Barcelona vivió su particular época dorada de la filatelia en los setenta. La celebración en la capital catalana de la exposición mundial del sector el año 1975 atrajo a muchos coleccionistas de sellos y postales de todo el mundo, disparando las ventas entre las diferentes tiendas especializadas de la ciudad. En el momento de esta cita internacional, Aurelià Monge solo hacía dos años que se había incorporado al negocio familiar, uno de los establecimientos que todavía hoy en día siguen el hilo iniciado en 1878 por el comerciante malagueño José Monge, el primero que abrió una tienda de este tipo en nuestra casa con un pequeño local en la calle dels Escudellers y bisabuelo del actual responsable de Filatelia Numismática A. Monge.
«Los precios se dispararon, hubo especulación… Fue increíble, una época gloriosa», recuerda el hombre, que entonces tenía poco más de 20 años. Casi cinco décadas después, el negocio continúa al pie del cañón convertido en un verdadero superviviente de un sector que en Cataluña parece condenado a desaparecer a medida que las generaciones que lo mantenían vivo van haciéndose mayores. Con la irrupción del mundo digital, tiendas como la que regenta la cuarta generación de esta familia en un entresuelo de la calle dels Boters, en pleno barrio Gótico, representa una rara avis en peligro de extinción, uno de los últimos vestigios de un tiempo donde las colecciones de sellos y monedas eran un legado magnífico y no un trasto más heredado de nuestros padres y abuelos.
Un apellido de peso y la pérdida de una joya modernista
La trayectoria de esta alcurnia se remonta a finales del siglo XIX, cuando el patriarca de los Monge aterriza en Barcelona y abre el negocio de la calle de los Escudellers, convirtiéndose en el pionero de la filatelia barcelonesa. Sus tres hijos cogieron el relevo a principios del nuevo centenni, impulsando a su vez tres nuevos establecimientos. Uno de los descendentes, Aurelià Monge Pineda, empieza su actividad independiente en un local de la calle de la Tapineria antes de instalarse de alquiler el año 1948 en los bajos de la Casa Cornet, un palacio neoclásico también del siglo XIX protegido como Bien Cultural de Interés Local (BCIL).
En este magnífico espacio, antiguamente ocupado por la lencería Jaumà y hecho a base de madera de caoba con acabados modernistas, el negocio vivió sus años dorados y desarrolló la gran mayoría de su actividad hasta el 2014, cuando la venta de todo el edificio los obligó a trasladarse a otro emplazamiento, perdiendo de este modo uno local emblemático que ya había quedado ligado a la filatelia. Es así como el comercio acabó instalado en un oscuro entresuelo que antes había ocupado el Colegio Oficial de Arquitectos de Cataluña (COAC), solo unos números más arriba de la ubicación original, pero lejos de las miradas de los peatones que durante décadas se habían quedado embelesados observando los atractivos escaparates de la tienda.

Especialización obligada
El cambio de localización -forzado por un mercado inmobiliario barcelonés que centrifuga establecimientos de renta antigua- supuso también un replanteamiento de sus rutinas mismas. «Una tienda no tiene nada que ver con un piso: en el local teníamos al paseante, el turista que ve el escaparate…», recuerda Monge, explicando que la llegada a las oficinas obligó a hacer un salto en el mundo digital. «Ahora, mi propaganda es por internet, de cara en las redes», con clientes más especializados que buscan productos concretos. La digitalización del negocio deja pérdidas, especialmente en el ámbito cultural: el negocio del sello y la moneda había sido uno de muy próximo con el comprador, hasta el punto de transcender la relación tendero-cliente. Quien se acercaba al local de los Monge, apunta el empresario, «quizás se pasaba toda la tarde mirando libretas con sellos». «Al final, era casi como una amistad; todo esto, evidentemente, se ha perdido», lamenta.
