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La luz centenaria olvidada tras la montaña de Montjuïc

Si pensamos en la luz de Montjuïc, es probable que nos vengan a la mente los focos característicos del Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC). Nueve en concreto, tantos como letras tiene la palabra Barcelona, tal como se encargaba de recordar siempre que podía el desaparecido historiador Joan Termes. También podemos pensar en la iluminación del anillo olímpico, el castillo o la fuente mágica. Sin embargo, hay una luz que desde hace más de un siglo deslumbra el cielo nocturno de la capital catalana. No lo hace para los barceloneses, al menos no para los que se encuentran en tierra firme, sino que proyecta un potente haz de luz visible desde casi cincuenta kilómetros mar adentro. Hablamos del faro de Montjuïc.

El recinto actual que alberga esta infraestructura de vital importancia marítima data del 1925 y fue proyectado por el ingeniero Josep Cabestany, que lo situó en un montículo anclado en la cara sur de la montaña a unos 108 metros de altura. A pesar de que el proyecto constructivo había sido aprobado en 1917, las instalaciones no se comenzaron a erigir hasta 1922 porque no encontraban ningún constructor dispuesto a asumir la empresa, que tuvo un coste de cerca de 207.500 pesetas de la época. La infraestructura pretendía sustituir otro faro edificado a finales del siglo XIX a los pies del castillo de Montjuïc con el objetivo de ampliar el alcance de la atalaya hasta entonces ubicada en la desembocadura del Llobregat, al nivel del mar.

En su trayectoria centenaria, este faro ha sido testigo de la profunda transformación del Puerto de Barcelona hasta la configuración de la actual Zona Franca. Ha visto desaparecer las playas que durante siglos bañaron los pies de la montaña de Montjuïc y cómo los campos de cultivo que se extendían hasta el río se convertían en industrias, sobre todo a partir de la llegada de la SEAT en los cincuenta. También ha presenciado los primeros y últimos viajes del recordado tranvía 48, que conectaba la avenida del Paral·lel con Can Tunis por la carretera del Morrot, y ha asistido al ocaso y prácticamente extinción de este último barrio obrero. Su acceso difícil lo ha convertido en una reliquia que -a diferencia de muchas otras iconas de la zona- ha resistido estoicamente el paso del tiempo hasta llegar a nuestros días. Un siglo después de su inauguración, sobrevive aislado y prácticamente abandonado a la espera de una segunda vida que parece que nunca acaba de llegar.

El far de Montjuïc resisteix un segle després de la seva inauguració incrustat a la cara sud de la muntanya barcelonina / A.R.
El faro de Montjuïc resiste un siglo después de su inauguración incrustado en la cara sur de la montaña barcelonesa / A.R.

Un edificio detenido en el tiempo

Llegar hasta el faro no es tarea fácil. Para hacerlo, se debe cruzar lo que queda del antiguo barrio de Can Tunis hasta topar con uno de sus extremos, donde un paso a nivel bloquea el acceso a las vías de la línea férrea de mercancías que conecta con el recinto portuario por debajo de la ronda del Litoral. Una vez atravesados los raíles, a las puertas de una de las sedes de la histórica fábrica Riviere, que se remonta al 1896 y se centraba principalmente en la elaboración de alambre, se inicia una carretera serpenteante flanqueada por chumberas y con algunos asentamientos de personas sin hogar a ambos lados. El camino empinado comunica directamente con el recinto, salvando a base de curvas un desnivel de casi 100 metros y adentrándose en la reserva natural de Montjuïc. Para acceder a las instalaciones se debe rodear el edificio -de planta rectangular y coronado por la torre cilíndrica del faro- por la izquierda, tocando la roca de la montaña y pasando por delante de un ascensor que se instaló durante la década de los 2000 para hacer más accesibles los dos pisos de las instalaciones, que destacan por su combinación de ladrillos rojos y piedra.

La imagen exterior del conjunto no se ve muy degradada. Una mirada al interior permite comprobar los resultados de la última remodelación que impulsó hace dos décadas la autoridad portuaria, propietaria del recinto, tras la despedida del último farero. Históricamente y hasta principios de este siglo, estos técnicos vivían con sus familias en el edificio, pero, cuando el sistema lumínico se automatizó, su trabajo dejó de ser necesario. Los diferentes espacios interiores lucen vacíos, como si las obras hubieran culminado anteayer y muy pronto tuviera lugar la reinauguración de la infraestructura. Una gran pasarela de madera dibuja un mirador de vistas excelsas que abarcan todo el recinto portuario y la Zona Franca hasta el río y el aeropuerto del Prat. Algunos paneles están carcomidos y rotos, de modo que es peligroso acercarse a la barandilla para contemplar el paisaje. Dos botellas de cerveza vacías colocadas contra la pared del edificio indican que alguien estuvo allí no hace mucho. Es el único rastro de movimiento que hay en este lugar inhóspito, más allá de la luz del faro que en pleno mediodía de invierno está en funcionamiento.

El far de Montjuïc resisteix un segle després de la seva inauguració incrustat a la cara sud de la muntanya barcelonina / A.R.
El faro de Montjuïc resiste un siglo después de su inauguración incrustado en la cara sur de la montaña barcelonesa / A.R.

