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Una historia de amor obrera tan antigua como el metro de Barcelona

La primera línea del metro de Barcelona se inauguraba el 30 de diciembre de 1924. Autoridades políticas de la época asistieron a ese primer viaje, que recibió a la vez la bendición del cardenal Francesc Vidal i Barraquer, dejando unas instantáneas que pasarían a la posteridad. Atrás quedaban cerca de tres años intensos de obras para poder tener listo el primer recorrido de la red del subsuelo de la capital catalana, proyectado por el ingeniero Santiago Rubió i Tudurí y que conectaba a través de cuatro estaciones la plaza de Cataluña con la de Lesseps. Los trabajos continuarían en paralelo a la Gran Vía de las Cortes Catalanas aún algunos años más hasta el 10 de junio de 1926, cuando se estrenó la bautizada como línea Transversal del Metropolitano, precursora de la actual L1.

Para poder excavar estos grandes túneles que conforman todavía hoy día la Barcelona subterránea, las empresas Gran Metropolitano de Barcelona (GMB) y Ferrocarril Metropolitano de Barcelona (FMB) necesitaban una gran cantidad de mano de obra que no podían suplir solo con operarios catalanes. Esta circunstancia y el inicio de los preparativos para la Exposición Universal de 1929 motivaron que muchas familias de todo el Estado emigraran a Cataluña en busca de un futuro mejor, dejando atrás su tierra y recuerdos de toda una vida. Ciudadanos de Andalucía, Aragón, Murcia o Valencia emprendieron un camino de ida que en la gran mayoría de casos nunca tuvo vuelta, ya que terminarían estableciéndose en varios puntos de la periferia barcelonesa y del cinturón metropolitano, como las casas baratas del Bon Pastor. Una de estas historias es la de Gaspar Martínez.

Este hombre dejó Perín, una pequeña población al oeste de Cartagena (Murcia), para emigrar a la capital catalana alrededor de 1922. Tenía poco más de 20 años y estaba acompañado de su madre, que entonces ya era viuda. La familia no tenía entonces mucho dinero, así que no pudo permitirse ir en barco, la opción preferida de los emigrantes que tenían un poco más de ahorros. Todo apunta a que viajaron en autobús, pero también podrían haberlo hecho en tren, la otra opción más asequible para llegar a territorio catalán. Los primeros años en Barcelona son una incógnita. La primera evidencia de una residencia fija la encontramos en 1926, cuando sabemos que vivían en el barrio de la Torrassa de l’Hospitalet de Llobregat, conocido popularmente como la Murcia chica por la cantidad de ciudadanos provenientes de esta región española que se establecieron durante las primeras décadas del siglo XX. Sin embargo, si algún detalle ha trascendido a las generaciones venideras de aquella etapa inicial en la ciudad de la familia es que Martínez trabajó en las obras de construcción del metro, un trabajo que acabaría siendo clave para conocer a quien se convertiría en su futura esposa.

Inauguración de la primera línea del metro de Barcelona el 30 de diciembre de 1924 / Fundación TMB
Inauguración de la primera línea del metro de Barcelona el 30 de diciembre de 1924 / Fundación TMB

El agujero temporal de los ‘topos’

Si hoy día podemos trazar la trayectoria de este emigrante murciano en Barcelona es en buena parte gracias a Guillem Moreno, su bisnieto. Este joven de Martorell de 19 años siempre había sentido fascinación por el pasado -estudia la carrera de Historia en la universidad-, pero hace cerca de dos años se dio cuenta de que en su propia familia había un vacío temporal por llenar. «Los abuelos siempre me habían contado historias de cuando eran jóvenes, de la vida en el barrio de la Torrassa y de la Guerra Civil, pero de mi bisabuelo sabíamos poco más que el nombre y dónde había nacido», señala en una conversación con TOT Barcelona. Este espacio en blanco en la memoria familiar lo llevó a investigar por su cuenta, rebuscando en archivos municipales, comarcales e incluso estatales en busca de información y nuevos detalles sobre sus antepasados.

Gracias a este trabajo minucioso podemos seguir los pasos de Martínez y los de una historia de amor, pero también de miseria, truncada de forma repentina en pleno franquismo. Vamos por partes. El bisabuelo de Moreno tenía experiencia en la excavación de pozos en su natal Perín. Esto, sin duda, le sirvió para conseguir rápidamente trabajo en la capital catalana entre las brigadas de obreros que en esos momentos abrían en canal la ciudad para poder hacer pasar el metro. El azar hizo que este joven llegara al sector donde trabajaba toda una cuadrilla que había venido al completo desde la localidad de Calañas (Huelva) para hacer de mano de obra en el entonces faraónico proyecto barcelonés. Allí conoció a Pedro Flores, un hombre con más experiencia que él con quien establecería una estrecha amistad y que acabaría convirtiéndose en su suegro. Así es, Martínez se casó con la hija de uno de sus compañeros de trinchera en el subsuelo de la ciudad, Ana Flores, con quien tendría cuatro hijos, entre ellos el abuelo de Moreno.

