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Las yayas del Besòs: «Antes nos conocíamos todos los matrimonios, ahora no conozco a nadie»

Caminante, son tus huellas el camino y nada más; Caminante, no hay camino, se hace camino al andar, empieza a recitar Ana, una vecina de 92 años del Besòs. Se para un instante, para captar la atención, y de un tirón, con el jefe muy alto y una sonrisa, acelera el ritmo con el paso de los versos. “Al andar se hace el camino, y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisarCaminante no hay camino sino estelas en la mar“. Final. El poema de Machado desata todo un seguido de aplauso de sus compañeras, mujeres de entre 70 y 90 años que cada lunes se reúnen en el sótano de la parroquia de Santo Pauli de Nola. Son vecinas pioneras del barrio del Besòs, de las pocas que quedan de los años 60. Una generación que aterrizó de Cáceres, Murcia, Cuenca y otros puntos del Estado y que explican, con su simple testigo, como ha cambiado el barrio del Besòs i el Maresme.

Son Pilar, Isi, Asunción y Daniela, entre otras. La mayoría son viudas y nacieron lejos de Cataluña. Solo María es de Cardona. Como otras muchas mujeres, acabó en el Besòs porque su marido había conseguido trabajo en Barcelona. Un grueso importante también fue a parar a la zona «porque tocaba». En el Besòs se construyeron muchas de las viviendas del Patronato, el actual Instituto Municipal de la Vivienda y Rehabilitación, y era el destino final de mucha gente que figuraba en las listas de espera. «Todos éramos matrimonios muy jóvenes, recién casados y muchos con hijos. Había un ambiente muy próximo, bajabas y te juntabas con los vecinos en la calle», explica este grupito de abuelas ante la visita del TOT Barcelona. Nada que ver con ahora. «No nos conocemos entre nosotros, no sabes quién es nadie», explica una de ellas. «Algunos ni saludan», dice otra.

Una peluquería en el barrio del Besòs | JORDI PLAY

El barrio del Besòs, sobre todo la parte más interior, serviría para explicar la evolución de la migración en Barcelona. De la inmigración española de los años sesenta se ha pasado a la pakistaní y latinoamericana. «De los 36 vecinos que hay en la escalera, solo quedamos seis de antes. Hay de todas las razas que te imagines», explica una de ellas, la Mari Luz. En todo caso, el grupito, que rehúye de escenarios catastrofistas, pide que no se atice el fuego del odio con el Besòs. «Nosotros, cuando vinimos, también éramos emigrantes», recuerdan. La sensación general es que la amistad entre vecinos ha desaparecido, pero que continúa habiendo una buena convivencia. Es el párroco Jordi Espi quien pone el epílogo a la conversación: «No hay la relación entre vecinos que había antes, ni la relación de amistad, pero tampoco hay los problemas que algunos quieren hacer ver que hay».

Contenedores y esbombraries con el tranvía de fondo al Besòs | JORDI PLAY

El nacimiento de un barrio obrero

Ana María Pérez no participa de los encuentros a la parroquia, a pesar de que es una asidua de las misas de sábado. Vive justo en la frontera con Sant Adrià y guarda todo un conjunto de recortes de prensa que su marido había coleccionado en vida. Recortes de aquel Besòs de los sesenta: «Una de estas ciudades satélite, prototipo de sus características, es la zona dicha del suroeste del Besos, donde sobre una extensión de terreno plano de 300 hectáreas, han sido edificados viviendas, que varían desde los bloques de diez pisos, a las terrecillas-chalés de dos, y dónde habitan diferentes familias», se lee en una noticia del 3 de mayo de 1967 publicada en La Vanguardia.

Los recortes de prensa que guarda Ana | GG

En uno de estos pisos es donde vive ahora Ana María, abuela de cinco nietos que no viven al Besòs. Ella todavía recuerda como cruzaba los campos de Sant Martí –de joven vivía en Sant Andreu– para ver «cómo se iba construyendo» su bloque de pisos. Como pasa con la mayoría de personas que estrenaron el barrio, Ana María tampoco conserva prácticamente a ningún vecino. «Todos han muerto o se han marchado», detalla. El Besòs, lamenta la abuela, tampoco conserva gran parte del patrimonio comercial, ahora reducido a un puñado de bazares y peluquerías en manos de la comunidad paquistaní o china y a un conjunto de persianas bajadas eternamente.

