Elena siempre ha vivido en la calle Ferran. En concreto, en una de las viviendas de la primera planta del edificio señorial que se erige en el número 30. Sus padres llegaron de la mano de un tío, que en los años cincuenta era párroco de la iglesia de Sant Jaume, ubicada en esta misma céntrica vía barcelonesa. Esto permitió a la pareja alquilar uno de los pisos de la finca contigua al templo, que convirtieron en el hogar familiar. En el año 1963 nació nuestra protagonista. «Del hospital ya vine directo aquí y desde entonces esto ha sido mi casa», explica en una conversación con TOT Barcelona. Esta mujer de 61 años -cumple 62 en pocas semanas- ha sido testigo de primera mano de la metamorfosis que ha sufrido en las últimas décadas el Gòtic y, especialmente, la calle Ferran, colonizada desde hace tiempo por los establecimientos y los pisos turísticos.

Después de toda una vida residiendo en este inmueble, a escasos metros de la plaza de Sant Jaume, Elena podría ahora verse forzada a abandonar su casa y buscarse la vida lejos de su barrio. El contrato de renta antigua firmado por su padre y subrogado a favor de su madre finalizó en 2022, cuando ella falleció. Tuvo dos años de prórroga, pero, a finales del año pasado, la propiedad le comunicó de manera definitiva que no le renovaban y que iniciaban el proceso para desalojarla. Durante todo este tiempo desde el vencimiento oficial del contrato, la mujer ha continuado pagando religiosamente el alquiler e incluso se ha ofrecido a abonar una cantidad superior a la estipulada hasta entonces, a pesar de la situación de vulnerabilidad en la que se encuentra, que está acreditada con el correspondiente informe de los servicios sociales del Ayuntamiento.
La demanda de los propietarios -una familia que tiene varias propiedades en cartera además de la finca del número 30 de la calle Ferran- desembocó en un primer lanzamiento que se logró detener in extremis el pasado 27 de enero. La movilización vecinal y el apoyo de la entidad Resistim al Gòtic permitió obtener un mes y medio de prórroga que concluye el próximo 4 de marzo, cuando está previsto el segundo intento de desalojo. La agrupación ha intentado en reiteradas ocasiones solicitar que Elena pueda acogerse a la moratoria de desalojos, dado que cumple todos los requisitos y el propietario es un gran tenedor. Sin embargo, el Juzgado de Primera Instancia número 22 de Barcelona ha optado por desestimar todas las peticiones y continuar con el proceso de expulsión de la vecina.

Cuando te expulsan tus propios vecinos
«Casos como este no son un hecho aislado, sino que responden a una dinámica de ciudad y una crisis de vivienda de la que todos son víctimas. Elena debe ser una de las últimas vecinas de toda la vida que queda en la calle Ferran, donde cada vez que alguien compra un piso acaban haciendo viviendas turísticas. Por eso pedimos la paralización inmediata del desalojo, la aplicación de la moratoria y la negociación de un nuevo contrato para que pueda quedarse en su casa», señalaba este miércoles Beza Oliver, portavoz de Resistim al Gòtic, en una rueda de prensa desde la plaza de Sant Jaume. Más allá de los recursos presentados en sede judicial, la entidad también ha apelado a la ONU para intentar detener esta segunda fecha de lanzamiento. A pesar de tener derecho a un alquiler social, la vecina por ahora no ha conseguido tampoco acceder a uno de los pisos de la mesa de emergencia, que está colapsada y tiene al menos varios meses de espera, ni a promociones de protección oficial.

La voluntad de Elena, sin embargo, siempre ha sido la de quedarse en lo que ha sido su hogar durante toda su vida. «Antes de comprar toda la finca, los propietarios tenían el restaurante Compostela que había en los bajos. Me conocen desde que nací y las hijas ahora viven en el ático. Muchas veces coincido con ellas en el edificio y las tengo que ver felices mientras yo me estoy consumiendo. Dicen que no es nada personal, pero las consecuencias son las mismas», apunta la mujer, que ya no conoce a ninguno de sus vecinos porque constantemente entra y sale gente nueva. Todo este proceso está haciendo estragos en la delicada salud de esta inquilina, que justo mañana debería hacer la entrega de llaves. Ha decidido no hacerlo y esperar hasta el último momento con la esperanza de poder seguir viviendo en su piso y celebrar allí su 62 cumpleaños. «Yo ya estaba aquí cuando ellos vinieron… Si alguien puede detener este despropósito, que lo haga. Esto que me pasa a mí le podría pasar a cualquiera. Mi vida pende de un hilo, esto es una tortura», lamenta.

El segundo intento de desalojo de Elena coincide en el tiempo con la despedida de la vecina Llibreria Sant Jordi, que bajará la persiana este viernes 28 de febrero después de más de cuatro décadas de trayectoria en la calle Ferran. A la espera de conocer si finalmente logran traspasar el establecimiento a otro librero, esta céntrica vía barcelonesa podría perder uno de sus últimos comercios históricos no enfocados al turismo y una de sus vecinas seguramente más longevas en un lapso de solo unos días. Un ejemplo perfecto del huracán gentrificador que ya hace tiempo arrasa esta parte del corazón de la ciudad.
