«Se aproxima a una lectura de la ciudad que pasa por Poe, Baudelaire, Benjamin o el expresionismo alemán, por el hecho de sentir y crear la ciudad como algo terrible; buscando su belleza terrible». Influido por el arte Pop, pero de manera más inclinada que los objetos de Oldenburg que contiene: la manipulación de escalas y el uso del signo». Así definía el arquitecto Eduard Bru el proyecto de urbanización del Área Olímpica del Valle de Hebrón que él mismo dirigió entre 1986 y 1992. Tenía el encargo de vertebrar y cohesionar una zona desangelada, y lo hizo creando el parque del Valle de Hebrón, un espacio heterogéneo que unía varios puntos verdes situados entre las instalaciones deportivas olímpicas.
«Es un parque inspirado en la ronda de Dalt, que se hizo para los Juegos Olímpicos, donde todo fluye como el agua. Es realmente rompedor, y sobre todo, contrasta por su modernidad e inspiración pop con el otro gran proyecto urbanístico de la Barcelona olímpica, la Villa Olímpica del Poblenou. Los espacios públicos diseñados por Eduard Bru en el Valle de Hebrón miraban hacia el futuro, mientras que los espacios públicos de la Villa Olímpica de Oriol Bohigas miraban hacia el pasado», destaca en conversación con el TOT Barcelona Francesc Muñoz, profesor de Geografía Urbana y director del Observatorio de la Urbanización en la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB). Como hace con sus alumnos, nos acompaña a dar un paseo por este espacio que hace tres décadas fue un referente de la modernidad urbanística, pero que desde hace unos años ha caído en el olvido y se encuentra en un estado de degradación considerable. Suciedad, dejadez, espacios deteriorados y, sobre todo, «un olvido social de un gran proyecto urbanístico que fue referente de modernidad», concreta Muñoz.

Esculturas degradadas y un proyecto urbanístico rompedor poco valorado
Una de las obras más representativas de este concepto de fluidez y movilidad como homenaje a la ronda de Dalt es la Escala sin fin. «Es una obra muy brutalista, es cemento sin ninguna decoración que imita una autopista con detalles como las protecciones metálicas. Y cuando subes por las escaleras, realmente tienes la sensación de que no llegarás al final», comenta Francesc. Pero cuando llegamos, después de haber pasado por detrás de una valla que hace años que tapa parcialmente la entrada, reina la suciedad, los grafitis medio borrados, trozos de escaleras agrietadas y vallas oxidadas. Y arriba, colchones podridos y toda clase de objetos que convierten la parte alta de la Escala sin fin en un vertedero. Esta obra abandonada forma parte del conjunto de esculturas e intervenciones artísticas que el arquitecto catalán incluyó con la idea de monumentalizar la periferia de la ciudad. Son ejemplos Forma i Espai, de Eudald Serra, Dime, dime, querido, de Susana Solano, los famosos Mistos, de Claes Oldenburg, o la Cabriola, de Juan Bòrdes. Todo un patrimonio artístico que ahora «permanece olvidado por los barceloneses y lucha por sobrevivir sin ningún cuidado y mantenimiento», lamenta el director del Observatorio de la Urbanización en la UAB.

De hecho, Francesc Muñoz también alerta que la ciudad ha dejado abandonado un espacio que no solo tenía virtudes arquitectónicas y urbanísticas, sino que comprendía e integraba las necesidades de sus vecinos. Lo ejemplifica con un espacio que durante muchos años sirvió para que la gente lavara su vehículo. «Eduard Bru concibe el Área Olímpica como un espacio que reconoce el uso que la gente hace del espacio público, da dignidad a usos del espacio público que la gente tiene que hacer de manera miserable, como lavar el coche. Pues él diseñó todo un espacio detrás de una escultura preciosa de Susana Solano con todo de cañas para que la gente llevara el coche a lavar. Es un parque que leyó la realidad metropolitana de la época, y esta es otra gran virtud del proyecto que también ha caído en el olvido. Y todo esto no lo tiene la Villa Olímpica».

