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Los sintecho, los grandes olvidados del invierno: «Lo pasamos fatal aunque no haga tanto frío»
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Antoni (nombre ficticio) está sentado en el suelo del patio de la iglesia de Santa Anna, en el barrio Gòtic, esperando entrar a desayunar en el claustro. Como la mayoría de personas con las cuales comparte este tiempo de espera, ha pasado la noche en la calle. Las condiciones duras en que tiene que vivir son fáciles de imaginar. Es por eso que contesta con indignación al ser preguntado cómo pasa las noches al raso. “Lo pasamos fatal, aunque no haga tanto frío”, dice en conversación con el TOT. Ya tiene los pies resentidos de aguantar tantas horas a bajas temperaturas. Con todo, reconoce que “tiene suerte” porque tiene mantas y ropa de abrigar, pero lamenta que hay gente que solo cuenta con unos cartones. “Las noches son largas, hay mucha soledad y tristeza”, recuerda Antoni. Hace un año que vive en la calle. Antes era camarero. 

Dormir en la calle es difícil todo el año, aunque los reportajes sobre la realidad de los sintecho suelen proliferar en los medios de comunicación cuando las temperaturas son extremas. El cura de esta iglesia solidaria, Peio Sánchez, ha podido presenciar algunas de las particularidades de este invierno. Más allá de la subida de las temperaturas, señala a este diario que buena parte de las personas que duermen en la calle en Barcelona son migrantes y cada vez más jóvenes. “Aparentemente, son más resistentes», afirma. Lo que se están encontrando en la iglesia, pero, es que una buena parte sufre más el frío porque no están acostumbrados en sus países de origen. “Este 2024 ya hemos detectado 14 neumonías que hemos acabado derivando en el hospital”, asegura. 

1.384 personas viviendo en la calle

Según el último recuento hecho por Arrels Fundació el pasado mes de diciembre, actualmente hay 1.384 personas viviendo en la calle en Barcelona. Una realidad a la cual el Ayuntamiento de Barcelona hace frente con la Operación Frío. Fuentes municipales informan el TOT que la fase preventiva se activa el mes de diciembre y supone la creación de 86 plazas más en albergues de la ciudad que se suman a las 2.800 que hay todo el año. La fase de alerta se activa cuando el termómetro baja a los 0 C°, “cuando se considera que hay riesgo vital”, lo cual supone la creación de más plazas. Este año, pero, no se ha llegado a este punto y, por lo tanto, tampoco se ha contado con estas plazas adicionales. Durante los cinco días de la fase de alerta de la Operación Frío del invierno pasado, el Ayuntamiento gestionó más de 1.400 estancias nocturnas. 

Voluntarios reparten comer en la Iglesia de Santa Anna / Jordi Play
Voluntarios reparten comer en la Iglesia de Santa Anna / Jordi Play

Santa Anna también tiene sus propias cifras. Esta mañana, por ejemplo, ha repartido desayuno entre 240 personas. Las mesas del claustro están llenas de bocadillos, magdalenas, galletas y cafés que muchos comen detenidamente para alargar este rato. No tienen prisa. Uno de ellos es Ahmed (nombre ficticio), de 19 años. En declaraciones al TOT recuerda que llegó a Barcelona hace cuatro años y que estuvo en un centro de menores hasta la mayoría de edad. Hace un mes y medio, después de que se le acabara el contrato de trabajo, empezó a dormir en la calle. Explica que cuando tiene frío duerme a la estación de plaza de Catalunya, se calienta durante un rato dando saltos o hace una pequeña hoguera. Cuando habla por teléfono con sus padres, los miente y les dice que todo va bien. “A pesar de vivir en la calle, no volvería a Marruecos. No hay trabajo”, subraya.

La situación que atraviesa Ahmed se ve reflejada en otros migrantes que están lejos de casa. Un ejemplo son un grupo de jóvenes de Mali, que navegan por las redes sociales, llenas de imágenes de amigos, familiares o conocidos de su país de origen. Físicamente, están en Barcelona, concretamente entre los arcos de este histórico claustro; pero en corazón y alma están en su casa.

El problema de la temporalidad

Hay varios tópicos instalados alrededor de las personas sin techo, y uno de ellos es que muchos no quieren dormir a albergues. Esta realidad, pero, no es tan fácil ni responde solo a su voluntad. Tal como recuerda el director de Arrels Fundació al TOT, Ferran Busquets, el principal problema es que son de carácter temporal, lo cual hace que no sea una opción dejar todo lo que han conseguido y marcharse sin el colchón o las mantas que les hacen el día a día algo más fácil. “Nadie les asegura que los vuelvan a encontrar”, afirma. Esto no es todo. Tampoco ayuda la situación “compleja” que atraviesan muchos de ellos, ya que puede haber “nervios” o “tensión” cuando comparten espacio con «30 o 40 personas» en la misma situación.

Jóvenes de Mali mirando imágenes de su país de origen / Jordi Play
Jóvenes de Mali mirando imágenes de su país de origen / Jordi Play

Esta realidad compleja se ve con mucha claridad entre las últimas palabras que comparte Antoni. Concretamente, insiste que con una limosna de uno o dos euros no hace nada, sino que necesita una ayuda que le haga romper con la espiral de degradación en la cual está atrapado. Se refiere a hábitos elementales en cualquier rutina, pero que para él se han convertido en excepcionales: ducharse o cambiarse de ropa. «Con estas pintas no puedo buscar trabajo ni puedo entrar en una buena tienda. Si voy por una calle pijo, hay peatones que se cogen el bolso», denuncia. «Yo he cotizado durante 44 años», explica al hablar de una situación que mengua la salud mental de todo el mundo quien se encuentra. En este sentido, recuerda que mentalmente se tiene que ser muy fuerte, pero que mucha gente acaba jodida. «Acabo de ver una chica con la cual hacía tiempo que no me cruzaba y he flipado. Está mal», alerta.

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