Que una obra sobreviva a su creador no es excepcional. En campos como las diferentes disciplinas artísticas o la arquitectura, suele ser la tónica dominante. Es el caso contrario precisamente, que una creación perezca antes que su artífice, lo que es inusual. Y quizás lo que es aún más extraño es que autor y obra desaparezcan casi al mismo tiempo. Quizás uno de los ejemplos más paradigmáticos de esta última anomalía que tenemos en Barcelona es del segundo portal de Mar, erigido durante la década de 1840 por el arquitecto e ingeniero militar Josep Massanès (Barcelona, 1777-1857). Hace una semana os hablábamos en un reportaje en TOT Barcelona de la primera portada, que databa de mediados del siglo XVI y llevaba la firma del ingeniero militar italiano Giovan Battista Calvi, diseñador también de la muralla de mar de la ciudad. Este segundo acceso marítimo a la capital catalana -ubicado entre el pla de Palau y el actual barrio de la Barceloneta– se construyó después de la demolición definitiva de su predecesor en 1833 y fue una empresa compleja que no se pudo culminar hasta los años 1846-1848.
A diferencia del portal primigenio, del cual prácticamente solo se conserva una descripción literaria del poeta sardo Antonio Lofrasso y una representación gráfica a través de un dibujo del artista flamenco Anton Van der Wyngaerde, de la creación de Massanès han llegado hasta nuestros días bocetos y también algunas fotografías. Son, principalmente, de la cara interior, la que daba al pla de Palau. Las instantáneas supervivientes muestran un conjunto monumental de estilo neoclásico, presidido por cuatro columnas jónicas y una cúpula. El edificio tenía dos aperturas laterales en forma de herradura, una para entrar y otra para salir, y era en estos accesos donde se controlaban las mercancías que llegaban a través del puerto. Una placa de mármol colocada en la fachada bajo el escudo real rezaba lo siguiente:
Reinando doña Isabel II, y siendo comandante general de este distrito el Excmo. señor don Antonio Van-Halen, conde de Peracamps, teniente general de los ejércitos nacionales, se concluyó esta obra que dirigió el coronel del cuerpo de ingenieros. don Francisco Huarte y Jaúregui.
Con esta construcción se ponía el colofón al proyecto de reforma del pla de Palau, que debía servir para esponjar esta zona de la capital catalana y erigir cinco nuevas islas de casas, una de las cuales la conocida como Porxos d’en Xifré, donde actualmente se encuentra el restaurante 7 Portes. También en aquella época se inauguró en medio de este espacio la Font del Geni Català, un elemento ornamental dedicado a José Bernaldo de Quirós, marqués de Campo Sagrado y capitán general de Cataluña entre 1824 y 1827. Esta escultura de una figura masculina alada es uno de los pocos ejemplos de estilo imperial que se conservan en la ciudad y se atribuye su autoría al artista italiano Faust Baratta. Escultura y portada convivirían durante poco tiempo. El conjunto monumental acabaría demolido en 1859, junto con buena parte de las murallas y los baluartes, que ya no tenían mucho sentido como elementos protectores y chocaban con el aumento insostenible de la densidad de la población barcelonesa. El portal moría solo dos años después que lo hiciera su creador.

Reticencia histórica al cierre del frente marítimo
Ante esta existencia extremadamente efímera, la pregunta del porqué se dejó construir en un primer momento y derribar después es obligada. Para responder a la cuestión debemos remontarnos a antes incluso del primer portal del Mar. La idea de fortificar el frente marítimo de la capital catalana data del siglo XVI. Hasta entonces, la ciudad había vivido de puertas abiertas al mar. No fue hasta que Barcelona sufrió una ofensiva de barcos castellanos y genoveses el 9 de junio de 1359 que se decidió reforzar esta entrada por la costa. «Históricamente, siempre ha habido mucha resistencia al cierre del frente marítimo. La comunicación con el puerto se quería mantener abierta, integrándolo en la trama urbana, ya que era por donde entraban las mercancías y se fiscalizaban […] Los primeros intentos fueron de poner y quitar, incluso pactándose con carpinteros la venta del material que después se desmontaría«, explica Mikel Soberón, arqueólogo del Departamento de Colecciones del Museo Etnológico y de Culturas del Mundo (MuEC). Estas reticencias provocaron un conflicto entre el emperador Carlos V y el Consejo de Ciento. El primero presionaba para blindar la plaza fuerte marítima que ya era la ciudad entonces, mientras que la administración barcelonesa lo veía como una medida que iba en contra de su modelo de apertura al mar.