A pesar de todo, el barrio todavía conserva algunos adelantos importantes. Ha mejorado en equipamientos, con un centro sanitario que está en vías de renovación y un transporte público adaptado a los nuevos tiempos. Ana todavía recuerda la llegada del metro, un antes y un después para los vecinos humildes de la zona. Sin él, no quedaba más remedio que coger el tranvía, un «trasto» bien diferente al de ahora que te llevaba al centro y a Badalona. Ana habla con orgullo de la rambla Prim, de como los vecinos consiguieron el 1970 que la Ronda del Mig no pasara por alli y de aquella reforma del 92 que eliminó «el incómodo barro que creaba la lluvia».

Algunos de los pisos del Patronato al barrio del Besòs | JORDI PLAU

El Besòs de ahora

La sensación entre el vecindario es que el Besòs ha tenido su momento de éxito, pero que entre todos «lo han dejado caer». Otra Ana María, voluntaria de Cáritas a la parroquia de Sant Paulino y dinamizadora del grupo de gente mayor de los lunes, explica que solo uno de sus dos hijos ha querido quedarse al barrio. «La desinversión en el Besòs los últimos años es muy fuerte. Solo hay que ver la de pisos apuntalados que han aparecido estos años. Esto es problema de los propietarios y también de quienes ha mirado hacia otro lado durante tantos años», explica. Más crítico todavía es el párroco, que culpa de los problemas del barrio a «un movimiento especulativo muy fuerte». Jordi cree que bancos y fundes buitre «se están quedando los pisos del barrio para cerrarlos y no ponerlos al mercado». «Muchos de estos acaban ocupados por mafias y se van degradando, pero les es igual. Es un pez que se muerde la cola. ¿Quién te comprará un piso, sino ellos, en este contexto? Estoy convencido de que hay un plan a largo plazo para construir un barrio más lujoso de cero», sentencia.

De los lunes saltamos a los jueves. En Ca l’Isidret se junta un puñado de la comunidad latinoamericana del barrio. Allá les esperan dos Montses. La primera es monja y voluntaria a la parroquia de San Juan Baptista. La segunda es trabajadora social. Ellas se quedaron al Besòs, pero son más bien una excepción, puesto que la mayoría que nació en los años sesenta en el barrio ha decidido marcharse. «Supongo que no lo ven como un espacio donde prosperar vitalmente», lamenta la monja. «No es mal barrio, pero existe un muro muy fuerte en la Gran Vía y en Cristóbal de Moura. Más allá de Gran Vía empieza cierta degradación y más allá de Cristóbal de Moura esta degradación todavía es más latente», explica la segunda, que ve el Besòs como un barrio sin las necesidades básicas para arraigarse. «Hay gente que solo se está meses, si no semanas. Algunos se marchan porque no pueden pagar lo que cuesta una habitación, otros porque han conseguido un trabajo y se pueden permitir algo mejor», comenta.

Muchos vecinos viven en habitaciones alquiladas | JORDI PLAY

Ambas voces recuerdan que para prosperar es necesario disfrutar de estabilidad y que el contexto del Besòs se hace difícil conseguirla, ya sea desde un punto más personal o comunitario. Julio, uno de los pocos hombres que participa de los talleres del jueves, ejemplifica a la perfección el que comentan las Montses. Vino de Honduras por la «inseguridad» que había en su país, vive con siete familiares más en un piso de 70 m² y le han comentado que en Cerdanyola podría encontrar algo con mejor precio. Su mujer explica que ha conseguido trabajo cuidando a una persona mayor –la realidad de la mayoría de mujeres migrantes del Besòs–. Cobra en negro, pero es la única opción. Por eso ahora él se dedica a las tareas de casa y a cuidar los nietos. Hasta hace nada también tenía tiempo de ir a clases de catalán. Ahora practica con el Duolingo.

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