Tot Barcelona | Notícies i Informació d'actualitat a Barcelona
El movimiento por la vivienda se conjura en Barcelona contra «la economía vampírica»

Sílvia Federici supera las dificultades técnicas de la videollamada que la conecta con Barcelona con una sentencia sombría. «No había vivido un momento político tan nefasto, difícil e injusto como el actual«, constata la pensadora italiana establecida en Nueva York. Una semana y media después de la segunda victoria de Donald Trump en las elecciones estadounidenses, con la extrema derecha acechando el gobierno de la primera potencia europea y con dos guerras a las puertas de Europa, el diagnóstico se hace evidente. También lo es -sin necesidad de viajar- para los presentes en el local de la Plataforma de Afectadas por la Hipoteca, la mayoría víctimas de la profunda crisis de la vivienda que padece el país y, aún más intensamente, la ciudad. En solo cinco años, los alquileres se han disparado más de un 21%, y en la mayoría de distritos la media ya supera, según los datos de la Generalitat, los 1.000 euros mensuales. Sobre este telón de fondo, la capital del país sirve de epicentro de un nuevo intento de movilizar un descontento que trasciende las fronteras catalanas. Federici marca el inicio de la Asamblea Popular Internacional por la Vivienda, un encuentro dedicado a plantear fórmulas de resistencia colectiva a un rentismo al alza, coincidente con el decimoquinto aniversario de la PAH y que durará hasta el próximo 17 de noviembre. Aquel «trabajo muerto que vive más cuanto más trabajo vivo succiona» toma, ahora, la forma bien conocida de un contrato de arrendamiento.

«¿Qué es la economía vampírica? Aquel momento del desarrollo capitalista en el cual necesita aún más el expolio y la desposesión», incita Federici. Y, en un momento de transición masiva hacia los entornos urbanos, gana protagonismo entre los recursos vampirizados la misma vivienda. Siempre con un ojo puesto en las luchas de los 60 y los 70, especialmente los primeros impulsos descoloniales y, posteriormente, el altermundismo; la filósofa establece una clara «continuidad entre la lucha por la tierra -el agua, los bosques- y la de la vivienda»; dada la íntima conexión que un techo tiene con la capacidad de hacer una buena vida y, aún más, de reproducirla. Igual, pues, que en los casos de las resistencias del sur global, vinculadas al territorio, la pensadora construye puentes entre el movimiento por la vivienda y los objetivos de los feminismos. Los primeros recuerdos de la vivienda como derecho aparecen -«yo que soy mayor y tengo memoria», bromea- en el movimiento feminista de los años 70, cuando las mujeres militantes reclamaban la gratuidad -en tanto que lugar de trabajo no remunerado, centro de las tareas de cuidado para el «sujeto principal de la reproducción»-. «Si el hogar es nuestra fábrica, ¿tenemos que pagar la renta?», cuestiona.

La batalla de la vivienda, continúa, también es una por el tiempo de vida. En un entorno de trabajos precarios y anclada por alquileres e hipotecas cada vez más expansivos, la fuerza de trabajo se ve obligada a dedicar más y más horas a la actividad productiva. Así, las subidas de los precios cumplen una función de extracción de renta, pero también sirven para «disciplinar los movimientos» que se oponen a ella. Las consecuencias de un arrendamiento más caro, o de una deuda inmobiliaria creciente, «recortan nuestra vida, la reducen». Por el contrario, un techo garantizado es una «base indispensable» no solo para la organización social, sino para la autonomía misma de los ciudadanos. «Nuestras luchas también necesitan infraestructuras», remata la pensadora; dada la inmensa dificultad que supone la movilización sobre un fundamento de inseguridad material. Poner fin a este conflicto, pues, resuelve buena parte de los problemas del día a día de la población; pero también allana el terreno para «transformar nuestras comunidades en comunidades de resistencia».

Detalle de unos carteles de la PAH pidiendo ‘Stop desahucios’ | Imagen de archivo ACN

El hogar y el barrio

Los mismos mecanismos que disparan los precios de la vivienda, argumenta Federici, sirven para desmantelar el tejido social que la rodea. Las largas jornadas laborales necesarias para afrontar los gastos crecientes recortan, como daño colateral, vínculos afectivos inmediatos fáciles de construir en otros momentos históricos. En etapas del modo de producción más orientadas a la industria -a la fábrica- los barrios y los lugares de trabajo eran «comunidades donde todos se conocían, todos sabían quién era su vecina». En paralelo a la centrifugación de trabajadores de sus hogares también se da, argumenta, una atomización de espacios que antes eran colectivos. Así, la batalla por un techo digno supera los umbrales del piso o la habitación: impregna los vecindarios, las calles y los distritos. La mercantilización que aleja la casa como base material de la vida también transforma las calles en «lugares por donde caminar rápidamente cuando vamos a comprar o al trabajo». «Tenemos que reconquistar las casas, pero también la calle», razona Federici, como espacio compartido, público. «Sin esto es muy difícil alimentar nuestra lucha».

Cuestión de imaginar

El avance de esta «economía vampírica» que da título a las jornadas, pues, derrumba lo común, diagnostica la autora. Más pernicioso es aún, sin embargo, su efecto sobre el largo plazo -y, más aún, sobre cómo se piensa que será este-. La incertidumbre vital que emana de estas condiciones, observa Federici, pone límites incluso a lo que la ciudadanía es capaz de pensar: «la miseria que vivimos limita nuestra imaginación», sentencia. Cubrir estas necesidades básicas, y hacerlo de tal manera que se rehagan las relaciones con el entorno, es también una chispa que anima a inventar, dado que «cuando estamos juntos, la imaginación se expande; podemos imaginar una sociedad diferente». En este sentido, alaba la iniciativa de la PAH con las presentes jornadas, que suponen un salto de una lucha «microscópica» -como puede ser detener un desahucio- hacia todo un proyecto, incluso de civilización. «Que la organización concreta se convierta en una semilla del mundo que queremos construir», concluye la pensadora.

Nou comentari

Comparteix

Icona de pantalla completa