Toda revolución necesita un símbolo. Un estandarte que lidere la causa y sirva de referencia para los acólitos que decidan unirse. En eso se ha convertido un poco sin querer la Casa Orsola y, por defecto, en Josep Torrent. Este profesor de instituto de 49 años es el primer vecino de este edificio centenario de la Nova Esquerra de l’Eixample que podría tener que abandonar la que ha sido su casa durante las últimas dos décadas porque la propiedad no quiere renovarle el contrato. El desalojo está previsto para este viernes. Será el tercer intento, pero esta vez no se espera una misiva de los juzgados que detenga el proceso in extremis. Ahora bien, el inquilino no vivirá este desalojo solo. Lo hará acompañado en primera instancia del grueso de los vecinos del inmueble -entre los cuales hay más afectados y otros con contrato de renta antigua- y de una comitiva ciudadana que, a la espera de ver cómo se concreta, apunta a una de las movilizaciones más importantes de los últimos años en la defensa por el derecho a la vivienda.
Diferentes factores parecen haber influido en el eco mediático y social de este caso. Que la protesta multitudinaria del pasado 23 de noviembre terminara con un manifiesto leído desde uno de los balcones de este edificio, ubicado en la intersección entre las calles de Calàbria y del Consell de Cent, no fue una coincidencia trivial. El caso de estos vecinos ha logrado hacerse un hueco en la actualidad informativa, convirtiéndose en un verdadero símbolo de la lucha contra la especulación en la ciudad. No han sido experiencias de éxito como la cruzada de dos fincas hermanadas contra el fondo Second House, ni tampoco uno de los múltiples desalojos de familias vulnerables que tienen lugar cada semana en zonas como el distrito de Nou Barris. Ha sido un inmueble ubicado en pleno Eixample el que ha logrado abanderar la grave crisis de alquileres que sufre Barcelona, ganándose incluso varias menciones en la última gala de los Premis Gaudí.
«No diría que es el elemento principal, pero el hecho de que el afectado sea de clase media es sin duda un punto que singulariza este caso. Es uno de los nuestros y eso siempre hace que haya más sensibilidad al respecto», señala en declaraciones a TOT Barcelona José Mansilla, antropólogo urbano y profesor de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB). El experto en conflictos urbanos y turismo considera que este factor, junto con el hecho de que el edificio se encuentre en plena superilla de l’Eixample y que la problemática de la vivienda esté ahora en su punto álgido, con un Sindicat de Llogateres más fuerte que nunca, han creado un cóctel muy significativo que lo ha hecho erigirse en este referente simbólico del movimiento pro vivienda. «Cuando hay desalojos en otros lugares, normalmente son personas que no tienen los mecanismos ni la capacidad para hacer este relato. Este caso es el que más se parece al prototipo medio, podemos reflejarnos en él, y eso es parte de su éxito», reflexiona el antropólogo.

Un problema de ‘la gente normal’
Detrás de todo el revuelo mediático, sin embargo, hay un vecino del Eixample que poco esperaba hace tres años esta fama sobrevenida. Cuando Torrent decidió plantarse ante las negativas de la propiedad a renovarle el contrato, lo hizo sin muchas pretensiones ni expectativas, consciente de que tenía todas las de perder. Esta apariencia de serenidad lo ha acompañado durante todo el largo proceso judicial que ha desembocado en esta fecha de lanzamiento y solo se ha visto alterada en las últimas semanas por la cantidad de propuestas de entrevistas y mensajes que le han inundado el móvil y han monopolizado su vida fuera de las cuatro paredes del instituto. «No esperábamos todo esto. Mucha gente se identifica con el caso porque o bien está sufriendo una situación similar o puede encontrarse en ella en el futuro. No he tenido tiempo ni de pensar en el viernes… Sé que no dormiré en la calle si me echan, pero significará que ha ganado el lobby inmobiliario», afirma el inquilino, que se prepara un cigarrillo en uno de los bancos ubicados frente a la Casa Orsola mientras su teléfono no para de vibrar e iluminarse con cada nuevo mensaje y llamada perdida.