El abandono de la proximidad, pero, ha permitido hacer más global el nombre de la alcurnia barcelonesa. «Ahora le puedo vender una pieza a un señor de China, una cosa que antes era impensable», celebra, apuntando una reciente venta con un contacto austríaco. Los Monge se han armado con la venta en línea para hacerse globales en una línea de productos en la cual, según el actual propietario, el prestigio es la clave para sobrevivir. «No es lo mismo un establecimiento con solera, de toda la vida, que un mercado cualquiera» donde la confianza en la calidad o la autenticidad no viene dada. «Mi nombre, dentro de este sector, es conocido por todas partes, tanto entre comerciantes como entre coleccionistas», presume el vendedor. Vale deci que no es un camino que haya recorrido solo la histórica tienda barcelonesa: el conjunto del sector de la filatelia y la numismática -y la inmensa mayoría de las líneas de negocio dedicadas al coleccionismo- han ido abandonando los entornos físicos. «Yo creo que las tiendas, poco a poco, irán desapareciendo; se canalizará mucho al digital, porque la tienda es muy esclava», reconoce.

Caras nuevas, solo a la moneda
Más allá de la transición al comercio digital, el sector que trabaja Monge ha cambiado con los años principalmente por la transformación del perfil de comprador. Las anteriores generaciones de la alcurnia dirigían sus productos a audiencias relativamente anchas, si bien, en general, acomodadas. «Hay quien prefiere tener una pieza de gran categoría a cincuenta medianías», razona el tendero. La división económica se ha mantenido, pero los intereses han ido modulándose según la época. «El sello ha bajado muchísimo», apunta Monge; mientras la numismática se ha mantenido. La implantación del Euro, con diseños diferentes para cada país miembro, ha acercado al coleccionismo un público «más joven», que busca, de entrada, productos accesibles por después profundizar. Más allá de la popularidad del producto, las monedas clásicas pueden acontecer no solo un ítem de colección, sino también un refugio económico en momentos de crisis -principalmente por el factor metal, en cuanto que «cualquier
Así, según Monge, la compra de monedas de colección se encuentra en «un buen momento», gracias a la aproximación de nuevos públicos y el encarecimiento del oro y la plata. El sello, pero, no ha sabido encontrar una ensambladura moderna y, según el comerciante, difícilmente lo podrá hacer. «Ha habido momentos de mucha especulación; épocas muy buenas, pero esto ha pasado a la historia», lamenta. La pérdida de interés en el sector se hace notar con la división generacional: mientras que las monedas atraen más perfiles, el sello no se considera un activo alentador. «Cuando un nieto o un hijo recibe la colección que hizo el padre o el abuelo, el primero que hace es intentar venderla. No hay interés», comenta, recordando, entre otras cuestiones, la intervención de Fórum Filatélico y Afinsa como uno de los puntos de inflexión al conjunto del Estado español. «Aquello fue una estructura piramidal que arruinó mucha gente; y muchos pararon de coleccionar o vendieron las colecciones», critica.
La muerte del coleccionista
En la fachada de la Casa Cornet presidida durante cuatro décadas por la Filatelia Numismática A. Monge no queda actualmente ni rastro del paso del negocio. «Incluso han sacado la placa que teníamos ante la tienda como comercio emblemático. Es como si no hubiéramos existido», lamenta el actual responsable. Esta escena parece actuar como una especie premonición del futuro qué depara al establecimiento, que no tendrá continuidad con una quinta generación de la familia. «No tengo ningún relevo. Con nosotros se ha acabado», afirma Monge, que tampoco tiene intención de traspasar el histórico negocio.
El responsable de la filatelia es consciente que su cierre servirá para engrosar la ya bastante extensa lista de comercios emblemáticos que han bajado la persiana en la ciudad, pero no se pone fecha para hacerlo efectivo. «Tiendas como esta están en peligro de extinción. Muchos compañeros han ido muriendo y los hijos no han continuado con el negocio. Cuando pueda, yo liquidaré todo el stock», asegura. Antes, Monge tendrá que colocar en el mercado la colección sellos, un tipo de producto que costa mucho de vender, pero que -como buen coleccionista- tampoco quiere regalar a precio de saldo.