La presión monárquica acabaría pesando más que la resistencia local, de manera que se edificó tanto el primer portal de Mar como el baluarte de las Drassanes. El acceso abierto a la muralla medieval se hizo monumental con la voluntad de servir como carta de presentación y a la vez como advertencia para el visitante. La portada, sin embargo, no debía satisfacer las necesidades de rearme militar de la ciudad, así que se fue reforzando a lo largo de los siglos con la introducción de un parapeto, un foso o una contramuralla, entre otros. Estos añadidos quedaron documentados en la intervención arqueológica que se hizo en 2010 en el pla de Palau y la plaza de Pau Vila, en la que trabajó Soberón. El apuntalamiento de la fortificación barcelonesa enfrió hasta el siglo XIX estas ansias de apertura marítima. El sentimiento debió revivir con la demolición del portal de Mar en 1833, pero aún entonces se optó por erigir uno nuevo. «Hay que tener en cuenta que se trata de un cierre militar, no lo hizo ni el Consejo de Ciento ni el Ayuntamiento. No es una obra defensiva como tal, sino que es la monumentalización de un espacio que representaba el poder«, subraya el arqueólogo del MuEC. Soberon remarca que las transformaciones urbanísticas como la reforma del pla de Palau deben entenderse desde la lógica de la configuración de un «espacio teatralizado«, lleno de vida, que quería ser la cara que Barcelona ofreciera al viajero.

El colofón del primer Eixample derrotado por la modernidad
Para ejecutarlo no se eligió a cualquier constructor. Massanès era un ferviente constitucionalista. Había sido capitán de los zapadores -cuerpo de ingenieros militares- y también había capitaneado en el año 1811 uno de los intentos por liberar el castillo de Montjuïc de manos de los franceses. Siete años después proyectaría la ordenación del pla de Palau y el diseño del nuevo portal de Mar, un planeamiento que no comenzaría a ejecutarse hasta 1822, aún con la antigua portada en pie. Esta propuesta suponía la primera idea de Eixample que se puso sobre la mesa de las autoridades barcelonesas, unas cuantas décadas antes del Pla Cerdà que transformaría para siempre la ciudad. Moría el 30 de marzo de 1857, dos años antes de la demolición -ahora sí completamente definitiva- del segundo portal de Mar. Sobre la demolición tanto de este acceso a la ciudad como de las murallas, operación que culminó el 26 de marzo de 1890 con la demolición del baluarte del Rey, hablaba hace dos años en un reportaje publicado en este medio Gregor Siles, historiador y miembro de Tot Història Associació Cultural. «A finales del siglo XIX la densidad de población de Barcelona superaba la de ciudades como Londres o París. Las murallas medievales eran sinónimo de angustia y su demolición supuso una pérdida de patrimonio, pero también un alivio para los vecinos. Entonces, fue un signo de modernidad«, señalaba. Siles considera que estas actuaciones destructivas deben entenderse desde la perspectiva de la época, cuando la función de escudo que hacían las fortificaciones había perdido todo el sentido.

En el caso del segundo portal del Mar, su presencia no solo no respondía a una necesidad defensiva, sino que hacía sombra a los grandes edificios que presidían el nuevo pla de Palau, como la antigua Llotja de Mar. Por eso, se optó por derribarlo solo una década después de haberse construido. Su emplazamiento quedaría sin ocupar hasta 1931, cuando se edificó la Escuela de Náutica, obra del arquitecto Adolf Florensa y único inmueble que separa actualmente el pla de Palau de la plaza de Pau Vila.