Torrent se muestra convencido de que el camino iniciado después de que su contrato de alquiler venciera el 30 de abril de 2022 ha sido el correcto. «Al Josep de entonces le diría que hiciera lo mismo. Me he sentido en todo momento acompañado», destaca. Cuando habla de este trayecto compartido, se refiere tanto a sus vecinos, tres de los cuales también a la espera de un desalojo, como al Sindicat de Llogateres, en el cual se ha implicado a fondo. «He conocido gente en la misma situación y he visto de primera mano la importancia de recuperar este espíritu de comunidad. Ya no espero nada de las administraciones, solo que vean que esto se ha convertido en un problema mainstream que afecta a personas normales, que solo queremos un trabajo que nos guste y un techo para vivir», insiste.

El caso de este profesor de instituto no es solo un aviso para navegantes de un escenario que se puede repetir en diferentes bloques de pisos barceloneses, sino que también lo es para el resto de inquilinos de su mismo inmueble, más allá de los ya afectados. Al menos seis familias más del total de 27 viviendas que tiene el edificio verán cómo sus contratos finalizan en los próximos años sin poder optar a una renovación, lo que terminará dejando el inmueble prácticamente vacío, solo con los vecinos de los ocho pisos que tienen un contrato de alquiler indefinido de renta antigua. Las viviendas restantes ya están funcionando en estos momentos como pisos para alquileres de temporada, triplicando prácticamente el precio que habían pagado hasta ahora los ocupantes.
La cuarta generación de los Orsola cierra el círculo
La cruzada de la Casa Orsola ha recibido innumerables apoyos en estos cerca de tres años de lucha. Sin embargo, quizás ninguno tan significativo como el de los descendientes de la familia que hace más de un siglo erigió el inmueble en un Eixample todavía muy incipiente. «Era una historia que habíamos oído muchas veces de pequeños. Sabíamos que nuestro tatarabuelo tenía una fábrica importante de baldosas hidráulicas en esta manzana y que había encargado a un arquitecto la construcción de un edificio para ubicar allí las oficinas», recuerda Àlex Orsola. Esta mujer es la tataranieta de Giovanni Orsola, un industrial natural de Mattia -una localidad italiana muy cercana a Turín- que fundó en 1876 en ese punto de la capital catalana la compañía Orsola, Solà y Cia, uno de los fabricantes más importantes del Estado especializado en este tipo de baldosas esgrafiadas. El negocio fue todo un éxito y los reconocimientos no tardaron en llegar en forma de medalla de oro en la Exposición Universal de Barcelona de 1888 o de diploma de honor en la Exposición de Bruselas de 1892.
En el marco de esta expansión empresarial, que llevó a la compañía a exportar su producto a América Latina, se construyó en 1913 en unos terrenos adyacentes a la fábrica el inmueble que acabaría convirtiéndose en la Casa Orsola, tomando el apellido de su promotor. Con la muerte del fundador en 1929, uno de sus hijos siguió el negocio durante unos años en otro recinto ubicado en la zona de la Verneda, pero su repentino fallecimiento detuvo en seco la actividad industrial. A partir de ese momento, el rastro de la familia se difumina. Una parte de los descendientes vuelve a Italia con motivo del estallido de la Guerra Civil, mientras el extenso patrimonio hasta entonces acumulado por esta saga se diluye poco a poco. «Mi padre recuerda que la iglesia terminó quedándose el edificio en algún momento, pero perdimos la pista. Eso sí, como somos del barrio, siempre que pasábamos por delante, nuestra abuela nos decía que había pertenecido a la familia», explica la tataranieta del industrial italiano, que desconocía hasta que salió en los medios que la finca había acabado en manos del fondo Lioness Inversiones SL, que la adquirió en 2020.

