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La resistencia contra el turismo toma «energías» antes de la Copa América

El 2019 fue el año de bandera de la masificación turística en Barcelona. La capital del país recibió 17,4 millones de visitantes, en el que parecía el punto álgido de un modelo de ciudad ofrecido a las rentas extranjeras. Durante los mismos meses, los efectos del turismo sobre los barrios fundamentaron, también, la resistencia contra el fenómeno: al poco de las elecciones municipales que se saldaron con el gobierno de coalición entre Comunes y PSC, las entidades vecinales y sociales barcelonesas pedían, entre otras cuestiones, sustituir el Consorcio de Turismo de Barcelona por un ente «encargado de controlar el sector, parar la concesión de licencias turísticas o traspasar la tasa turística al consistorio para dedicarla políticas sociales. La pandemia paró ambas trincheras, y todo apuntaba que los límites del sector se habían muy alcanzado. Tres años después, pero, se cierra el 2023 con más cruceristas de la historia de la ciudad, 15,6 millones de viajeros y a la espera del primero de una serie de macroeventos en la línea de los sueños hoteleros prepandémicos, la Copa América.

Malgrat que la parada turística durante la pandemia podía demostrar el cimiento de parte de las reclamaciones del tejido social –la necesidad, por ejemplo, de una economía diversificada que no haga depender la ciudad del visitante–, las entidades y asociaciones de vecinas y vecinos lamentan que la tendencia fue la contraria. «El turismo es incuestionable durante la pandemia; nos dicen ‘miráis qué pasa cuando no hay turistas'», lamenta Martí Cusó, miembro de la asociación de vecinos del Gótico, uno de los barrios más afectados por la masificación turística. El 2024, pero, comienza con una muchedumbre de factores que se creen con la avalancha de viajeros: la sequía, las luchas del campesinado o la resistencia contra el Hard Rock y los Juegos Olímpicos de Invierno hacen hervir la olla de la resistencia contra el monocultivo, esperan desde las entidades, con tanta intensidad como hace media década. «Se están dando las condiciones para un nuevo ciclo de movilizaciones», declara Daniel Pardo, de la Asociación de Barrios por el Decrecimiento Turístico.

La Copa América, para las fuentes sociales consultadas, puede servir de catalizador –por evidente en su golpazo en la vida de los vecinos de la ciudad– para que Barcelona vuelva a salir la calle; y más después de un 2023 apretujado de turistas. «El turismo vuelve a ser el tema recurrente de los consejos de barrio del Gótico», lamenta Cusó. Los efectos, pero, pueden ser todavía más profundos: nunca los barceloneses habían sabido qué era «recuperar sus espacios» como los años posteriores a la pandemia. La realidad social posterior sugería, para Pardo, que «tenía que replantearse todo»; pero la gestión ha sido exactamente la opuesta. Los vecinos de los distritos más golpeados por la turistització han «vuelto a perder los espacios recuperados de repente y en muy poco tiempo, de forma muy violenta y repentina»: de plazas y calles vivibles se ha saltado en cuestión de meses a los millones de foráneos. «Es probable que en verano vuelva a estallar», prevé Cusó.

El portavoz de la Asamblea de Barrios por el Decrecimiento Turístico, Daniel Prado, el portavoz del Sindicato de Locatarias, Jordi González, y la portavoz de la PAH, Lucía Delgado, durante la rueda de prensa | Maria Aladern (ACN)
El portavoz de la Asamblea de Barrios por el Decrecimiento Turístico, Daniel Pardo, el portavoz del Sindicato de Locatarias, Jordi González, y la portavoz de la PAH, Lucía Delgado, durante la rueda de prensa | Maria Aladern (ACN)

Los hoteles más allá de los turistas

Justo es decir que, si bien desde los movimientos sociales detectan que los vecinos de la ciudad vuelven a sufrir por el agujero que el turismo masivo puede dejar en los barrios, históricamente este sufrimiento no ha sido un agente de militancia bastante fuerte. «La lucha antituristització despierta más simpatías que no movilización», lamenta un Pardo prudente que enfría las expectativas: «Ya veremos como van las cosas con las acciones que se puedan dar alrededor de la Copa América». Es cierto, pero, que el turismo no está solo en la lista de agravios de los barceloneses –si bien todos ellos pueden catalizar en el sector–. La economía del visitante se sitúa en el centro de un modelo económico íntimamente relacionado con «la sequía y la vivienda»; todo ello una inercia que puerta, según avisa Cusó, «a un boom imprevisible, pero no accidental».

En este sentido, los movimientos leen una tensión tectónica más intensa que ahora hace cinco años, atendida la muchedumbre de factores que anclan la vida de los barceloneses –todos ellos en íntima relación con la masificación turística–. En este sentido, «está habiendo colaboración y trabajo conjunto interesando con las luchas en defensa del territorio», celebra Pardo, para dirigir conjuntamente «la emergencia climática, la sequía y la carencia de perspectivas de futuro». Una «crisis múltiple» que no había sido evidente en otros picos de resistencia contra la mancha de aceite hotelera. Desde la Asamblea apuntan, por ejemplo, al acercamiento con los postulados de parte de la resistencia del campesinado; los intereses compartidos con las asociaciones contrarias a los macroproyectos dentro y fuera de Barcelona, o incluso a las estructuras de trabajadoras como las camareras de piso y otras víctimas de la gig economy vinculados al turismo. Incluso con el mundo del trabajo, proyectan «hay manera de encontrar colaboración» que articule el decrecimiento turístico con el bienestar laboral. «Hace falta no solo decrecer, sino redefinir las prioridades y líneas económicas», sentencia Pardo. El próximo verano será clave, observando los movimientos sociales, para conseguirlo.

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