Hace quince años, un grupo de alumnos de una escuela de Esplugues de Llobregat tuvo un privilegio al alcance de muy pocos. El artista Xavier Corberó (Barcelona, 1935 – Esplugues de Llobregat, 2017), establecido en el municipio metropolitano desde los sesenta, les abrió las puertas de su casa para un trabajo de investigación del centro educativo. El escultor y diseñador de las medallas de los Juegos Olímpicos de Barcelona de 1992 les hizo de guía por el laberinto de cinco plantas que había comenzado a construir en el año 1968 en la antigua barriada de masías que creció alrededor de la parroquia de Santa Magdalena. Dos de los estudiantes quedaron especialmente fascinados, tanto por el personaje exuberante que tenían delante como por la magnitud, belleza y singularidad del domicilio. Una casa que, más que una casa, era una gran escultura. Ninguno de los dos jóvenes terminó dedicándose al arte o la arquitectura, pero siempre guardaron un precioso recuerdo de aquella primera visita.

Pudieron volver en el año 2018, justo unos meses después de la muerte del artista. La visita la realizaron entonces de la mano de Maria Dolors Rica, Midu, su viuda y la encargada de conservar este legado: un conjunto de 3.600 metros cuadrados construidos en torno a un patio hexagonal que guarda 400 obras con la firma de Corberó. Una herencia magnífica, pero envenenada. El costoso mantenimiento del recinto obligaba a la única inquilina de la casa a hacer malabares para poder conservarla en buen estado. Este hándicap ya vaticinaba entonces un traspaso que debía llegar tarde o temprano. A mediados de 2022, los herederos vendieron al Ayuntamiento de Esplugues por tres millones de euros el conocido como Espai Corberó, una gran estructura de arcos de cemento de tres pisos contigua al domicilio con escaleras infinitas que parecen querer hacer realidad los diseños imposibles de Escher. Esta operación fue un balón de oxígeno que permitió a la viuda y a la hija del escultor salir adelante hasta el 2024.

El gasto económico, sin embargo, seguía siendo inalcanzable. Hace aproximadamente un año y medio, los herederos del artista decidieron poner a la venta el domicilio por seis millones de euros. Lo hicieron a regañadientes y cansados de esperar que alguna administración pública se interesara por la casa. En el anuncio publicado en varios portales inmobiliarios, se detallaba que el conjunto tenía licencia para convertirse en un alojamiento turístico y que contaba con 38 dormitorios, quince baños y tres cocinas. Se especificaba que Corberó había tenido allí su taller y despacho, pero prácticamente ni se mencionaba que había convertido la planta inferior en su museo y sala de exposiciones particular.

A pesar de que el planeamiento urbanístico vigente obligaba a los compradores interesados a mantener los espacios libres -jardines, patios, terrazas- y los volúmenes arquitectónicos, integrando cualquier propuesta en el entorno histórico y paisajístico de la barriada, el peligro de la destrucción del domicilio o la pérdida de su identidad era muy alto. Todo hacía pensar que esta gran escultura acabaría en manos de capital extranjero, desfigurada para siempre o, al menos, completamente cerrada al público. Por improbable que fuera, se ha obrado el milagro y afortunadamente no ha sido así.

Una nueva vida ligada a la arquitectura
Hace unas semanas, los herederos de Corberó llegaron a un acuerdo con el despacho de arquitectura barcelonés Mesura para la venta del conjunto. Se trata de un grupo fundado en 2011 y encabezado por cinco arquitectos -Carlos Dimas, Jordi Espinet, Jaime Font, Benjamín Iborra y Marcos Parera- que en los últimos años se ha convertido en una de las grandes firmas no solo de la capital catalana sino de todo el Estado, recibiendo numerosos reconocimientos. Sus intervenciones destacan por el respeto y el diálogo con el patrimonio ya existente, así como por su adaptabilidad, no solo al terreno, sino al entorno histórico y cultural del lugar. Por eso, utilizan materiales de proximidad y buscan la integración de sus construcciones, sin perder de vista la innovación y la apuesta por una arquitectura más sostenible. Entre sus obras, destacan la Casa Ter (Baix Empordà), la reforma de la masía modernista de Can Llimona (Alella), la Casa IV (Elche) o el rediseño interior de la segunda planta de la Casa Batlló, cerrada durante décadas al público.

