Carles Bonacasa Aliaga no tiene un lugar entre las leyendas del Club Natación Barcelona (CNB). A pesar de contar con un palmarés importante que incluye dos campeonatos de Cataluña en 100 metros dorso (1936 y 1939) y varios récords de la modalidad, su nombre no sale mencionado en el listado de grandes deportistas de la entidad. Solo una placa que durante décadas presidió la piscina de l’Escullera recordaba la figura de un nadador que parece haber sido borrado de la memoria del club. Hace unas semanas os explicábamos en el TOT Barcelona su historia a través de los boletines mensuales publicados durante los años treinta y cuarenta, que fueron recompilados como los del resto de décadas del siglo XX en unos grandes tomos que se conservan a las oficinas de la entidad barcelonesa.
Sin embargo, la desaparición curiosa del fascículo que agrupaba los boletines publicados entre el 1938 y el 1941 dejaba un vacío en la trayectoria de nuestro protagonista que hasta ahora no habíamos podido llenar. La investigación en dos libros especializados y una inspección a fondo en los archivos del CN Barcelona nos ha permitido completar esta parte de la historia del deportista y adentrarnos en la vida de un personaje enigmático con una ascendencia importante dentro y fuera del agua que murió prematuramente a los 25 años. Lo hizo lejos de casa y de las piscinas donde se consagró como una de las grandes promesas de la natación catalana, mientras hacía frente a las tropas soviéticas enrolado en la División Azul, la unidad falangista creada en el marco de la Segunda Guerra Mundial para combatir en el frente de Rusia de la mano de la Alemania nazi. Su traspaso fue repentino, pero como veremos a continuación, su suerte parecía decidida desde hacía tiempo.
El retorno del desertor
Para entender como Bonacasa Aliaga acabó alistándose a la División Azul nos tenemos que remontar a finales de mayo del 1937. Como parte de la Exposición Universal de París celebrada aquel mismo año, las autoridades francesas organizaron una serie de competiciones deportivas en las cuales participaban delegaciones de diferentes países. El nadador barcelonés tenía entonces solo 20 años, pero sus buenas actuaciones en la piscina le llevaron a formar parte de la selección española que acudió a la cita internacional. No está claro qué papel tuvo en las pruebas. Eso sí, sabemos que no volvió con el resto de compañeros en Barcelona. En uno de los volúmenes de la colección de libros 
Esta situación explica por qué no hay referencias explícitas al nadador en el resto de boletines del CN Barcelona publicados durante el 1937. Aun así, sí que hay una de las editoriales de finales del mismo año que hasta ahora había pasado desapercibida y que con esta información parece revelarse como una crítica implícita a los socios de la entidad que aprovecharon el viaje en la capital francesa para desertar. Bajo el título 

En este punto volvemos a perder la pista del joven, a pesar de que todo apunta que debía de participar en alguno de los enfrentamientos de la Guerra Civil en las filas de las tropas franquistas. Sabemos que una vez finalizado el conflicto, vuelve a Barcelona en 1939 y participa en los campeonatos catalanes, donde revalida el trofeo de ganador que ya había conseguido tres años antes en la modalidad de 100 metros dorso. Durante los siguientes años y hasta su despedida hacia Rusia en octubre del 1941, Bonacasa Aliaga retoma su actividad como socio del club deportivo, participando en varias exhibiciones y pruebas del Sindicato Español Universitario (SEU), pero sobre todo vinculado a los más jóvenes de la casa, con quien comparte aprendizajes y experiencia. Es en esta época cuando empieza a dejarse barba y con esta apariencia será retratado en una de las últimas imágenes que se conservan del nadador antes de alistarse en la División Azul.
