Las naves centrales del antiguo recinto fabril de Can Ricart se caen a pedazos. Catalogado como bien cultural de interés nacional, el recinto dispone de edificios y espacios privados y otros municipales. Gran parte de los inmuebles públicos esperan desde hace dos décadas una transformación que no llega. En el camino se han quedado proyectos como la Casa de las Lenguas, que debían impulsar el Ayuntamiento y la Generalitat, y ahora todo apunta que pasará lo mismo con el campus universitario que la Universidad de Barcelona (UB), y otros 19 centros, quieren desarrollar allí. Ahora, el Ayuntamiento reconsidera el proyecto de la UB por la falta de financiación y fija como fecha el 2025 para definir los usos de las naves de Can Ricart.

El Ayuntamiento recuerda que hace cerca de 10 años se firmó el acuerdo con la UB para impulsar un campus de Humanidades en Can Ricart. Con posterioridad, el proyecto se replanteó y se dijo que se haría un campus vinculado a las Artes Escénicas y Visuales. Sea como sea, ninguna de las dos propuestas ha salido adelante. El motivo es que «no se han conseguido los recursos económicos para llevar a cabo la rehabilitación de las naves», explican fuentes del consistorio barcelonés. El presupuesto para el campus universitario es de unos 16,1 millones de euros y la intención de la UB era que se financiara con fondos europeos. Con este panorama, todo parece indicar que el campus universitario en Can Ricart está en peligro.

La UB dice que mantiene el proyecto
En respuesta al TOT Barcelona, la UB reconoce que no ha habido novedades sobre la financiación de Can Ricart en los últimos meses. Recuerda que el campus de las Artes «es un proyecto interuniversitario» que cuenta con la implicación de los 19 centros de educación superior de Cataluña. La UB dice que el proyecto del campus se mantiene, «pero su ubicación en Can Ricart está condicionada a la financiación para las obras de reforma y acondicionamiento de este espacio».

Una cooperativa industrial podría ocupar Can Ricart
Una posibilidad que se ha puesto sobre la mesa es que las naves públicas en desuso de Can Ricart las ocupe la cooperativa TMDC de cotrabajo. Ahora, esta empresa está ubicada en 13 naves -unos 5.000 m²- del polígono del barrio de la Verneda i la Pau, en la parte alta de la rambla de Prim. Pero las naves están amenazadas de demolición por un plan urbanístico que convertirá suelo industrial en residencial. No obstante, el Ayuntamiento cierra la puerta, de momento, al traslado de TMDC a Can Ricart. «No es viable el traslado a las naves de Can Ricart de acuerdo con el vigente convenio entre el Ayuntamiento de Barcelona y la UB. La cooperativa TMDC está en contacto con Barcelona Activa para encontrar ubicaciones alternativas para desplazar la actividad», apuntan las fuentes consultadas.

Desde la Asociación de Vecinos del Poblenou, Salvador Clarós, autor del libro Can Ricart i el patrimoni industrial de Barcelona, opina que con los años que han transcurrido desde la firma del convenio con la UB ha quedado claro que el proyecto de campus universitario ha fracasado y el acuerdo firmado debe revertirse para buscar nuevos usos en Can Ricart. Clarós defiende la necesidad de que en el 22@ haya «suelo industrial público» para empresas de actividades manufactureras urbanas -como carpintería, metalurgia, cerámica o pequeñas construcciones- que no pueden pagar los elevados precios de alquiler del 22@, y en este sentido Can Ricart «es una oportunidad», ya que es la pieza más grande, con entre 6.000 y 7.000 m², sostiene.

La rehabilitación de Can Ricart «es urgente»
Clarós, miembro de la junta directiva de la entidad vecinal del Poblenou, valora que el proyecto de TMDC es ideal para ocupar las naves del recinto fabril, ya que se trata de una cooperativa solvente con talleres de actividades diversas que se dedica a alquilar espacios y maquinaria a empresas que quieren desarrollar proyectos de construcción, a la vez que ofrece formación y asesoramiento. Clarós subraya que la rehabilitación de las naves de Can Ricart «es urgente», estima que los costos pueden oscilar entre los 14 y 20 millones de euros y plantea que el Ayuntamiento podría llevarlo adelante con la colaboración del Consorci de la Zona Franca, un organismo público que se dedica a la planificación, ordenación y urbanización industrial de los terrenos que son de su propiedad.

