Si seguís el camino tradicional de Barcelona a la ermita de Sant Medir, encontraréis el esqueleto ruinoso de un antiguo edificio lleno de grafitis. Como mucha gente habituada a las caminatas por Collserola, la escritora Teresa Roig había pasado en varias ocasiones por esta zona. Se sentía atraída por aquella enorme estructura abandonada, que en la fachada habla de su pasado:
Película buena, remake escalofriante
‘La Ciudad de los Muchachos’ de Barcelona nace en 1951 como un «hogar de aprendizaje» para niños huérfanos y sin recursos. Lo hace en pleno franquismo, en los terrenos de la antigua masía Casa Puig, en el bosque de Collserola. Es la primera vez que este formato de asilo-orfanato estadounidense llega al Estado. El sacerdote católico Edward J. Flanagan había fundado la primera Ciudad de los Muchachos el 1917 en Omaha, Nebraska. Era un orfanato para chicos donde se desarrollaron nuevos métodos que ponían especial énfasis en la preparación social de los niños. “Se basaba en potenciar los intereses y la autogestión de los niños. Aprendían a adquirir capacidades y a salir adelante en la vida. Y a ser felices, a pesar de sus carencias”, detalla Roig en conversación con el TOT Barcelona. El éxito de la iniciativa fue tan grande que Hollywood hizo dos películas. El 1939,

El proyecto en Barcelona funcionó tan bien que otras muchas ciudades replicaron el modelo. Según Roig “originariamente, en Barcelona hubo la voluntad que la
Desatención, vejaciones y maltratos
“Durante todo el camino, Carlos suplica al padre que no los abandone. Llora tanto que ha mojado la tapicería del coche (…) En Júnior, pero, no dice nada (…) Un señor lo estira. Lo desengancha del padre, que vuelve a subir a coche, impávido. Y a él, que se ha quedado paralizado mirándolos, también lo coge por el brazo.
El centro de Collserola atendía cada curso entre 120 y 150 niños huérfanos o en riesgo de exclusión, de 7 a 11 años. Lejos del modelo originario, y siguiendo las directrices de la asistencia social del régimen franquista, sus vidas pronto se rigieron por el adoctrinamiento, la disciplina y la imposición de la autoridad. Se sintieron abandonados y desatendidos. También fueron víctimas de todo tipo de vejaciones y maltratos. “No tenían una familia que los pudiera atender, estaban abandonados, lejos de la civilización, y los adultos que se tenían que hacer cargo de ellos estaban lejos de hacerlo. Eran triplemente víctimas. En qué tipo de persona se convierte un niño que, cuando más necesita afecto y atención, solo recibe gritos, castigos y desprecios?, cuestiona Roig.

La escritora ha tenido acceso a todo este sufrimiento a través de las historias reales de unos treinta testigos que, como Carlos y Emilio, todavía sufren las consecuencias. “Me golpeó este trauma, este dolor contenido a lo largo de una vida” –explica– “En general, hay una normalización del que vivieron dentro de la institución –“noes pegaban lo normal”-, que es la manera que encuentran para sobrevivirlo; incluso hay un sentimiento de agradecimiento –“encara gracias que nos ponían un plato a mesa”-. Cada cual gestiona como buenamente puede las vivencias traumáticas que sufrieron durante su estancia, pero hay heridas que no han podido resolver. Como personas adultas, algunas son más conscientes, otros no tanto. Y otros, no quieren hablar”.
La ficción como sanación
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