Cuando la Sara Llorens empezó a jugar al Club Atlètico Fortpienc con 11 años, era la única niña del club. El contexto era la Barcelona de finales de los años noventa. Un tiempo en el cual las chicas que jugaban a fútbol eran franca minoría y lo tenían más difícil en muchas ocasiones. Pero en su caso, entre las filas del Forpienc estaba en un espacio seguro y solo se sentía diferente en el momento que daba por acabado cada entrenamiento: la hora de ducharse. “Solo había un vestuario para el equipo, y primero iba yo y después ellos. Me sabía mal que todos se tuvieran que esperar, pero nunca sentí ni una queja ni un comentario”, explica Sara al TOT Barcelona sentada a las gradas del Complejo Deportivo Fort Pienc, custodiado por el mítico puente de la calle de la Marina. Aquí empezó esta historia que ve la luz el 8M, pero, con la intención que, como otras muchas experiencias y luchas de mujeres, se recuerde cualquier día del año.
Los primeros pasos de Sara en el fútbol federado fueron fruto de una casualidad. Su madre, Loli Rodríguez, recuerda que su hija solía llevar una pelota de fútbol para jugar allí donde pudiera, pero nada más. Todo cambió el día que fue a las instalaciones deportivas a ver a un compañero de clase y Sara se puso a jugar con él antes del entrenamiento. Llamó la atención del entrenador, que no pudo evitar preguntarle en qué equipo jugaba su hija y, a continuación, quedarse sorprendido al saber que la respuesta era en ningún club. Dos horas más tarde, aquel entrenador se presentó en su casa para pedirles fotos para hacerle la ficha de jugadora. Era el último día para presentarlas a la Federación Catalana de Fútbol. “Si ella quería jugar, nosotros también lo queríamos. No había nada más a decir”, señala Loli con una sonrisa que revela una emoción que no ha desaparecido.
El fútbol femenino, «nada excepcional»
En este equipo del distrito del Eixample Sara jugó dos temporadas, y en ningún momento se sintió fuera de lugar. Primero porque, tal como asegura Loli, no se produjo ninguna discriminación en las gradas ni por parte de sus compañeros. “Supongo que también ayudaba el hecho de que se le daba bien el fútbol y nadie veía en ella el falso estereotipo de la niña que no hacía nada”. Segundo, y todavía más importante, por el acompañamiento que sintió por parte de su madre. “Yo estuve tan bien por la naturalidad con la cual lo llevó ella. Nunca lo trató como si estuviera haciendo nada excepcional”, reconoce. “Creía que tenía que hacer el que le gustaba y no imponerse ningún límite, otros límites ya venden solos”, añade Loli Rodríguez.

Un límite externo y contra el cual no podían hacer nada llegó cuando Sara tenía unos 13 años. Ya no podía continuar jugando con los chicos y tampoco sumarse a ningún equipo femenino del Club Atlètic Fortpienc. No había. “Fue injusto, no quería irse”, admite su madre. “Pero era una cosa que se escapaba de nuestras manos”, completa la hija. No se dio por vencida e intentó entrar en el Club Fútbol Martinenc, el equipo de su barrio, el Guinardó; y al cual su padre iba siempre a ver. Se topó, pero, con la misma realidad: no había equipo femenino. Pasó tres años alejada del fútbol.
Durante este tiempo de distancia, continuó jugando a deportes de equipo como el baloncesto y el tenis, del mismo modo que había hecho desde muy pequeña con otros deportes. Siempre habían sido allí. De hecho, con solo tres años empezó a hacer gimnasia artística. “Tenía mucha energía. Le iba bien para cansarse, pero bostezaba cuando esperaba su turno”, recuerda la madre. Con el fútbol, en cambio, sus ojos tenían una luz diferente. “¡Hombre! No tenía nada ver con la gimnasia…”, añade.
El reencuentro con la pelota
Recuperó aquel sentimiento cuando con 16 años decidió que era el momento de reencontrarse con aquella pasión y buscar un club que tuviera equipo femenino. La elección fue lo Club Deportiu Europa, un histórico del distrito de Gràcia, donde pudo dar lo mejor de ella jugando con el segundo equipo y con el primero. También entrenando en una ocasión con la Selección de fútbol de Catalunya. “Era el deporte que mejor me hacía sentir”, afirma Sara Llorens. “Y lo hacías muy bien”, recalca su madre.

Pero en la Europa también descubrió una de las peores caras del fútbol femenino que no había visto de pequeña: el machismo. Las expresiones discriminatorias proliferaban en las gradas. “Se sentían comentarios de tipos ‘mira estas tías, que están jugando cuando tendrían que estar en casa’”. Este tipo de retroceso social sorprendió inevitablemente Sara, en un momento en que supuestamente el feminismo había ido avanzando. “Supongo que cuando ven una niña jugando con niños es anecdótico, puntual, y piensan que en algún momento dejará de jugar. Un equipo femenino como el Europa es una realidad, las jugadoras han venido para quedarse”, reflexiona y, a continuación, Loli apunta que este tipo de rechazo acostumbra a venir de hombres que no quieren que las mujeres disfruten de espacios que hace años solo eran suyos. No quieren perder privilegios. “Es un miedo de los
La historia de Sara es una más de las muchas del fútbol femenino, que ha ganado mucha visibilidad en pocos años. Parece mentida que solo haga dos años del partido de la