Tot Barcelona | Notícies i Informació d'actualitat a Barcelona
El pararrayos que protege la esencia comercial de Barcelona

Carles Torrente creció entre pararrayos. Este barcelonés recuerda muy vivamente como con sus hermanos corría entre las estanterías del negocio que sus abuelos regentaban en los bajos del número 21 de la calle del Marquès de Barberà, en pleno barrio del Raval. «Una travesura habitual era encender sin avisar la forja que teníamos en el taller con la que se hacían estas estructuras. Cuando veían que salía humo de la chimenea, mi abuelo y mi padre bajaban deprisa a ver qué pasaba», rememora con cierta nostalgia el responsable de Pararrayos Torrente.

La forja ya ha pasado a la historia -sería impensable tener una en pleno funcionamiento en el corazón de la ciudad actual-, pero el negocio familiar continúa en pie en el mismo local de Ciutat Vella con la cuarta generación de esta saga familiar al frente. A pesar de los evidentes avances tecnológicos que se han vivido desde el 1860, momento en el cual abrió el establecimiento original, los Torrente siguen dedicándose 164 años después al mundo del pararrayos. Esta larga trayectoria otorga a esta familia una distinción única: son la empresa de pararrayos más antigua del mundo.

El antiguo taller de Pararrayos Torrente, la tienda de pararrayos más antigua del mundo / Cedida

El origen del puño que atrapa los rayos

La historia de este negocio se remonta a mediados del siglo XIX, cuando el empresario aragonés Josep Sebastià llega a la capital catalana y decide montar una tienda de pararrayos. El año 1860, el mismo que se empieza a implantar en Barcelona el plan Cerdà y solo un siglo después de la invención de este ingenioso artefacto a manos del científico y político norteamericano Benjamin Franklin, Sebastià abre en el número 27 de la calle del Marquès de Barberà -seis números por encima del actual- el primer establecimiento dedicado a esta actividad. Lo hace en un barrio entonces lleno de talleres y oficios, ahora ya desaparecidos: «Carpinteros, cristaleros… ahora esto se ha diluido, prácticamente solo quedamos nosotros«, lamenta Torrente.

El primer contacto de la familia con este negocio fue a través de Josep Torrente, el bisabuelo de los responsables actuales, que entró a trabajar antes de cumplir la veintena como aprendiz. Después de unas décadas de actividad que los llevó a trasladarse al local del número 21 y con la inminente jubilación del fundador, el patriarca de los Torrente decidió quedarse con el establecimiento y poco a poco fue comprándole el negocio a Sebastià hasta quedárselo completamente en propiedad en 1892. Un movimiento que ha sido clave para la supervivencia del negocio, en medio de una inevitable «presión inmobiliaria» que se ha cobrado ya la vida de varios emblemáticos. La familia todavía conserva documentación sobre los permisos que tuvieron que pedir al Ayuntamiento para poder trasladar a la nueva ubicación tanto los escaparates y el mostrador como el emblemático letrero en tres dimensiones -consistente en un puño de hierro que sostiene una serie de pequeñas barras que simulan rayos– que se ha convertido en la verdadera insignia de la empresa.

Adaptación eléctrica

La trayectoria empresarial de Torrente ha acompañado el desarrollo de un sector centenario. Las primeras operaciones comandadas desde Marqués de Barberà «no tenían normativa, usaban aparatos de medida que no sé muy bien qué medían», ironiza el empresario. Las primeras regulaciones sobre infraestructura de protección contra rayos aparecen durante las primeras décadas del siglo XX, pero el negocio se mantiene similar durante cerca de 100 años. La innovación, sin embargo, era necesaria: el pararrayos Franklin, dominando durante las décadas iniciales de la vida del negocio, «tenía un radio de acción muy corto, de 45 grados». «Una casa puede protegerla, pero para defender una nave industrial hacía falta un auténtico bosque de pararrayos», recuerda.

Una de las generaciones de la familia Torrente al frente del negocio, el más antiguo del mundo de su sector / Cedida

No es hasta los años 40 que el sector sufre el zarandeo de su primera disrupción, el pararrayos radiactivo. Torrente es también un pionero en este campo: el emblemático es el encargado del primer aparato de este tipo que se instala en el Estado español, a las naves de la fábrica de Seat en la Zona Franca. El aumento de la capacidad de acción de los nuevos pararrayos permitía una incidencia mucho más elevada en la industria. Los avances técnicos abren la puerta a una especulación comercial sin todos los fundamentos necesarios. Fabricantes «serios», recuerda, prometían una cobertura por aparato de entre 60 y 80 metros; pero «explotaciones comerciales decían que llegaban a los 200 metros para vender más pararrayos». «Cuando no hay una normativa clara, hay quien se aprovecha», reprocha Torrente.