Una inversión privada de unos 400 millones de euros
Mientras la parte pública de Can Ricart agoniza, la parte privada toma forma a velocidad de crucero, con edificios de oficinas, hoteles y lofts de lujo, con una inversión de 400 millones de euros. Can Ricart es un gran recinto que corresponde a unas cuatro manzanas del Eixample, entre las calles del Marroc, Espronceda, Perú y Bilbao, cerca de la Diagonal y del Parc Central del Poblenou, ideado por el arquitecto Jean Nouvel. Cuatro edificios de oficinas ya se han terminado o se encuentran en fases muy avanzadas de obras que supondrán unos 70.000 m². También se ha construido el hotel LabTwentyTwo, de 16 plantas, y el arquitecto, urbanista y ex concejal de Arquitectura del Ayuntamiento Daniel Mòdol ultima la transformación de cuatro naves industriales de Can Ricart en 25 lofts. Entre los pocos espacios públicos que se han recuperado de Can Ricart está la fábrica de investigación y producción artística Hangar y el Casal de Joves, que ahora se está ampliando.

En una entrevista con el TOT Barcelona, Mòdol explica que en la construcción de las 25 viviendas trabajan con la más alta catalogación patrimonial y con unos volúmenes que no estaban pensados para usos residenciales. «Será un avance muy importante en Can Ricart a expensas de que se desarrolle la parte pública. Somos como la Galia. Estamos allí en medio, haciendo vivienda con volúmenes pequeños… El sector se ha consolidado y solo quedará una pieza: que el Ayuntamiento apueste urgentemente por intervenir sobre un patrimonio que es muy importante». Mòdol también se refiere al campus de la UB como un proyecto que está parado y opina que el Ayuntamiento debe hacer una reflexión, no solamente con Can Ricart, «sino con toda la política de protección del patrimonio, y también en la manera en que se gestionan los planeamientos». Y añade que quien no está haciendo los deberes en Can Ricart es el consistorio. «El proceso comenzó hace casi 20 años y lo que está protegido se está degradando a un ritmo muy alto, que, incluso, cuestiona, el valor patrimonial que se le atribuía».

En agosto de 2023, el Ayuntamiento aprobó en comisión de gobierno un proyecto urbanístico para este ámbito, con una afectación de cerca de 18.000 m², que debe servir para “relacionar los edificios existentes, potenciar las zonas verdes y el patrimonio arquitectónico, y generar un nuevo punto de encuentro de referencia para el barrio”. Entonces, el consistorio dijo que se querían habilitar unos 3.500 m² de verde en esta zona, con un centenar de árboles, una nueva fuente ornamental, nuevo mobiliario y un aparcamiento para bicicletas. Las obras se financian con capital privado y cuestan unos 13 millones de euros. Una de las prioridades es la apertura del eje de la calle de Bolivia que cruza Can Ricart por el medio.

La historia de Can Ricart
El recinto fabril de Can Ricart es de mediados del siglo XIX. Se comenzó a construir a partir de 1853 en unos terrenos del entonces municipio de Sant Martí de Provençals, cerca de la carretera de Mataró. El impulsor fue el industrial Jaume Ricart i Guitart, que construyó allí una fábrica de estampados movida por vapor. El primer arquitecto fue Josep Oriol i Bernadet, quien fue sustituido por Josep Fontserè i Mestres después de la muerte de Oriol en 1860. Con años posteriores, la fábrica se fue ampliando. En 1913, Can Ricart pasó a manos del grupo empresarial textil Bertrand y Serra. A partir de la década de los años 20 del siglo pasado, Can Ricart se convirtió en un parque industrial de locales de alquiler, explica la Viquipèdia, con empresas como la Compañía Hispano Filipina y la Sociedad Ibérica de Industrias Químicas. También se mantuvo la actividad textil en una parte de la nave principal y en una de perpendiculares por parte de una «empresa de estampados que en 1931 había pasado a ser propiedad de J. Font y que hasta hace pocos años se ha mantenido como fábrica de tintes». Después de la Guerra Civil, abrieron en Can Ricart empresas del sector del papel y las artes gráficas y talleres mecano metalúrgicos. En 2008, el conjunto fue declarado bien cultural de interés nacional, después de una movilización vecinal y de expertos y de incendios sospechosos en algunas de las naves en los primeros años del siglo XXI. En el ámbito patrimonial, el Ayuntamiento destaca «la torre del reloj de sección cuadrada con reminiscencias neorrománicas, y la chimenea de obra vista».



