalmente al domicilio- hacen prácticamente imposible que se pueda conservar si se procede a derribar el edificio tal y como está previsto.
Símbolo de la lucha del Carmel
Vecinos como Jiménez, sin embargo, se niegan a dar su brazo torcer. En la fachada lateral que da precisamente al solar donde hay las dos entradas secundarias del refugio se puede contemplar un gran mural con una consigna clara:

El refugio privado de los Guillomet Rubio podría convertirse, precisamente, en una especie de símbolo para acabar de impulsar esta lucha vecinal. «Me gustaría poder habilitar el búnker, pero para poder avanzar se tendría que apuntalar el techo y las paredes para evitar desprendimientos«, asegura Jiménez, que ya está moviendo hilos para conseguir retirar la vieja moto que bloquea la galería principal desde hace una década. La recuperación del espacio no solo haría todavía más evidente la necesidad de conservar esta parte de la historia de la zona, sino que también serviría para honrar la memoria de los patriarcas que erigieron la casa y que trabajaron para garantizar la supervivencia y el futuro en sus descendentes. «Yo crecí con la yaya, escuchando estas historias. No habría mejor homenaje que poder conservar el refugio«, sentencia.