La vida de Josefa Viu está desde hace días empaquetada en cajas de cartón. No es un eufemismo, cada rincón del piso del número 192 de la calle de Sants en el cual ha vivido la última década está lleno de ellas. Las cajas amontonadas guardan recuerdos, utensilios y pertenencias diversas que esta mujer ha ido acumulando a lo largo de sus 80 años. «Perdón por el desorden, ya ves cómo está todo», dice antes de sentarse en una de las últimas tres sillas que aún quedan en el domicilio. La Pepi -como se la conoce en el barrio- se prepara para tener que abandonar definitivamente la que ha sido su casa desde finales de junio de 2014. Lo hace a regañadientes, después de que la muerte de la propietaria de la vivienda a principios de 2023 precipitara que los herederos quisieran ponerlo a la venta. «En febrero de ese mismo año, estaba yo almorzando cuando vinieron los hijos y me dijeron que tenía que irme. Era la primera vez que tenía contacto con los dueños en diez años», explica en una conversación con el TOT Barcelona.
Le dieron hasta el verano para buscarse una alternativa. Acostumbrada a ganarse la vida por sí misma desde que dejó su pueblo -Tamarit de Llitera, una localidad de la franja próxima a Barbastro (Huesca)- con poco más de veinte años para irse a la capital catalana, la octogenaria fue inmobiliaria por inmobiliaria en busca de un piso que pudiera pagar con su pensión de jubilación. Su límite estaba alrededor de los 800 euros, pero todo lo que encontraba no bajaba de los 1.000. «He trabajado desde los 15 años. En una fábrica de géneros de punto, de camarera, de cajera… Habré cotizado unos 45 años, pero, aun así, no encontraba nada que pudiera pagar», lamenta. Consiguió un poco más de margen, pero no fue suficiente para evitar el inicio del proceso de desahucio, ahora alegando que el piso lo necesitaba uno de los nietos de la antigua propietaria. Tras un primer lanzamiento que se pudo detener in extremis en los despachos, la mujer se enfrentaba el martes a un segundo intento. Esta vez, sin embargo, no lo hacía sola. La convocatoria del Grupo de Vivienda de Sants conseguía reunir a casi un centenar de personas a las puertas del edificio para evitar el desalojo.
Aturado hasta el lunes.
— Grupo de Vivienda de Sants (@HabitatgeSants) May 27, 2025
Cada vez son más cortos los días entre un desahucio y otro
Insuficiente para una solución digna.@PSOE con la boca llena y una ley de vivienda que deja un agujero de pisos de temporada, que hace que actualmente sea una odisea encontrar un piso a precio asequible. https://t.co/8puuyL7H8S
La movilización ciudadana, sumada a la falta de efectivos policiales disponibles, logró forzar el aplazamiento de la fecha hasta el próximo lunes 2 de junio. «La noche anterior casi no dormí porque estaba nerviosa. Había hecho la maleta como quien se va de vacaciones por si acaso. Al día siguiente fue muy emotivo. Vinieron muchos vecinos y yo no podía ni hablar, solo dar las gracias», recuerda emocionada. Sin embargo, la victoria del martes solo fue un pequeño respiro que no evitará un nuevo intento el lunes y que no ataca la raíz del problema: la falta de alternativas disponibles en el mercado de la vivienda. «Sé que tendré que irme. Desde que me lo dijeron ya no estoy del todo a gusto en el piso. Solo busco algo habitable, donde poder vivir tranquila», asegura. Resignada a tener que abandonar su casa, la Pepi ya hace unos días que se ha instalado en un hostal que le han ofrecido temporalmente los servicios sociales municipales mientras termina de empaquetar y llevarse sus cosas a un guardamuebles. «Es un parche, una tirita sobre una herida abierta», insiste.

El desgaste de encadenar desahucios
El caso de esta octogenaria no es el primero ni mucho menos de estas características que llega a manos del Grupo de Vivienda de Sants. La entidad ya hace unos años que está notando los efectos de la gentrificación en esta zona de la ciudad, sobre todo en cuanto a los «precios inasumibles» y al crecimiento exponencial de los alquileres de temporada. «Con la Ley de Vivienda a medias estamos poniendo una alfombra roja a los fondos de inversión y esto hace que los vecinos no podamos continuar viviendo en nuestro barrio», apunta Llum, una de las integrantes. A esta jungla en que parece haberse convertido el mercado inmobiliario, se debe sumar un nuevo factor que complica la resistencia ciudadana ante la especulación y los procesos de desahucio: cada vez hay menos tiempo entre las fechas de lanzamiento. «Antes teníamos unos meses de margen, pero ahora se detienen solo unos días o una semana. Parece que hay prisa por desahuciar y esto genera un desgaste tanto para la movilización como para los afectados», subraya. Prueba de esto son los casos bastante recientes de la Medusa en Poble-sec o de Juanjo Hernández en Ciutat Meridiana.
La situación es extremadamente delicada si tenemos en cuenta que la administración tiene dificultades para aportar soluciones más allá de las temporales y que la mesa de emergencia está colapsada. En el caso de la Pepi, dado que no cumple con los requisitos para ser declarada como vulnerable, se le permite quedarse unas semanas en este hostal a la espera de que se libere una vivienda de la bolsa de alquiler social que se adecue a sus necesidades. Antes, se le había propuesto ir a un albergue o incluso la posibilidad de una residencia de ancianos. «Yo soy independiente. No tengo hijos ni puedo pedir una hipoteca o pagar una residencia. Solo pido un piso, si puede ser de dos habitaciones, con ascensor -tiene problemas de movilidad- y un plato de ducha», recalca, recordando que las opciones que le han planteado tanto desde la propiedad como desde el consistorio no cumplen los mínimos.
La mujer estaría dispuesta a trasladarse a otra zona de la ciudad. Ya vivió de alquiler durante tres décadas en el cruce entre las calles de Padilla y Mallorca, en el barrio de la Sagrada Familia. De hecho, decidió cambiarse cuando instalaron el ascensor en la finca y solo dieron las llaves a los propietarios, a pesar de ser conocedores de sus problemas de movilidad. Ahora bien, le gustaría poder continuar residiendo en Sants, donde ha vivido la última década y ha hecho red. «Aquí tengo amistades y todo el mundo me conoce, desde la panadería hasta la ferretería o la farmacia. Me siento cómoda porque es mi casa», afirma. La Pepi no se plantea, sin embargo, irse de Barcelona, donde lleva más de media vida. «Me han llegado a decir que por qué no me voy a Lleida o Terrassa. Hace unos años aún me lo habría pensado, pero ahora no. Tener que vivir todo esto a los 80 años… Estoy decepcionada«, remata. A pesar de la difícil situación en que se encuentra, la octogenaria no escatima elogios ni agradecimientos para los miembros del Grupo de Vivienda de Sants, con quienes se conocieron hace solo tres semanas. «Ellos hacen lo que mucha gente no hace. Hay muchos desahucios silenciosos y es importante que se sepa. Para mí ha sido como pasar de la noche al día, ahora siento que tengo un apoyo detrás. Solo me arrepiento de no haberlos conocido antes», concluye.
