Son las 11 de la mañana de un día laborable en la calle del Comte d’Urgell. A la salida del metro, en la Gran Via, casi todos cruzan el paso de peatones para pasar al lado Besòs. Se evitan parte de las molestias por las obras que comenzaron en agosto para hacer pasar la tuneladora que unirá los FGC desde la plaza de España hasta Gràcia. Los obreros trabajan con un ruido relativamente moderado, pero hay bastante polvo y unos paneles opacos de 6 metros de altura sobre un muro de hormigón convierten la acera, que se ha reducido de 5 metros de ancho a 1,80 (20 centímetros menos de lo que establece la normativa, según comprueba in situ Maite, de la Asociación de Vecinos y Vecinas de la Esquerra de l’Eixample) en una especie de túnel donde el peatón, con poca luz, debe esquivar bicicletas y patinetes, a pesar de que una señal avisa que es necesario bajarse de los vehículos para transitar por este tramo.
En el punto de intersección entre la calle d’Urgell y Consell de Cent, las obras comenzaron a finales de agosto. Se hará una salida de emergencia del túnel de la L8 y un gran agujero para la tuneladora, con un calendario que se alargará unos dos años y medio. Hasta ahora, las molestias han sido «moderadas» en cuanto al ruido, pero los vecinos denuncian que «los muros de cemento y los paneles opacos solo minimizan parcialmente el ruido en los pisos inferiores de las viviendas», pero les roban la luz solar y han provocado inseguridad: «El riesgo de ser atropellados por una bici o un patinete que no respeta la normativa es alto. Sales de casa y tienes que vigilar a derecha e izquierda porque a menudo pasan bicis y patinetes a velocidad, y si te quejas todavía te enfrentan», explica Mar Romeu, vecina del tercer piso del número 87. Su balcón está por encima de los paneles, y si ahora ya siente bastante el ruido, ya se mentaliza para vivir «un infierno» los próximos seis meses. Y es que la Generalitat ya ha comunicado que posiblemente en algunos momentos se pueda superar el límite de decibelios permitidos por ley. «Estamos pagando un peaje excesivo por una obra que no dudamos que será buena para la ciudad, pero los vecinos estamos dejados de la mano de Dios».

«El bar ha sobrevivido a una guerra, espero que también a la L8»
Si los vecinos deben asumir el coste emocional de vivir con ruido permanente, la quincena de comercios ubicados en este enclave sumarán también una factura de pérdidas económicas. De momento, no tendrán ningún tipo de compensación ni por parte de la administración competente de la obra, la Generalitat, que hace unos días confirmaba que no habrá ayudas al comercio, ni el Ayuntamiento, que no tiene previsto eximir a los comercios del pago de impuestos locales.
La factura es muy alta en el Bar Urgell 1930. A las once y media de la mañana solo hay un cliente que toma un café. Una de las propietarias, Montse Perramon, contabiliza en un par de meses una caída notable de la facturación: «En este bar hay rodajes de anuncios, y hasta ahora ya nos han rechazado dos rodajes, uno de ellos de 5 días, porque el Ayuntamiento no les da el permiso para poner los camiones para cargar y descargar materiales. Además, hemos perdido un 50% de clientela desde finales de agosto. Ya sé que las obras traen lío, ruido, polvo, inseguridad, sí, pero de verdad que no pueden ayudar a una quincena de comercios?», plantea Perramon, que admite su resignación: «Como siempre, los que mandan nos han abandonado. Solo podemos intentar sobrevivir».

De hecho, recuerda que el Bar Urgell 1930 ha sobrevivido a muchas circunstancias adversas, y confía en que esta vez también sea así: «El negocio ha resistido una guerra civil, una pandemia, un eje verde y ahora, santo volver con la L8. Nuestra abuela que se quedó aquí sola con los tres hijos para que no le quitaran el negocio durante la guerra, pero todo esto los que mandan no lo valoran, les da igual. Parece que quieran que cierre», lamenta Montse.
Unos metros más abajo, Javier está solo en la frutería. Regenta Fruites Rabaneda desde el año 1986. «Las he visto de todos los colores, pero ahora solo intento sobrevivir. Tengo un 30% menos de ventas desde que comenzaron las obras, y mi gran suerte es que las dos trabajadoras que tenía se han jubilado. Si no, ya habría cerrado. Trabajo unas 70 horas al día para poder mantener abierto, pero cada vez es peor. Ruido, polvo y un paso tan estrecho que la gente evita pasar por aquí. No nos informaron de nada, no nos ayudan económicamente y tenemos que soportar estoicamente las obras porque es un bien para todos…», reflexiona Javier, que también teme que la nueva fase de obras con mucho más ruido termine de hundir el negocio. Como Montse, encuentra injusto que «ni Ayuntamiento ni Generalitat nos ayuden, con indemnizaciones o con ayudas fiscales: «Tengo un sentimiento de desamparo brutal», reconoce.

En la misma situación se encuentra Gemma Espiga, propietaria de un estanco. Enfrente tiene el muro de hormigón y los paneles opacos, con la acera estrecha. Este estanco era punto de parada de los peatones que subían por Urgell saliendo del metro, pero ahora pasa mucha menos gente, o los que pasan lo hacen de prisa para evitar las molestias. Estos días ha comparado la facturación de octubre de 2023 y la de 2024, y ya acumula «un 20% menos». «Los clientes que son vecinos del barrio sí que vienen, pero he perdido muchos clientes que estaban de paso. La gente cambia de acera cuando sale del metro, y lo entiendo. ¿Quieres una acera de 5 metros con luz, o pasar por un túnel de 1,80 sin luz, con bicis y patinetes que te pueden atropellar? Si ya he perdido un 20%, cuando comience la tuneladora, más ruido, más temblores y polvo, será horrible», augura Gemma. Como el resto de comerciantes, admite que las obras son un bien para la ciudad, pero denuncia la injusticia que supone «asumir personalmente los daños colaterales de las obras y que la administración nos deje totalmente abandonados».

A la espera de que llegue la fase más dura de las obras, con ruidos que prometen dificultar al máximo la cotidianeidad de vecinos y comerciantes de este punto del Eixample, unos y otros comparten un desánimo general por la forma en que la Generalitat ha gestionado esta obra multimillonaria. Afrontan la situación con resignación y cruzan los dedos para que, esta vez, se cumplan los calendarios y su infierno termine cuando toca.
