Sin saberlo, el arquitecto Antoni Gaudí estaba tejiendo una estrategia de marketing que ha dado frutos décadas más tarde. Cien años después de su muerte, Barcelona es sinónimo de Barça, Messi y Gaudí. Gran parte del mérito es de su obra, siempre sorprendente, pero también hay un porcentaje importante que se debe atribuir al nombre. Lo dicen los guías turísticos: un extranjero puede decir con facilidad el nombre de Gaudí, pero se tropieza con los otros dos grandes del modernismo catalán, Josep Puig i Cadafalch y Lluís Domènech i Montaner. Son más desconocidos, turísticamente hablando, y justamente por eso sus monumentos siempre acaban sorprendiendo. El ejemplo más claro es el Recinte Modernista de Sant Pau, una pequeña ciudad diseñada por Domènech i Montaner que hace pocos años aún curaba enfermedades y ahora es uno de los grandes monumentos de la ciudad, declarado patrimonio mundial por la UNESCO en 1997. No es una visita de aquellas obligadas, pero los guías lo proponen a sus grupos sabiendo que nunca falla.
Sant Pau es la antítesis a la imagen de la Barcelona masificada turísticamente. Un jueves de agosto, a las tres de la tarde, apenas encontramos un centenar de turistas. Puede parecer que la hora no acompaña, pero no es el motivo. La Macarena Bergada lo visita a menudo, como guía turística, y confirma que a cualquier hora es más o menos lo mismo. Desde uno de los pasillos más conocidos del recinto, con la Sagrada Familia visible a 900 metros, la guía turística explica al Tot Barcelona que el antiguo hospital de Sant Pau es la «antítesis» al gran emblema de Gaudí. «Aquí puedes venir con un grupo de turistas, parar en la entrada, explicar la historia, y decidir entrar sin visita previa si los has convencido. Puedes moverte tranquilamente, sin aglomeraciones. Hacer una visita más reposada, si tienes personas mayores, o dejar a los niños más libres, si son familias», comenta la guía desde el pasillo principal del Pabellón Administración, el de la entrada. Nadie sabe que, siguiendo todo recto, llegas a uno de los espacios de la ciudad «más fotografiados para salir en Instagram» después de los bancos del Park Güell y las columnas del Palau de la Música.

Un hospital que parece un palacio
La segunda gran particularidad de Sant Pau es su historia como hospital, posiblemente lo que más sorprende al turista. Pero sí, lo era y tiene el honor de ser el primero que hizo un trasplante de corazón en el estado. «Cuando explicas que vamos a visitar un hospital las caras son extrañas y cuando llegas aún lo son más: la gente no entiende cómo este espacio, que parece un palacio noble, antes era un hospital. Y aún entiende menos que fuera un hospital público», explica Bergada. La visita permite explicar qué es el modernismo, qué es Barcelona, su historia, permite hablar de medicina, arquitectura y también de política. «Hay grupos que se interesan por saber cómo funciona nuestro sistema sanitario», resalta la guía. Sant Pau gusta sobre todo al turista italiano y francés, que simpatiza más con la cultura arquitectónica de la ciudad, y deja en shock a los americanos, que se preguntan por qué nadie «se ha planteado hacer un resort». «Son los que más se sorprenden, tienen una mentalidad muy diferente y no les encaja que se haya reconvertido en un museo», concluye Bergada.

La explicación la tienen unos metros más adentro. El recinto recrea parte del antiguo hospital en una de las salas finales de la visita. Seis camas y toda una explicación escrita hacen entrar en razón a los turistas que solo ven un palacio glamuroso. Es uno de los espacios públicos que conserva archivos más antiguos. Documentos incluso de época medieval, porque Sant Pau no se entiende sin la irrupción del Hospital de la Santa Creu, que se levantó en tiempos del rey Martí el Humano en el barrio del Raval. Anteriormente, había seis financiados por la caridad de la población, pero las dificultades económicas llevaron al Consell de Cent y el Capítulo Catedralicio a acordar la construcción de un hospital único que los uniera a todos. Hoy en día hay quien diría recortes, de todo esto, pero la explicación que leemos en el recinto aclara que los oficiales solo pretendían «mejorar la administración y gestión de las rentas». Era el gran centro sanitario de la capital hasta que Barcelona se expandió y creó la trama Cerdà y el Eixample. Es en ese momento que Pau Gil i Serra, un banquero catalán residente en París, deja escrito en el testamento que su patrimonio financiero debe servir para hacer posible el hospital de Sant Pau.

El gran hospital del siglo XX
El complejo sanitario comenzó con la construcción de los diez primeros edificios en 1902, cada uno de ellos destinado a una especialidad diferente. Eran tiempos jubilosos y Domènech i Muntaner diseña un espacio icónico. Los primeros edificios, que no respetan la trama Cerdà, se levantan con todo tipo de detalles y ornamentación. Auténticos palacetes que contrastan con los últimos edificios construidos, que ahora acogen al Institut Català de Ciències Cardiovasculars. Igual de modernistas, pero menos glamorosos, más parecidos a una fábrica del Poblenou bien perfilada que al recinto modernista que todos tienen en mente. ¿El motivo? El dinero, que poco a poco se acababa. Así quedó un hospital que ha sido durante años una referencia, pero el incremento de la demanda sanitaria a inicios del 2000 y el deterioro de los edificios evidenciaron que el conjunto modernista no reunía las condiciones para mantener la calidad asistencial de los nuevos tiempos.

El hospital se trasladó en 2009 y desde entonces el recinto ha intentado aproximarse al público local con actos de todo tipo; desde cenas o mítines políticos a eventos ilustres como la Barcelona Fashion Week o el gran espectáculo navideño de los últimos años, el festival de luces. El año que viene, por ejemplo, acogerá la salida del Tour de Francia. Todo de iniciativas para dejar de ser un hospital. «Los primeros años, la gente no lo asociaba a un monumento arquitectónico de primer nivel sino a un hospital y se preguntaba por qué debía ir a un lugar que hace dos días se estaba haciendo una radiografía», señala Bergada. «El recinto –concluye– ha hecho un esfuerzo por aproximarse al público local y cada vez hay más».
Los gestores del monumento tienen la misma impresión. Preguntados por el Tot Barcelona, desde Sant Pau Recinte Modernista responden que sobre todo «han consolidado» a los residentes de la demarcación de Barcelona, en parte, por la organización de conferencias, exposiciones y conciertos, «acciones que se han llevado a cabo para impulsar el uso social y cultural de Sant Pau entre la ciudadanía». Desde el recinto admiten que queda margen para crecer, «sobre todo en cuanto a algunos mercados internacionales», pero remarcan al mismo tiempo que las personas que visitan el espacio «aprecian que no sea un equipamiento masificado por el turismo». Por lo tanto, tendrá que crecer «manteniendo un equilibrio».