Una ráfaga fatal
Bonacasa Aliaga no era un voluntario más de los cerca de 1.200 catalanes que formaban parte de esta unidad militar. Su trayectoria como deportista de élite le convertía en una cara conocida entre los soldados, sobre todo en la quinta compañía, el grupo al cual fue asignado junto con otros muchos barceloneses y con otros socios del CN Barcelona. De sus primeros meses en territorio ruso sabemos que tuvo un papel destacado en una incursión en terreno enemigo a finales del 1941 y que incluso fue propuesto para recibir una recompensa por su actuación. «Era muy popular entre los divisionarios catalanes. Tenía una historia curiosa y su muerte causó un fuerte impacto», asegura Fernando Oriente, uno de los editores del libro 
El primer relato es el de Octavio Carreras Puigjaner, un periodista que a través del boletín que publicaba la sección barcelonesa de la FET y de las JONS fue narrando de manera dramatizada los avances de la quinta compañía. En el panfleto correspondiente a los meses de octubre y noviembre del 1942, este voluntario explica cómo fue la muerte del nadador con unos detalles que ponen los pelos de punta. Los hechos tuvieron lugar a mediados de marzo en los alrededores de la localidad de Rodionovo, una zona pantanosa próxima a un río ubicada en el extremo occidental del país y que entonces estaba bajo dominio soviético. Las tropas españolas atacaron las posiciones enemigas, consiguiendo varias bajas, pero en la vuelta al campo base que tenían en la isla de Chutyni -también referida como Chutinski- recibieron la respuesta de la artillería rusa en forma de un fuego intenso.
«Una ráfaga partió el cráneo de Carlos. Poco después una pequeña astilla me hería la cabeza. Recuerdo que mi sangre goteaba sobre su cuerpo, ya sin vida, mientras centuplicaba mis fuerzas para arrastrarlo hasta nuestras posiciones […] Allí caí sobre la nieve, sin fuerzas, abrazado al cadáver de Carlos, para robarle el último calor que le quedaba», se puede leer en el relato de Carreras Puigjaner. El periodista describe también como lo entierran dentro de un ataúd de madera al final de una calle de Chutyni, en una fosa coronada por una cruz también de madera con su nombre y apellidos y la fecha de su muerte: el 21 de marzo del 1942. La misma escena también es referenciada por otro miembro de la compañía, José Manuel Espejo Lara, que deja anotado el traspaso del nadador en una incursión militar que dejó otro muerto y hasta tres heridos entre los miembros de la unidad.
De la épica del teatro a la vida real
La noticia del traspaso de nuestro protagonista llegó con dos meses de retraso a Barcelona. Los detalles de las circunstancias en las cuales se produjo se harían públicos a través de la descripción detallada que hizo Carreras Puigjaner, un relato que, a pesar del dramatismo, toma forma con una fotografía publicada en el boletín del CN Barcelona correspondiente al mes de junio del 1943. La imagen -que ilustra un artículo donde prácticamente se exige a los afiliados que se alisten en las organizaciones políticas franquistas para convertirse en «otros Bonacasa»- muestra tres soldados flanqueando la fosa donde fue enterrado el nadador y con el que presumiblemente era su casco coronando una cruz donde está escrito su nombre. Este, sin embargo, no fue el destino final del cadáver de Bonacasa Aliaga. Tal como apunta Oriente, sus despojos junto con los de otros caídos de la División Azul fueron exhumados a finales del siglo XX y trasladados al cementerio alemán de Pankovska, ubicado al sur de la localidad rusa de Novgorod, donde también hay otros soldados españoles enterrados.
Unos meses antes de esta instantánea, los boletines de la entidad barcelonesa publicaban una carta sin firma donde se revelaba una faceta hasta entonces desconocida del nadador. El autor explica en el texto como conoció al deportista una tarde de invierno del 1940 en el Café de la Rambla de la capital catalana mientras participaban en una tertulia. Ambos compartían la pasión por la poesía y la obra de Miguel de Unamuno y tejieron una fugaz, pero fuerte amistad. En uno de sus encuentros, Bonacasa Aliaga -de quien ya sabíamos que tenía una prosa cuidada gracias a un artículo que firmó en 1937- compartió con su amigo una pieza teatral escrita por él mismo: un drama en tres actos protagonizado por un joven idealista que en su afán por construir «un mundo mejor» parte a la guerra.

«Carles presentía ya su misión […] Quizás no será nunca representada. Es igual. Él la ha representado -autor y actor- por primera y última vez y, al caer el telón, su cuerpo ha quedado tirado sobre la tarima», señala el autor. El nadador predijo sin ser consciente su futuro y su muerte en el campo de batalla. Eso sí, lejos de la épica que se desprende de estas palabras, la realidad es que el deportista murió a los 25 años de un disparo en la cabeza, truncando de este modo una vida y una carrera prometedora. Quién sabe si, en vez de engrosar con su nombre el inacabable listado de bajas de la Segunda Guerra Mundial, Bonacasa Aliaga podría haberlo escrito en letras doradas en el Olimpo de la natación o si nos hemos perdido un buen dramaturgo.