Curiosamente, llama la atención la desidia con que se han añadido elementos urbanísticos nuevos a la zona sin tener la más mínima sensibilidad estética. Un ejemplo, la marquesina de bus junto a la escultura ‘Forma i Espai’, de Eudald Serra, como se puede ver en la imagen inferior. «Es un ejemplo más del poco cuidado con los paisajes heredados».
Estos «paisajes heredados» de la propuesta arquitectónica de Eduard Bru se ven en muchos otros puntos del parque del Valle de Hebrón, dejados al abandono o sin el valor que merecen. Francesc Muñoz alerta que se ha dado poco valor a lo largo de los años a «un proyecto muy elegante y muy ligado a la naturaleza, que recoge el ADN de una zona -ahora el barrio del Valle de Hebrón- con mucho verde, camino de paso histórico de la montaña a la ciudad y que supo integrar el asfalto de la ronda de Dalt».

¿Y cuál es la razón de este olvido? «Somos una sociedad conservadora y nostálgica, por eso ha triunfado el proyecto de la Villa Olímpica y no el del Valle de Hebrón. Allí tienen playa y están en el corazón de la ciudad, que mira al mar. Y aquí estás en la periferia. Pero es que la arquitectura no solo debe satisfacer cuestiones estéticas y de ocio, sino que debe hacer pensar y reflexionar. Y justamente eso es lo que hizo Eduard Bru».
Actualmente, algunos espacios del parque, aunque deteriorados, sirven a los vecinos para otros usos. Por ejemplo, hacer ejercicio o jugar al pádel y tenis en las paredes que hay bajo las plataformas que unen el parque. Pero ya no hay el color que impregnaba espacios y paredes en aquella Barcelona olímpica, con grandes espacios pintados de verde, naranja o amarillo. El sol se ha ido comiendo el color y nadie ha hecho nada para devolver la luz a estos espacios.

El recorrido por esta cara olvidada de la Barcelona de 1992 no podía obviar una de sus esculturas más conocidas, los Mistos, de los artistas Claes Oldenburg y Coosje van Bruggen, un referente de la cultura pop estadounidense, conocidos sobre todo por piezas que reproducen objetos esenciales a tamaño gigante. Ubicados en la calle de Jorge Manrique, estos Mistos sí que presentan un estado de conservación más digno, y están situados justo delante de la reproducción del Pabellón de la República, que se hizo también con ocasión de los JJOO. En 1992, los arquitectos Espinet y Ubach hicieron una réplica exacta utilizando los mismos materiales precarios que se emplearon en los años treinta, y dejaron el edificio tal como era: un gran contenedor vacío, casi sin paredes, a través del cual se marcaba un recorrido. Los compartimentos quedan cerrados con unas estructuras metálicas, de vidrio en la primera planta y de fibrocemento en la segunda. Este uso lo ha salvado de una degradación en paralelo a muchas otras instalaciones del Valle de Hebrón olímpico, pero la señalización y los paneles explicativos del edificio no han podido escapar de ello.

Antes de llegar a la parte alta del parque, recorremos el camino de Sant Genís a Horta, donde el arquitecto Eduard Bru quiso reproducir la sensación de caminar por el barro que tenían los antiguos viandantes. Otra prueba de que el arquitecto quiso integrar la realidad de la zona en la nueva urbanización. Y terminamos el recorrido frente a la obra Cabriola, de Juan Bòrdes. Hay una escultura de un niño haciendo una voltereta, que de hecho es una reproducción, porque la original fue robada. Aquí, bien escondido, se puede observar el único símbolo original que se conserva de los Juegos Olímpicos, los cinco anillos con el año 1992 -ver foto inferior-, porque tampoco quedan los pictogramas originales que indicaban los deportes que se practicaban en cada uno de los recintos deportivos del Valle de Hebrón.

Después del paseo por este espacio, se constata que la gran revolución urbanística de los Juegos Olímpicos ha quedado olvidada y degradada. «El resultado tres décadas después es que hay unos espacios muy conocidos, que han generado una imagen turística de Barcelona, y otro espacio que tenía una vocación rompedora y muy inteligente de leer el futuro de la ciudad ha quedado olvidado. Es una gran injusticia», concluye Francesc Muñoz.




