El 31 de enero del 1911 es una fecha que tienen muy presente en casa de Isabel Centeno. Esta vecina de toda la vida de la Barceloneta todavía recuerda como su madre solía mencionar la tragedia familiar que habían vivido a causa del temporal de la Candelera, bautizado así por la coincidencia del terrible fenómeno con la festividad tradicional. Ninguna de las dos lo habían sufrido en primera persona, pero la pérdida de dos hermanos de su bisabuelo y varios primos mientras faenaban en el mar cerca de la costa de Peñíscola había quedado como una especie de mantra perpetuado entre generaciones por la transmisión oral.
Como tantos otros castellonenses habían hecho a principios del siglo XX, esta familia emigró a la capital catalana pocos años después de aquella tragedia. Lo hicieron para instalarse en el barrio marítimo por excelencia de la ciudad, un lugar donde aún perviven muchos apellidos y sobrenombres de origen valenciano y andaluz que se remontan a aquellas primeras décadas del siglo pasado. Precisamente, la Barceloneta fue otro de los lugares donde las consecuencias de aquel repentino temporal -que afectó al tramo de costa entre el Maresme y Valencia– también fueron catastróficas. Nada más y nada menos que 35 pescadores del barrio murieron durante los tres días que duró el episodio de fuerte viento y oleaje, una cifra que se eleva hasta las 140 personas en todo el frente litoral de la ciudad.
La tragedia tuvo un impacto innegable en la sociedad barcelonesa. Los diarios de la época abrieron portadas durante semanas con las novedades que se iban conociendo sobre los efectos del feroz temporal mientras el goteo de cuerpos escupidos por el mar que aparecían en todo la costa catalana era constante. Las pérdidas, sin embargo, iban más allá del factor humano. Muchas familias no solo habían visto como morían sus seres queridos, sino que también habían perdido en muchos casos el único apoyo económico que tenían. Es el caso de la familia de Hilari Salvadó i Castell, el vecino de la Barceloneta que con el tiempo se convertiría en el último alcalde republicano de la ciudad, pero que aquel 31 de enero del 1911 y con solo 11 años veía cómo su padre y sus cuatro hermanos mayores perdían la vida a manos del temporal de la Candelera.

Una biografía que conecta con la tragedia
Salvadó ha sido en cierto modo el culpable -en el buen sentido de la palabra- de que la Barceloneta recupere 113 años después el recuerdo de aquella catástrofe. Lo hace de la mano de la exposición 
El primer contacto de Vinyes con este barrio pescador de la capital catalana fue hace unos años, cuando el historiador se estaba documentando después de recibir el encargo de escribir la biografía del último alcalde de la democracia antes del franquismo. «Antes de Hilari, de la Barceloneta prácticamente solo sabía que era un buen lugar donde comer arroz», reconoce con humor. Esta voluntad de profundizar en la trayectoria vital de Salvadó lo llevó hasta uno de los episodios que sin duda marcaron su juventud: la pérdida de la mitad de la familia durante el temporal de la Candelera. Vinyes quedó fascinado por la historia y le dedicó un capítulo entero en el libro 

Así nació la relación entre el autor y Centeno, que también es historiadora y que -más allá de su vinculación familiar- ya hacía tiempo que, de la mano del Taller de Historia de la Barceloneta, había puesto el punto de mira en este trágico episodio del pasado del barrio. Era cuestión de tiempo, pues, que esta confluencia de intereses acabara desembocando en un proyecto conjunto, que finalmente se ha materializado en una exposición que también ha contado con la participación de la historiadora Maria Jesús Vidal y que consta de un recorrido por varios plafones explicativos rellenados con fotografías y compilaciones de prensa.
De la calma a los naufragios en Can Tunis
La muestra empieza con el relato de los hechos ocurridos aquel 31 de enero de ahora hace 113 años. La jornada se inició bien temprano en la Barceloneta, donde las características embarcaciones movidas con vela latina zarpaban en el mar como cualquier otro día laborable. Nada hacía indicar que la calma de aquel día soleado era el preludio de un temporal que haría que muchas no pudieran volver nunca más a puerto. «La mañana había arrancado muy tranquila, pero, de repente, se giró el tiempo y un viento de levante muy fuerte se llevó las barcas mar adentro«, explica Centeno.
La combinación de esta levantada, poco común en esta época del año, con otros vientos de siroco y gregal generó oleadas de hasta ocho metros que atraparon muchas de estas sencillas embarcaciones, que no tuvieron margen de maniobra para refugiarse de la tormenta n la costa. Entre las barcas que cayeron en esta trampa mortal de la naturaleza estaban la 

