Nómada desde sus inicios, el Lima Horta ha logrado escalar hasta convertirse en el máximo exponente del baloncesto femenino en Barcelona. Siempre buscando la estabilidad económica, sin gastar más de lo que se tiene y solicitando canchas de baloncesto por todo el distrito, el primer equipo se mantiene en la segunda división estatal. No hay otro mejor. Tampoco el Barça, que recientemente rompió la alianza que tenía con un equipo de Sant Feliu. En primera han jugado equipos de Sant Adrià y el Joventut de Badalona, pero desde 2006 no hay ninguno de la capital. Así que la intención del club de Horta es crear un proyecto ambicioso que vaya más allá del barrio, que englobe toda la ciudad y sitúe a Barcelona en el mapa de las mejores del baloncesto. Pero falta infraestructura.
El club sufre las debilidades económicas del baloncesto femenino, sin grandes patrocinadores que permitan un salto cualitativo general, y no tiene pista propia. Tiene 35 equipos -entre femeninos y masculinos- que juegan en seis pistas diferentes; un pabellón municipal, tres privados y dos patios de escuela. Todos los espacios, alquilados solo unas horas. Un gasto de 110.000 euros anuales -solo en alquileres- que aprieta las finanzas del club. El Lima Horta recibió una subvención de la Generalitat por tener el primer equipo en la segunda división y tiene una subvención de 65.000 euros del Ayuntamiento, pero no es suficiente. “Evidentemente, no tener un espacio propio es un handicap. Son mucho dinero destinados al alquiler de pistas, que solo es una parte del gasto. Gastamos mucho dinero en desplazamientos y 1.500 euros por partido entre árbitros, que los tienes que pagar tú, el personal de la mesa, la ambulancia…”, comenta al Tot Barcelona el coordinador del club, Jordi Faus.

Sin pabellón propio
La entidad de Horta, que se ha presentado sin éxito dos veces a la licitación de diferentes espacios, se hizo famosa en 1992 al ganar la lotería de Navidad. “Destinamos 92.000 pesetas de aquella época -unos 600.000 euros actuales- a pagar una reforma en el pabellón de Mundet”, recuerda Faus. Fue una reforma celebrada pero breve. “El Ayuntamiento nos convalidó unos años de alquiler, pero hasta aquí”, continúa explicando el directivo. La estabilidad se acabó años después y la sensación que ha quedado es que “hemos puesto más dinero nosotros en la ciudad que la ciudad en nosotros”.
“Entre el estadio final, que sería tener un pabellón propio, y la nada de ahora hay un largo camino de mejoras a las que podemos aspirar”, concreta. Habla de exprimir al máximo los horarios de los espacios que tienen o reorganizar sus usos para que todas las entidades estén satisfechas. El último recordatorio es a la vez un agradecimiento y un temor. “Los entrenadores saben que tienen que batallar con plantillas largas, porque necesitamos ingresos. Y las escuelas privadas siempre han sido muy receptivas, lo que nos ayuda a tener espacios. Pero dependemos de su voluntad, nadie sabe qué pasará si algún día necesitan sus espacios y nosotros nos quedamos sin ellos”, detalla el coordinador del club.

El primer equipo rema a contracorriente
El problema con las infraestructuras no es solo económico y logístico. También de carencias. “No cumplimos los requisitos que marca la federación para poder jugar en segunda división. Es cierto que el Ayuntamiento le envió una carta explicando que había la intención de ponerse al día, pero han pasado tres temporadas de aquello», resalta Faus. El Ayuntamiento confirma al TOT que no ha habido ningún otro movimiento desde entonces. «No creo que la federación entre de oficio, mira un poco hacia otro lado, pero es probable que si algún otro club de la liga se queja, entonces sí que se ponga en serio», detalla Jordi Faus. El pabellón de Virolai, privado, donde juega sus partidos el primer equipo, tiene las canastas colgadas del techo, no cuenta con el segundo reloj encima de la canasta, tampoco cumple el aforo mínimo y, a pesar de parecerlo, el suelo no es de parqué. Hay algún pabellón en la ciudad que sí cumple los requisitos, como el de Mundet, donde jugaron a finales del siglo pasado, “pero no tenemos la concesión y, por lo tanto, no tenemos derecho a usarlo”.
El otro aspecto que frena al primer equipo son las pocas horas de entrenamiento en la pista de juego. Solo una de las cuatro sesiones son en el pabellón de Virolai. “Sabemos que para crecer y jugar en primera necesitamos patrocinadores recurrentes, pero también poder entrenar mejor”, asumen desde el club. La capitana del equipo, Núria Barrientos, asume que juegan con “desventaja” respecto a otros equipos punteros de la liga. “Entrenamos un día en Sarrià, otro día en el Carmel, con un tercio de la pista solamente, y el viernes antes del partido en Virolai. Hacerlo con un tercio de la pista te limita mucho y desplazarte cada día no es lo mismo que tener un espacio fijo”, comenta al Tot Barcelona. La jugadora explica que solo tienen un día de gimnasio, el día que entrenan en el Carmel, y sentencia: “Cada vez es más conocido, pero hay que recordar que las condiciones del deporte femenino y masculino siguen siendo muy desiguales”.

Barrientos se ha planteado si continuar una temporada más o no en Horta, pero finalmente sumará su cuarto año en el club. “Tengo 25 años, que es la edad ideal para jugar al baloncesto, pero segunda división es una categoría muy competitiva y de una exigencia profesional. Yo salgo a las siete de la mañana de casa y vuelvo a las once de la noche habiendo trabajado y entrenado. Compaginarlo todo es muy complicado”, detalla la jugadora. Habla de “vocación” y describe al Lima Horta como “un club trampolín”. Un ejemplo es Cristina Bermejo, que esta temporada cambió Barcelona por Madrid, para ir a jugar al Leganés, y ha conseguido el ascenso a la primera división. “Hay muchos clubes que se fijan en lo que hace el Lima Horta”, dice la jugadora.
Pero también hay perfiles contrarios. Jugadoras con capacidad y nivel para estar en la segunda división, pero no pueden aguantar el ritmo que esto supone. El equipo viaja a ciudades de todo el Estado prácticamente cada semana. De lunes a viernes, las jugadoras trabajan, estudian y entrenan. Y el fin de semana pasan muchas horas en carretera. “Viajas cada fin de semana, prácticamente lo pierdes, no puedes hacer nada con los amigos, y al día siguiente levántate para ir de nuevo a trabajar. Yo misma me he estado pensando si seguir haciendo el sacrificio y hay muchas jugadoras que quizás prefieren bajar de categoría, a un nivel menos exigente, para ganar flexibilidad y tranquilidad”, resume la capitana. Pero algo habrá que compense. “La adrenalina, la adrenalina de remontar un partido, de hacerlo en grupo, la adrenalina de competir. No la he encontrado en ningún otro lugar”, sentencia Barrientos.