¿Puede morir una librería? Esta es una de esas preguntas que vienen a la mente cada vez que baja la persiana un nuevo establecimiento del sector, uno de los más castigados por las grandes cadenas y superficies. En Barcelona, la sucesión de cierres ha sido una constante en los últimos años, sobre todo en el centro de la ciudad, donde los alquileres desorbitados y la gentrificación ahogan la actividad casi artesanal de los negocios de toda la vida. No todo son malas noticias en la capital catalana. En los últimos tiempos también ha habido aperturas esperanzadoras, pero siempre lejos de barrios como el Gòtic, que antaño habían sido el epicentro de este particular universo literario. Una de las últimas víctimas del gremio ha sido la querida Llibreria Sant Jordi. La muerte de Josep Morales el pasado diciembre a los 58 años dejó huérfano de librero el magnífico local del número 41 de la calle de Ferran. La familia consiguió una prórroga del alquiler para negociar un traspaso y deshacerse de parte del inmenso fondo acumulado desde su apertura en 1983. El negocio cerró definitivamente el pasado 28 de febrero con la incógnita sobre su futuro. Este será el primer Sant Jordi sin la librería y sin Josep.
«La diada era un día muy especial y alegre. Montábamos puesto en la plaza de Sant Jaume, era realmente como una fiesta familiar. El día 22 es mi cumpleaños y siempre pensaba qué error haberme casado con un librero… [dibuja una sonrisa]. Este año lo viviremos con mucha tristeza y añoranza«, reconoce en una conversación con el TOT Barcelona Cristina Riera, la viuda de Morales y encargada de dirigir la librería estos últimos meses de vida. Riera no puede evitar emocionarse al recordar la avalancha de solidaridad que los inundó hasta el último día, con largas colas que se formaban en la puerta del local para hacerse con alguno de los últimos ejemplares a la venta. «El cierre fue precioso. Hemos sentido el apoyo y el cariño. Pase lo que pase, tenemos la sensación de haber marchado dignamente, de una manera muy bonita», asegura la mujer, que aún está en negociaciones para conseguir un traspaso que dé continuidad a la actividad iniciada hace cuatro décadas por el padre de Morales. «Tenemos esperanza. Si hay una nueva etapa será en parte gracias a la movilización de la gente. Sería el mejor regalo de Sant Jordi. Eso, y que no llueva», añade.
Devoradas por los alquileres y un pequeño oasis
El caso de la Llibreria Sant Jordi es solo el último de una larga lista en la que figura desde el pasado mes de octubre la Llibreria Farré. Este negocio de antigüedades literarias ocupó durante cerca de tres décadas el pequeño local del número 24 de la calle de la Canuda, también en el Gòtic. Había tomado el relevo de la Llibreria del Sol i de la Lluna, propiedad del abogado Salvador Savall, que a su vez había seguido el camino iniciado en el siglo XVIII por la librería de la Viuda Serra. Tres siglos dedicados al mundo del libro truncados por unas peticiones de alquiler desorbitadas. «Al final, éramos solo un escaparate en el centro de la ciudad. Mucha gente solo venía a hacer fotos. Ahora tenemos el almacén aquí en Sagrada Familia y, quien entra, es para comprar», señala Pol Farré, la segunda generación de la saga al frente. A pesar de haber perdido su establecimiento histórico, el negocio ha continuado en marcha a través de las ventas en línea, que antes de cerrar el local ya suponían más del 60% de la facturación. «No es una librería como las de toda la vida, pero es que cada vez hay menos gente que compre como antes», reflexiona.

La despedida de los bajos de la calle de la Canuda, sin embargo, no implicará renunciar a la diada de este año. De la mano del Gremi de Llibreters de Vell de Catalunya, la Llibreria Farré dispondrá este miércoles de un puesto en la superilla literaria como cada año desde la pandemia del coronavirus. «No hay ningún día que venda más que Sant Jordi. Antes ponían un stand en la puerta del local, pero habíamos llegado a cerrar la jornada con cero euros. En cambio, en las Ramblas o aquí en la superilla, es un no parar», apunta Farré, que espera poder repetir los buenos números de otros años recuperando esta venta al público directo en buena parte perdida con el traslado al almacén de la calle de Rosselló.
La segunda generación de esta saga de libreros coincidirá en la calle con otro de los establecimientos históricos del sector que ahora hace casi un año cerraba las puertas también por la imposibilidad de hacer frente al precio elevado del alquiler en el Gòtic. Hablamos de Stock Llibres, un negocio con un aura diferente y precios asequibles que desde marzo de 1989 ocupaba un local de alquiler en el número 29 de carrer Comtal antes de verse forzado a bajar la persiana el pasado 29 de junio.

«Hemos tenido puesto frente a la tienda desde aquel primer 23 de abril de hace 35 años. Este será el primer Sant Jordi en el que no podremos hacerlo, por eso la sensación es de nostalgia y tristeza. Todo son recuerdos, pero hay que mirar hacia adelante», afirma Francesc Castel. Este hombre de 61 años fue el primer empleado que tuvo la librería de segunda mano y ha sido el responsable desde que el anterior propietario se jubiló y hasta su cierre. Ahora se encarga de vender el stock sobrante a través de plataformas digitales y también en ferias como la de Santander o la del libro de ocasión antiguo y moderno que se celebra en el paseo de Gràcia a finales de septiembre. «Antes estábamos muy bien ubicados, teníamos muchos clientes del entorno y que pasaban por allí, pero ahora, con el almacén en el Guinardó, estamos más aislados», admite. Por eso, Castel afronta con ilusión el retorno a la venta cara a cara que le otorga este Sant Jordi. «Seguro que venderemos libros, pero también nos reencontraremos con compañeros de profesión y clientes que hace mucho tiempo que no veo y que ya son amigos», destaca.
Entre los transeúntes que esta diada se acercarán a la superilla literaria estará probablemente Riera, que por primera vez en mucho tiempo vivirá un Sant Jordi desde el otro lado del mostrador. «Todavía no sé qué haré… Quizás me acerque a saludar a algunas autoras amigas y, si me veo con ánimo, pasaré por delante de la librería cerrada», dice, mientras confía en que la actividad vuelva al local de la calle de Ferran el próximo año. Al margen de esta posible reapertura, parece claro que la Sant Jordi, así como la Farré o Stock Llibres, continúan vivas en el recuerdo de las personas que compraron allí alguna vez y se la hicieron suya.
