Barcelona ha sido durante la mayor parte de su historia una ciudad amurallada. La capital catalana llegó a tener once baluartes diferentes durante la época medieval, el momento de máximo apogeo de estas fortificaciones. Con el paso de los siglos, esta función de escudo fue perdiendo sentido y tanto los baluartes como las murallas comenzaron a verse cada vez más como elementos opresores que no dejaban crecer la capital catalana y asfixiaban a sus vecinos, que vivían atrincherados en su interior. Este proceso de reflexión culminó a finales del siglo XIX con la demolición de las murallas, entre las cuales la que flanqueaba buena parte del frente marítimo barcelonés.

Una fotografía recuperada hace unas semanas por el usuario Catalunya Color, un perfil que se dedica a dar color a fotografías antiguas en blanco y negro de todo el territorio catalán, ilustra perfectamente cómo fueron los últimos tiempos de las fortificaciones en la ciudad. La instantánea en cuestión data del 1874, es decir, solo unos años antes del inicio de la demolición de las murallas, y muestra todo el frente marítimo hasta los pies de la montaña de Montjuïc. Aquí se abriría una nueva avenida, actualmente bautizada con el nombre de paseo de Colom, que permitiría conectar todo el litoral barcelonés sin barreras y hasta la Barceloneta, un barrio que hasta entonces había quedado fuera de la antigua fortificación de la ciudad.
La muralla del mar de Barcelona fotografiada el 1874, pocs anys abans de ser enderrocada per construir-hi l’actual Passeig de Colom, i unir a la ciutat el barri de la Barceloneta, que quedava fora muralla.
— Catalunya Color (@CatalunyaColor) April 21, 2025
📸Joan Martí. AFB pic.twitter.com/qDr7IknbY9
Un signo de modernidad para la época
Pero, ¿por qué la sociedad barcelonesa de la época optó por una medida tan radical como la demolición prácticamente completa de las murallas? Así lo explicaba hace un par de años Gregor Siles, historiador y miembro de Tot Història Associació Cultural, en un reportaje publicado en TOT Barcelona a raíz del hallazgo de un segmento de cerca de cuatro metros de longitud y dos metros de altura del baluarte del Rey, la última de las once grandes fortificaciones perimetrales de la capital catalana que fue demolida en 1890. “A finales del siglo XIX la densidad de población de Barcelona superaba la de ciudades como Londres o París. Las murallas medievales eran sinónimo de angustia y su demolición supuso una pérdida de patrimonio, pero también un alivio para los vecinos. Entonces, fue un signo de modernidad“. Siles consideraba que estas actuaciones destructivas debían entenderse desde la perspectiva de la época y con esta voluntad de dejar finalmente atrás la Barcelona medieval para mirar hacia un futuro más allá de las murallas.