El auge de los vigías y el castillo

Más allá del aislamiento que le proporciona su difícil acceso, el faro de Montjuïc es el gran olvidado del frente litoral, a pesar de su trayectoria centenaria. En la Marina del Prat Vermell, uno de los núcleos de población más próximos al acceso a las instalaciones parecen renegar de esta infraestructura incrustada en la montaña. «El faro que tiene una historia emotiva detrás y una vinculación con el barrio es el del Llobregat o la farola, que ahora queda ubicado entre los depósitos inflamables del Puerto y que es completamente inaccesible para el público. El de Montjuïc es solo un faro, nada más», señalan los vecinos consultados por TOT Barcelona. La poca vida que mantiene Can Tunis tampoco parece muy interesada en el recinto, a pesar de que cualquier persona que quiera llegar allí debe pasar por la isla de casas presidida por dos bares de comidas que resisten como último vestigio del pasado de la zona. Solo en el Poble-sec ha habido a lo largo de los años un interés ciudadano por conocer la historia del faro y su trayectoria vital hasta nuestros tiempos de la mano de Àngels Gómez, investigadora del Centro de Investigación Histórica del Poble-sec (CERHISEC).

Esta historiadora aficionada llevó a cabo una charla en 2012 sobre la vinculación de Montjuïc con las comunicaciones marítimas, donde tenía una mención especial el faro proyectado por Cabestany. Gracias a la documentación recopilada, Gómez pudo trazar una trayectoria que arranca en el 1073, cuando se encuentran las primeras referencias de hogueras de avistamiento en la cima de la montaña. Este sistema rudimentario fue sustituido a partir del siglo XV por una especie de torre o atalaya, llamada Torre del Farell, donde había unos guardias destinados de manera permanente que dependían del Consejo de Ciento. Fue uno de los momentos de apogeo de estos vigías de la cima barcelonesa, que atraían la atención de monarcas y literatos por la utilización de diversos códigos de luz para comunicarse y que incluso protagonizaron algún poema.

Con la Guerra de los Segadores, esta torre -que era capaz de enviar señales a la ciudad incluso de día- fue absorbida por la construcción de una fortificación a su alrededor que finalizó en 1751 y que con el tiempo se convertiría en el Castillo de Montjuïc. La atalaya continuó en funcionamiento y tuvo en Agustí Mauri Pareras uno de sus guardianes más célebres. Prueba de ello es que La Vanguardia le dedicó un extenso artículo en su edición del 5 de febrero de 1897, coincidiendo con su muerte y homenaje a los más de 40 años de profesión y a su aportación como ideólogo de un nuevo sistema de comunicación óptica considerado el más complejo del mundo en aquella época. Por aquellos tiempos, el Puerto ya había comenzado su expansión, lo que había provocado que los dos faros principales hasta entonces -la Torre del Reloj y el del Llobregat- quedaran obsoletos y se requiriera la construcción de una nueva infraestructura con mucho más alcance lumínico. Así se impulsó bajo la regencia de María Cristina el primer faro de Montjuïc, que sustituía estos dos y agrupaba en unas mismas instalaciones las tareas de los vigías que hasta entonces se habían desarrollado desde el castillo.

El Port de Barcelona vist des del far de Montjuïc / A.R.
El Puerto de Barcelona visto desde el faro de Montjuïc / A.R.

Sin futuro en el horizonte

La investigación de Gómez confirma que la trayectoria del faro de Montjuïc se mantuvo inalterada prácticamente hasta finales del siglo XX. Con el cambio de siglo, el avance de la tecnología acabó con la tarea de los vigías, que ya no eran necesarios para hacer funcionar la infraestructura porque esta se había automatizado completamente. La despedida del último farero abrió el debate sobre la posibilidad de dar un uso complementario a las instalaciones, que hasta entonces habían resistido estoicamente los grandes cambios que había sufrido este lugar desde la llegada de grandes industrias como la fábrica SEAT en los cincuenta y que acabarían configurando lo que actualmente conocemos como Zona Franca. Durante los primeros años de la década de 2000, la autoridad portuaria impulsó una serie de reformas en el recinto para actualizarlo y convertirlo en una especie de espacio polivalente. El objetivo era que pudiera actuar como centro de convenciones. Se restauró la fachada y se renovó todo el interior, incluidos los suministros y la instalación eléctrica, y se pretendía construir dos aparcamientos, además de mejorar aún más los accesos.

El far de Montjuïc resisteix un segle després de la seva inauguració incrustat a la cara sud de la muntanya barcelonina / A.R.
El faro de Montjuïc resiste un siglo después de su inauguración incrustado en la cara sur de la montaña barcelonesa / A.R.

El proyecto, sin embargo, despertó el recelo de varias entidades ecologistas, que se posicionaron en contra por el impacto que la iniciativa podía causar en una reserva natural protegida como Montjuïc, refugio de diversas especies de aves. Las reticencias acabaron pesando más que la insistencia del Puerto y la propuesta del centro de convenciones acabó quedando en papel mojado y guardada en un cajón. Hace casi dos décadas de eso y la situación continúa exactamente igual. Las instalaciones se han mantenido ancladas a aquel tiempo, a la espera de un nuevo uso que no parece llegar nunca. En el interior, todo está listo para esta segunda vida, mientras que la exposición a las inclemencias meteorológicas y la falta de mantenimiento sí han hecho estragos afuera, favoreciendo la degradación del recinto, sobre todo la parte de la plataforma de madera con las impresionantes vistas marítimas.

El Port de Barcelona vist des del far de Montjuïc / A.R.
El Puerto de Barcelona visto desde el camino del faro de Montjuïc / A.R.

Fuentes del Puerto de Barcelona consultadas por este medio apuntan que desde la última reforma no se ha hecho ninguna actuación más y que en estos momentos tampoco hay ningún proyecto sobre la mesa para reactivar la iniciativa del centro de convenciones o para dar un nuevo uso concreto al espacio más allá de su función como faro. Con este escenario y hasta que no haya un cambio de rumbo por parte de la autoridad portuaria, estas instalaciones centenarias continuarán existiendo como un testimonio silencioso de la gran transformación marítima de Barcelona, desde los pequeños barcos y los pescadores a los cruceros y los buques cargados de contenedores.

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