Pablo Picasso siempre tuvo una relación muy estrecha con Barcelona. La capital catalana puede presumir de ser la primera ciudad del mundo a la cual el artista malagueño dio una de sus obras. Una cesión que con los años acabaría convirtiéndose en crucial para la creación el año 1963 del Museo Picasso de Barcelona, que inicialmente abrió las puertas bajo el nombre de Colección Sabartés, en honor al secretario personal y amigo íntimo del pintor Jaume Sabartés y Vado y una estrategia para salvar la más que posible censura del régimen franquista, que no habría permitido en ningún caso la apertura de un museo abiertamente dedicado al artista.
Aquella primera pieza abrió el camino para el resto de cuadros, esculturas y grabados que forman parte hoy en día de la colección tan preciada del equipamiento barcelonés, uno de los museos más visitados de la ciudad. Sin embargo, ¿cuál fue el primero Picasso barcelonés y cuál es su historia? ¿Por qué el artista eligió la capital catalana y no su Málaga natal, o París, donde se erigió en un verdadero icono del arte el siglo XX?
Protagonista de un ballet rompedor
La obra en cuestión es
Después de un estreno muy sonado del ballet en mayo del 1917 en París y de su paso fugaz por Madrid, la amistad entre los dos forjada en Italia hizo que durante su estancia en Barcelona el artista cogiera el bailarín como modelo para la recuperación de la figura del arlequín, que ya había utilizado con frecuencia en su periodo azul, pero sobre todo en el rosa, entre los años 1905 y 1907. Durante la preparación de la representación de la obra disruptiva en el Gran Teatre del Liceu, donde el elenco estuvo desde julio hasta su estreno en noviembre del mismo año, Massine se convirtió también en el coreógrafo principal del ballet, después de la discusión que Diáguilev mantuvo con el hasta entonces director de escena, el reputado exbailarín Vàtslav Nijinski.

Una donación gestada a fuego lento
Todo este contexto hizo que Picasso con esta pintura dejara a un lado el estilo cubista que ya cultivaba desde el 1914 y apostara por una representación más clásica, erigiéndose en una de las últimas obras de la etapa más clasicista del pintor. Como la mayoría de piezas que realizó durante aquellos cerca de seis meses en la capital catalana,
Esta muestra acabó resultando capital para la futura colección barcelonesa del artista, puesto que esta cesión temporal de la tela para la ocasión acabó convirtiéndose en definitiva aquel mismo año, cuando el artista decide dar la obra al museo de arte de la ciudad, el primer ente público del mundo que contó con un Picasso entre sus filas. Aun así, la posibilidad que la capital catalana pudiera contar con una creación del pintor hacía ya al menos dos años que estaba sobre la mesa. Desde su estancia en Barcelona para el estreno del ballet

«Aquí a Picasso ya le reconocían en 1917 su trayectoria meteórica y su papel como artista que estaba cambiando el rumbo del arte moderno. También era una figura relevante en la escena parisiense, pero como Francia no tenía entonces museo de arte moderno, no es extraño que acabara eligiendo nuestra ciudad para hacer esta primera donación», señala Elena Llorens, conservadora del Museo Picasso de Barcelona, en una conversación con el TOT Barcelona. Con todo, la intervención que resultó al final decisiva para la cesión de la tela fue una carta que le envió su amigo y también pintor Ricard Canals insistiendo en este sentido. El malagueño accedió, pero, en vez de enviar una de las obras que tenía en París, optó por dejar en herencia a la ciudad una de las piezas que se habían quedado guardadas en el domicilio familiar y que no se había podido llevar con él por la situación bélica que vivía en aquel momento Francia, que dificultaba cualquier traslado de obras de arte a través de las fronteras.
El precedente del Guernica , Las Meninas y el gran gesto
La cesión en 1919 de

Con la inauguración