Encontrar un rincón donde dejar las escasas pertenencias de que disponen y dormir a cobijo del frío y la lluvia en Barcelona ya es una tarea suficiente complicada para las personas sin techo. Pero si encima tienen que esquivar las vallas, bolardos y pinchos que las comunidades de vecinos y las empresas instalan en las entradas de los edificios y parkings, encontrar un lugar para dormir se convierte en una odisea. Es lo que se denomina arquitectura hostil y tiene como único objetivo evitar que las personas sin techo puedan hacer uso del espacio público. Entidades como la Fundació Arrels trabajan para denunciar estas prácticas, que consideran discriminadores y criminalizadoras de los sintecho.

Un grupo de estudiante de los Jesuitas de Gracia – Colegio Kostka han participado en un proyecto de Arrels que busca hacer un mapa con todos los elementos hostiles de la ciudad para denunciar la problemática, que a veces incluso las mismas administraciones públicas fomentan. Un ejemplo son los bancos con separadores o los bancos individuales que en los últimos años han inundado Barcelona. Los alumnos han recorrido el barrio buscando estos puntos oscuros y han colocado pegatinas para identificarlos. La arquitectura hostil “”no resuelve el sinhogarismo, solo lo traslada”, denuncian los jóvenes a la Agencia Catalana de Noticias (ACN).
Tratar a los sintecho como si fueran el enemigo
El presidente del Patronato Raíces Fundación y profesor de los Jesuitas de Gracia – Colegio Kotska, Josetxo Ordóñez, denuncia que los elementos de arquitectura hostil “tratan a la persona que está en la calle como si fuera un enemigo o alguien indeseable” y la “criminalizan”. Ordóñez lamenta que estas prácticas presentan las personas sin techo como alguien “peligroso o que genera inseguridad” y recuerda que, a pesar de no tener casa, no dejan de ser “vecinos y vecinas como el resto”.

La aparición de estos elementos de arquitectura hostil de un día por el otro no solo evitan que los nuevos sintecho se puedan instalar en un portal o en una entrada de un parking, sino que a menudo expulsa alguien que vivía allí, que se ve obligado a mudarse y esto hace que desaparezca del radar de las entidades y las redes vecinales que los apoyan. “Se ven abocados a pasar por una mudanza forzosa que les genera estrés y ansiedad”, comenta el responsable de Raíces. “Es como si fueran una caja o una mercancía que se puede ir moviendo”.