El temporal duró tres días y muchas de las embarcaciones barcelonesas acabaron embarrancadas en la playa de Can Tunis, una zona de baño muy próxima a un núcleo de fábricas y ya extinguida que se ubicaba entre la montaña de Montjuic y la actual zona logística del Puerto de Barcelona. Los diarios de la época relatan como hasta una decena de náufragos provenientes de estas barcas sorprendidas por la tormenta consiguieron nadar hasta la costa e incluso dejan constancia del rescate heroico que protagonizaron dos trabajadores de uno de los talleres de la zona, que a través de un rudimentario sistema de cuerdas se lanzaron al agua para salvar la vida de un marinero de Mataró que había quedado atrapado en un barco que flotaba por esta parte del frente litoral de la capital catalana.
Negligencia en el rescate
Más allá del factor sorpresa por el cambio de tiempo repentino, los pescadores de la Barceloneta empezaron a movilizarse rápidamente después del temporal para denunciar que, en el elevado número de muertos y desaparecidos, también había influido la negligencia en las tareas de salvamento. Las autoridades no solo tardaron más de lo necesario en activar los barcos de rescate, sino que los dos remolcadores del puerto no tenían reflectantes para poder trabajar por la noche y contaban con un personal del todo insuficiente y sin experiencia. Todo esto, sumado a la problemática con las obras entonces en marcha para alargar el rompeolas del Morrot, que había dejado las barcas sin lugar donde refugiarse en caso de mala mar, generó una tormenta perfecta que se cobró varias vidas.
«El puerto no estaba preparado para una catástrofe de estas características. Tenía las embarcaciones mínimas y ni la logística ni las infraestructuras estaban en condiciones», asegura Vinyes, que como otros expertos en la materia considera probado que las tareas de rescate fueron del todo insuficientes y que recuerda que a raíz de este temporal se modificaron varios puertos entre el Maresme y Valencia para evitar que se pudiera volver a repetir un escenario como este.

Un espíritu que sobrevive al turismo
Uno de los ámbitos en los cuales más incide esta exposición es la solidaridad vecinal con los damnificados por esta tragedia. Durante los primeros días después de los hechos, las entidades de la Barceloneta decidieron organizar una campaña de recaudación de fondos para las familias del barrio afectadas por el temporal. A través de una colecta y de varias actividades solidarias de todo tipo se consiguieron superar las 7.800 pesetas en donaciones. También la prensa de la época se volcó inicialmente con las víctimas impulsando suscripciones populares y recaudaciones de fondos.
Todas estas iniciativas de solidaridad se fueron diluyendo con el paso del tiempo y a medida que se apagaba el eco mediático del temporal. Familias como la de Salvadó, que se quedó con su madre al cargo de las hermanas pequeñas y de una cuñada de 75 años invidente, tuvieron que emprender sin recursos costosos litigios, en su caso, contra los acreedores que habían avanzado el dinero para pagar las dos barcas de su padre y que ahora querían recuperar la inversión apropiándose de parte de la indemnización por el naufragio. Solo la solidaridad entre vecinos se mantuvo inalterable durante todo este tiempo, convirtiéndose en la verdadera red de apoyo que permitió a los afectados salir adelante con sus vidas.

El espíritu comunitario de la Barceloneta de entonces todavía sobrevive hoy en día al margen de la salvaje gentrificación que sufre esta zona de la capital catalana, que parece perder a marchas forzadas su identidad a manos de un turismo desbordante. «La gente que ha nacido aquí lo mantiene [el espíritu]. Muchos de los vecinos de toda la vida han tenido que marcharse a otras zonas, pero los encuentros continúan siendo en el barrio. En cierto modo, la red vecinal ha seguido fuera de la Barceloneta«, concluye Centeno.