La línea actual de fabricación no llega hasta mediados de los años 80 –no hay que decirlo, con Torrente al frente–. Los pararrayos radiactivos se prohíben en el 86 por la carencia de control de la sustancia que los hacía funcionar. En su lugar, el pararrayos electrónico se convierte en el nuevo estándar. Mediante una colaboración con la francesa Hélita, uno de los líderes europeos del sector en aquella época, la firma barcelonesa se convierte en la primera que trae una protección eléctrica moderna a la península, eb la fábrica de la Colonia Puig, en el barrio del Bon Pastor. Ahora, rodeados de regulaciones técnicas, el producto «ha evolucionado», e incluye una intensiva tecnología digital que permite registrar temperatura, intensidad de los impactos eléctricos y otros factores impensables ya no cuando se fundó la empresa, sino hace escasos 20 años.

No perder la «identidad»

Durante más de siglo y medio, Torrente se ha mantenido en un lugar privilegiado para ver pasar el sector por delante. Ni la competencia ni el resto de la cadena de valor –proveedores, fabricantes…– son, ni de lejos, tan antiguos como la firma barcelonesa. A lado y lado de la familia se han abierto y cerrado empresas «por querer alcanzar más de lo que se puede hacer». En una rama industrial cada vez más tecnológica, «el dinero puede ser muy goloso». «Hay momentos en los cuales puedes crecer mucho, sin embargo, si el mercado no continúa, entonces qué haces?», reflexiona el empresario, que se declara «conservador».

En este sentido, la empresa ha optado por mantener el alma por encima de una potencial expansión: en 2000, recuerdan, tuvieron que emprender la renovación de la finca –que no solo concentra el establecimiento, las oficinas y el almacén, sino también, hasta hace muy poco, la residencia familiar–. «Dudamos si marcharnos a una nave, en un polígono, que hubiera sido la decisión más práctica de forma muy clara. Pero quien pierde los orígenes, pierde la identidad«. Finalmente, reforman el edificio, y a estas alturas continúan operando. «No somos solo un comercio antiguo, sino que nos situamos en el mismo lugar donde nos fundamos«, ostenta Torrente.

Calidad y sucesión

Los años y la experiencia han convertido el establecimiento en un referente en Barcelona para clientes privados, públicos y corporativos. Sin ir más lejos, de su cuenta va la protección contra impactos eléctricos del Palau de la Música, Santa Maria del Mar o las Tres Xemeneies de Sant Adrià de Besòs. La empresa ha sido capaz de construir su «nicho de mercado»: industrias, ciudadanos e instituciones miran primero hacia Torrente, de entre la muchedumbre de posibles proveedores, cuando buscan un pararrayos. «El secreto es la calidad, y ser serio«, sentencia el empresario.

Sobre este modelo la empresa sobrevive y evoluciona. Torrente, junto con su hermano Jordi, «no se plantean ningún cambio» en cuanto al talante del establecimiento. Ahora bien, la siguiente generación es todavía un misterio. Los hijos de los hermanos son todavía jóvenes, y la sucesión dependerá de las preferencias e intereses que muestren. Si bien reconoce que es un «problema que han tenido todos», la que sería la quinta generación de la familia al frente del negocio se ha criado lejos de los pararrayos. «Nosotros lo tuvimos claro desde el primer momento: de muy pequeños ayudábamos a nuestro padre, y esto nos ha hecho amar el negocio«, contempla. Con las nuevas generaciones, esta educación en el negocio es compleja, por una regulación del puesto de trabajo mucho más garantista: «Está bien que haya prevención de riesgos, pero no puedes ir con tu hijo a una instalación». Aun así, el directivo espera celebrar las próximas efemérides de la empresa en familia. «Cuando yo me jubile, haremos 175 años; pero, si alguien continúa, 25 años después cumpliremos 200. Es goloso», constata.

Nou comentari

Comparteix

Icona de pantalla completa