Entrar en el Cafè de l’Òpera es como hacer un viaje al pasado. El local donde se encuentra, el número 74 de la Rambla, es originario del siglo XVIII y el negocio del 1929. Durante sus casi 100 de vida, nunca ha dejado de funcionar. Es decir, ha abierto los 365 días del año durante sus 94 años de vida, lo cual lo ha convertido en testigo de los diferentes tiempos y cambios vividos a la Rambla. Parte de lo que ha presenciado, ha quedado, de alguna manera, impregnado entre sus paredes, como si una parte de la Rambla del pasado viviera en su interior. Así lo manifiesta en una entrevista al TOT Barcelona el presidente de Amics de la Rambla, Fermín Villar. “He escogido este lugar porque conserva parte de su esencia”, señala.
Recordar en estos momentos la Rambla de antes, en pleno 2023, no es casualidad. Este año se cumplen 10 años desde que desaparecieron de esta arteria los últimos puntos de venta de animales domésticos porque incumplían la ley catalana de protección animal vigente entonces. Con su final se podrían haber encontrado otros atractivos que no vulneraran los derechos de los animales y que, a la vez, animaran a los barceloneses y los turistas a pasear o comprar en este espacio. La realidad, pero, es una zona dedicada, especialmente, al turismo, que destaca por tener grandes cantidades de gente, terrazas llenas de personas comiendo pizza, paellas de dudosa calidad y tapas congeladas; y las paradas de los antiguos ‘ocellaires’ vendiendo souvenirs y guías de Barcelona.
Las terrazas de la Rambla
A pocos metros de esta explosión de estímulos, desde el Cafè de l’Òpera, Villar habla de como las terrazas situadas en medio del paseo contribuyen a engordar la masificación turística. Desde su punto de vista, son unos cuántos los restaurantes que podrían hacer las cosas mejor. “Las terrazas tendrían que ir en reducción. No queremos que ocupen tanto de espacio ni que casi todas las personas que se encuentren aquí no tengan mucha más opción que sentar en las terrazas”, afirma y, a la vez, indica que tampoco ayuda que se vendan grandes cantidades de alcohol en precios altos. Se refiere, entre otros, al hecho de que se ofrezca un litro de cerveza por 12 euros. Antes que nada, porque “degrada el lugar”. Segundo porque tampoco invita los barceloneses a ir. “Mi mujer y yo nunca sentamos en estas terrazas”, asegura y, a continuación, recuerda que ellos no son los únicos barceloneses que toman esta decisión. «Hace falta que los barceloneses vuelvan a la Rambla».

La carencia de espacio es otro de los temas estrella de la Rambla. Se necesitan, recalca Villar, más bancos donde sentar sin necesidad de consumir, y desde su punto de vista, se tendrían que instalar en los espacios donde se encuentran los quioscos de los antiguos ‘ocellaires’. Su futuro y si continuarán o no en la Rambla, está en entredicho desde hace tiempo. Villar tiene muy claro que no aportan nada a la ciudad. “Vienen souvenirs y cuatro cosas más. Los quioscos son concesiones del Ayuntamiento, y tenemos que recordar que las concesiones tienen que dar un retorno en la ciudad. Si el beneficio es unidireccional, algo está fallando…”, critica sobre unos negocios que también participan en la masificación turística.
El presidente de Amics de la Rambla no es el único que tiene esta opinión. La propietaria de la Librería Pompeya, Montserrat Martí, hace 60 años que trabaja en este establecimiento que está muy cerca del paseo. Ha sido testigo de sus diferentes etapas, de sus momentos de gloria y de decadencia, y reconoce que prefiere los ‘ocellaires’ del pasado a los actuales. “No aportan nada y ocupan demasiado espacio”, insiste al TOT Martí, quien también defiende a los antiguos vendedores de pájaros, ya que considera que los cuidaban y se los encontraban un hogar donde vivir.
Unos tiempos que difícilmente volverán
Martí también aprovecha la conversación para rememorar otras figuras clave del pasado que, a pesar de que no han desaparecido, no tienen la misma presencia que ahora: las floristas. “Algunas están en decadencia, la gente ya no va a comprar como antes”, dice con nostalgia sobre unos tiempos que cree que difícilmente volverán. En este sentido, pose de ejemplo que, mientras antes había tiendas de “relojes buenos” y “camiserías de categoría”, ahora quedan pocos comercios tradicionales. “Con el turismo masivo han subido tanto los alquileres de los locales comerciales, que los negocios de toda la vida no se pueden permitir abrir nada aquí”, subraya desde azulejo de una tienda que es un pequeño oasis respecto a la realidad que describe. Es una librería y papelería corriente que sobrevive en el barrio Gótico desde hace 100 años porque el local es de propiedad.

Otros personajes que no han desaparecido, pero que tienen un papel menor que antes son las esculturas humanas. Hace, por ejemplo, 20 años era habitual ver unas cuántas totalmente congeladas y que solo se movían cuando algún peatón se los echaba una moneda. Ahora solo quedan unas pocas en la zona de la estatua de Cristóbal Colón. Villar explica que hay un total de 27 licencias, pero que habitualmente vienen solo unas seis y hay cuatro más que vienen de vez en cuando. “Nadie se lo dice que si no vienen perderán la licencia. Si así fuera, otras personas interesadas podrían ocupar su lugar”, dice recordando algunas de las que todavía están, como Aníbal y la Anna, que hacen de gárgola y de Mujer del Paraguas de Ciutat Vella. Una que ya no está, pero que para Villar es fácil recordar, es Ayelen, que durante un tiempo fue la bailarina de la caja de música.
Preguntar sobre la situación de este punto del coro de Barcelona a los peatones que se encuentran en estos momentos, se traduce al hablar, otra vez, de las figuras que originaron el nombre de la Rambla de las Flores: las floristas. Una de ellas es Carmen Benito, quien insiste al TOT que “ha perdido mucho”, y no lo dice por la ausencia de los puntos de venta de animales domésticos, sino porque le gustaría que volviera a haber más flores. “Siempre ha sido la Rambla de las Flores. Ahora, en cambio, es la del turismo, de los souvenirs y de los helados. Los barceloneses volamos flores, los helados los comemos en otros lugares de la ciudad”, exclama mientras corre a coger uno de los autobuses que se para en este paseo.
La floristería más antigua
La Mercè, de la parada Flors Carolina, originaria del 1888, es una de las personas que mejor conoce esta realidad. Asegura al TOT que Flores Carolina es la más antigua de todas y que ella pertenece a la quinta generación que está al frente. No puede evitar que le sepa mal, que ya no queden tantas paradas. Señala que mientras en la época de su abuela había 33, ahora son siete. Hay paradas vacías porque algunos floristas se han jubilado y ninguna persona se los ha querido coger el relevo y también porque, según afirma, el Ayuntamiento no mujer más licencias. Aun así, subraya que el panorama es positivo por las que todavía están. “A quien trabaja fuerte le van bien las cosas. Nos compran locales, turistas y restaurantes y hoteles. Pero es verdad que convivir con el turismo, con tantas personas, costa mucho”, reconoce.