La intención de los nuevos inquilinos es hacer del conjunto su nueva sede, aprovechando el espacio para ubicar allí las oficinas, pero también habilitando una parte del recinto para realizar exposiciones. De hecho, uno de los socios que han permitido acometer esta operación de compra es un galerista internacional con quien colaborarán para impulsar estas muestras artísticas. Dentro del paquete de la compraventa se incluyen también la gran mayoría de las cerca de 400 obras del artista que se conservan en la casa, que continuarán engalanando los rincones de esta particular celda de oro que Corberó cuidó minuciosamente hasta su muerte. Todavía es una incógnita cómo se integrarán las piezas con la actividad del despacho de arquitectura y qué pasará con el museo de la planta inferior del domicilio, si se mantendrá como está o se introducirán modificaciones. En todo caso, el movimiento que ya comienza a verse en el interior de las instalaciones indica que habrá importantes reformas para adaptar el espacio a las necesidades de los nuevos propietarios.

La última visita al templo del caos ordenado
El TOT Barcelona pudo entrar a la casa por última vez antes de que se formalizara definitivamente su traspaso. Nos abrió la puerta una última vez Midu, que ya hace un tiempo que no vive en el domicilio. Entramos por la entrada principal. Donde durante mucho tiempo estuvo aparcado un Rolls-Royce antiguo, ahora hay vehículos más modernos. Unas escaleras de madera comunican con un espacio luminoso donde se amontonan libros, obras y otros objetos. Antes lo hacían en una especie de caos ordenado, pero ahora la sensación es la de estar presenciando una mudanza. Algunos de los vidrios que dan al patio hexagonal están agrietados y lucen por primera vez sucios.

En el jardín, la piscina está vacía y muchas de las enredaderas secas. El cemento de los arcos que flanquean este espacio ha adquirido un color anaranjado. Se nota que la casa vive en un impasse a la espera de este cambio de manos. En las plantas superiores, el aspecto también es desangelado. Las humedades han aflorado en partes del techo y las paredes, que a capas dejan ver la estructura interna de ladrillos. El segundo jardín que corona el conjunto con un mar de macetas también tiene muchas plantas secas.

Las plantas inferiores aún mantienen la esencia de antaño. La cocina decorada con azulejos rescatados de la fábrica de cerámica Pujol y Bausis -proveedora de arquitectos como Antoni Gaudí o Lluís Domènech i Montaner- donde durante años hubo un loro se mantiene casi igual, aunque se tuvo que cambiar el techo porque se hundía. Alrededor del patio hexagonal, varias mesas de despacho con libros y esculturas sobresalen entre los arcos que dividen el espacio. También se conservan algunas de las múltiples alfombras que cubrían buena parte del suelo y las puertas correderas de madera que permiten dividir la planta en diferentes estancias. En uno de los extremos, se acumulan dossiers con documentación y una colección interminable de llaves. La habitación donde dormía Corberó se mantiene prácticamente sin alterar, como si esperara el retorno de su dueño.

«Él siempre decía que, cuando no estuviera, hiciéramos lo que quisiéramos con todo esto. Es una lástima verlo así, pero estoy cansada, no puedo más», nos confiesa Midu. No debe ser fácil desprenderse de un lugar que ha sido tu casa y más si se trata de un lugar tan especial como este. Pero los quebraderos de cabeza para cuadrar números imposibles pesan más que el sentimiento. «Nadie ha querido saber nada de esto y ahora ya solo quiero quitármelo de encima», lamenta la viuda, que constata que nunca ha habido un interés real de las distintas administraciones por adquirir el espacio.

«Me da una pena terrible. Era la casa de los detalles, de la perfección… Un lugar mágico. Espero que ahora no deje de serlo», apunta al respecto Lluís Lleó, pintor y escultor de renombre internacional y uno de los discípulos del artista barcelonés. Lleó coincide con la viuda y atribuye este silencio administrativo a una falta de sensibilidad crónica por la cultura. «¿Cómo es posible que hasta 2017 mucha gente no supiera que esto estaba aquí?», se pregunta el aprendiz de Corberó.

Lleó es muy crítico con el modelo cultural que impera en nuestro país, al que tilda de «superficial y populista». Considera que Corberó ha sido en parte víctima de esta dinámica, tanto durante su trayectoria poco reconocida en el país como con la casa de Esplugues, y admite que hasta el final mantenía la esperanza de que algún ente público se interesara por el conjunto. «Habría preferido otra cosa porque creo que se podía ser más ambicioso y valiente, pero podría ser peor. Alguien tenía que comprarlo y los nuevos propietarios saben que se han hecho con una casa icónica que también los pone en el mapa. Han sido listos, pero qué pasará ahora es una incógnita», reflexiona, dando un voto de confianza a los nuevos inquilinos de esta gran escultura para que mantengan el legado de su creador.