Obreros trabajando en la construcción de la red del metro de Barcelona durante los años veinte / Cedida
Obreros trabajando en la construcción de la red del metro de Barcelona durante los años veinte / Cedida

El día a día de estos obreros no era fácil. Las condiciones en los túneles eran precarias: los operarios hacían jornadas prácticamente maratonianas para poder llegar al plazo previsto y tampoco estaban bien pagados. «No era un trabajo placentero, sino que los explotaban. Trabajaban contra reloj a pico y pala, rodeados de agua del alcantarillado. Eran prácticamente como topos», destaca Manuel Marina, uno de los primeros guías que hacía visitas comentadas sobre la historia de la red del subsuelo de la capital catalana. El desencanto y malestar de los trabajadores de esta primera línea de metro llegó hasta tal punto que estos decidieron convocar una huelga de cuatro meses tras un incidente entre un capataz y un obrero. Según explica Ferran Armengol, profesor de Derecho en la Universidad de Barcelona (UB) e historiador del transporte catalán, la problemática se resolvió con un cambio en la constructora contratada, que hasta entonces era la vasca Hormaeche y Beraza. Sin embargo, ambos expertos coinciden en señalar que el ejemplo más grande de la precariedad y peligrosidad que suponía trabajar en estas trincheras es el derrumbe que tuvo lugar el 12 de abril de 1924 en las otras grandes obras que se estaban llevando a cabo en paralelo, las del Transversal del Metropolitano. Once empleados perdieron la vida en este accidente, considerado el más grave de las obras del metro.

El agujero resultante del derrumbe durante las obras de la línea Transversal del Metropolitano en la calle de Villarroel / Cedida
El agujero resultante del derrumbe durante las obras de la línea Transversal del Metropolitano en la calle de Villarroel / Cedida

Prisión, muerte y luz en la miseria

Una vez concluidas las obras del metro, el rastro de Martínez se difumina. No queda claro si tanto él como Flores trabajaron o no en los preparativos de la Exposición Universal de 1929. En todo caso, la familia sí sabe que yerno y suegro trabajaron como traperos durante algunos años y que estuvieron vinculados de alguna forma al movimiento anarquista de la Torrassa. «Esta zona fue un punto caliente durante la República y la Guerra Civil. Hubo una represión muy fuerte. El abuelo siempre contaba que pasaron hambre y que tenían problemas incluso para pagar el alquiler», relata Moreno. Si la situación ya era difícil entonces, el encarcelamiento de los dos hombres de la familia los dejó contra las cuerdas. El bisnieto de Martínez ha encontrado documentación sobre los juicios militares que tuvieron que pasar ambos por delitos vinculados a su actividad de traperos, pero con un trasfondo político indudable. Ambos estuvieron entre dos meses y un año y medio en prisión.

Mientras ambos estaban encarcelados, Ana Flores tuvo que buscarse trabajo limpiando hoteles y casas particulares para poder sacar adelante a la familia. Trabajaba desde la mañana hasta la noche para suplir la ausencia y los sueldos tanto de su marido como de su padre. Poco después de salir de la prisión, Pedro Flores murió oficialmente por caquexia, una pérdida progresiva tanto de peso como de masa muscular muchas veces provocada por un cáncer. Era el año 1944. Dos años después, murió Martínez por la misma afección. «El abuelo decía que su padre había muerto por un cáncer en la garganta en el Hospital Clínic, pero las circunstancias de ambas muertes son, cuanto menos, sospechosas», reflexiona su bisnieto. Todo esto supuso un golpe inimaginable para la familia. La bisabuela de Moreno se quedó sola a cargo de cuatro hijos, sin padre y sin marido. La situación llevó al abuelo de este joven de Martorell -el mayor de los cuatro pequeños- a ponerse a trabajar con solo ocho años tirando de un carro con material desde la Torrassa hasta Sant Andreu de Palomar.

Recorte de una fotografía antigua de Gaspar Martínez, uno de los trabajadores de las obras del metro de Barcelona / Cedida (Guillem Moreno)
Recorte de una fotografía antigua de Gaspar Martínez, uno de los trabajadores de las obras del metro de Barcelona / Cedida (Guillem Moreno)

A pesar de las dificultades, la familia logró salir adelante. El hijo mayor terminó entrando como aprendiz antes de los 16 años en el taller barcelonés de carrocerías Armengol y poco después montó su propio negocio dedicado a la chapa y pintura de vehículos. Se casó en 1957 y decidió mudarse con su esposa de su Torrassa natal a la capital catalana. Su madre y bisabuela de Moreno se quedó a cargo de sus hijas y terminó viviendo hasta 2001. Como su abuelo había hecho en 1983, el joven de Martorell pudo visitar el pueblo natal de su bisabuelo este pasado verano, comprobando de primera mano que ya no quedaba prácticamente ningún rastro del paso de sus antepasados.

Los héroes anónimos

Uno de los hechos que más han sorprendido a Moreno en su investigación exhaustiva de los orígenes familiares es que no hay ningún registro con los nombres de los trabajadores que construyeron el metro. La celebración del primer siglo de historia de la red podría haber sido una buena oportunidad para saldar la deuda con estos héroes anónimos. Sin embargo, no hay previsto ningún homenaje a los obreros que se dejaron la piel y en algunos casos la vida para hacer posible esta hazaña. «Cuando hablamos del centenario del metro, en los últimos que piensas es en los constructores. Si ya cuesta encontrar información sobre los propios trabajadores de la red, imagínate de los obreros», lamenta Armengol, asegurando que hasta ahora solo se ha tocado el tema de pasada en los diferentes aniversarios de la infraestructura subterránea.

En el caso de los once trabajadores muertos, el único reconocimiento es una especie de pequeño altar con los nombres de las víctimas ubicado en el punto prácticamente imperceptible de la Gran Vía, entre las calles de Villarroel y Casanova, donde tuvo lugar el accidente y que Marina colocó cuando se cumplió el centenario de los hechos el pasado mes de abril. A la espera de un homenaje en condiciones, gracias a gestos como el del guía barcelonés o a trabajos como el de Moreno, estos héroes anónimos del subsuelo de la ciudad lo son un poco menos.

Obreros trabajando en la construcción de la red del metro de Barcelona durante los años veinte / Cedida
Obreros trabajando en la construcción de la red del metro de Barcelona / Cedida

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