Los Orsola llevaban un tiempo siguiendo de lejos la situación de los vecinos de la finca que erigió su antepasado. Hasta ahora no se habían atrevido a dar el paso de hablar con los inquilinos, pero el estallido mediático definitivo del caso les terminó de convencer para hacerlo. «Fue impactante ver nuestro apellido en todas partes: en las noticias, colgado en los balcones… Contactamos con ellos para explicarles que no teníamos nada que ver con la actual propiedad y que, nos sabía mal, pero no podíamos hacer nada para ayudarles con esta injusticia», apunta la tataranieta. Lejos de convertirse en un mensaje en vano, este contacto insufló ánimos tanto a Torrent como al resto de afectados. «Se emocionaron muchísimo. Que esto ocurra en un lugar donde nació algo tan identitario barcelonés como las baldosas hidráulicas o el panot es cuanto menos irónico. Es una problemática que nos afecta a todos, solo de pensar en tener que dejar mi piso…», señala Orsola, que junto con su padre acudirán este viernes a apoyar la concentración para evitar el desalojo.
Un pulso por mucho más que un desalojo
Las últimas horas antes del lanzamiento prometen ser frenéticas. Desde las seis de la tarde de este jueves, el Sindicato ha organizado una serie de actos, conciertos y charlas a las puertas de la Casa Orsola que se prolongarán hasta la noche y que prevén tener continuidad el viernes por la mañana. En paralelo, el trabajo en los despachos parece continuar para poder evitar un desenlace como el de la Antiga Massana, que fue desalojada en una operación relámpago esta misma semana. Precisamente, a pesar de tratarse de dos casos bastante diferentes, este precedente ha puesto todos los focos en este edificio del Eixample y podría terminar de jugar un papel clave en la movilización ciudadana para detener el desalojo. El Síndic de Greuges de Barcelona se ha ofrecido a mediar entre los propietarios del inmueble y los inquilinos, solicitando a las partes implicadas que hagan «todos los esfuerzos posibles» para encontrar un espacio de diálogo y reflexión que permita llegar a una solución de «consenso». En la misma línea se ha pronunciado el comisionado de Vivienda, Joan Ramon Riera, quien ha asegurado que trabajan para poder suspender el lanzamiento y abrir estas negociaciones aportando los «recursos» necesarios, todo indicando que no tirarán la toalla «hasta el último momento» y que también pretenden evitar que se puedan producir más casos como este en la capital catalana.
Por su parte, el fondo propietario de la finca se muestra contundente y avisa que no dará su brazo a torcer a pesar de las «campañas de presión y desprestigio» que han impulsado desde el Sindicato y otros grupos afines. «Desde junio de 2022, la finca ha sufrido varios episodios de ocupación y la prolongación ilegal de la estancia en viviendas cuyos contratos habían finalizado […] Todas las personas que se han puesto en contacto directo para negociar de manera individual han conseguido un acuerdo satisfactorio», subrayan en un comunicado. Los propietarios, por tanto, no parecen dejar margen para la negociación fuera de estos términos e instan a las administraciones competentes a «dotar de más recursos el sistema judicial» para que los procedimientos de desalojo y reclamación de la vivienda se resuelvan en «plazos razonables», evitando de esta manera que se perpetúen «situaciones ilegales».

El entendimiento entre propiedad e inquilinos parece ahora imposible. De modo que, si no hay un giro de guión inesperado, el proceso de desalojo continuará adelante. «Este caso se ha convertido en un símbolo no porque sea excepcional, sino precisamente porque muestra un proceso que se está repitiendo en muchos otros bloques. No solo es significativo cómo actúa la propiedad, también cómo los vecinos se han plantado para exigir una negociación colectiva para quedarse», precisa el portavoz del Sindicato, Enric Aragonès.
De hecho, uno de los objetivos principales de la maratón de actos iniciada este jueves es visibilizar aún más esta problemática y poner frente al espejo a las administraciones, que con decisiones como el freno a la regulación de los alquileres de temporada no solo no han impedido, sino que han «incentivado» prácticas como estas, según defiende la entidad. Más allá del desenlace del desalojo, uno de los baremos a través del cual se analizará el éxito de la movilización en torno a la Casa Orsola será esta capacidad de llegar al gran público «Los movimientos sociales de barrio tienen un punto romántico, pero también muchas limitaciones. Una de las vías para superarlas y lograr intervenciones significativas es crear puentes y alianzas más allá de este ámbito y creo que el Sindicato lo ha conseguido con este caso», concluye haciendo una retrospectiva Mansilla.
