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La tienda que se niega a ser una atracción turística: «Es mi casa»

Carquinyolis de Sant Quintí, sobrasada de Menorca, ratafía de l’Ermità y cajas antiguas de las galletas Birba son algunos de los productos expuestos al escaparate de Queviures Múrria, situado al número 85 de la calle de Roger de Llúria. También se pueden ver antiguos carteles de vinos de Alella, de las Bodegas J. Robert Malvasia o del Anís del Mono de Badalona, hecho por el mismo Ramon Casas. Todos ellos son prueba del largo tiempo de vida de este establecimiento originario del 1898, del mismo modo que lo son las maderas, los cajones y los armarios modernistas de su interior. “El reloj de la pared tiene 125 años. Cada semana le tengo que dar 12 vueltas para que funcione”, explica al TOT Barcelona el responsable de Queviures Múrria, Joan Múrria, quien es la tercera generación que está al frente de esta tienda del barrio de la Dreta de l’Eixample.

Todo esto es el que ha hecho que durante mucho de tiempo Queviures Múrria haya sido una atracción turística más de la ciudad para todos aquellos que querían hacer un viaje al pasado, limitándose a observar y hacer fotografías. Hace unos días Múrria dijo basta y colgó en la entrada un cartel en inglés con el mensaje: Visit justo looking (inside), 5 euros x person, thank you—Visitar por dentro por solo mirar, 5 euros por persona, gracias»— con el objetivo de parar las multitudes de turistas. Lo ha conseguido. “Desde entonces no ha entrado nadie. Varios turistas han hecho como 100 fotos desde la calle, pero ya está”, asegura sentado en una de las tablas del restaurante que hay el interior del establecimiento y que abrió el pasado mes de diciembre.

Un reclamo turístico

Para entender mejor la respuesta de Múrria es conveniente hacer otro viaje al pasado. Tal como recuerda, desde hace muchos años los turistas entraban con frecuencia al establecimiento sin pedir permiso ni saludar y, en muchas ocasiones, sin compra nada. Lo que sí que hacían era “removerlo todo”, molestar a los clientes que estaban comiendo y el personal que estaba trabajando y hacer fotos a todos ellos sin preguntar si les importaba, como si fueran los figurantes de un atrezzo modernista. “He colgado el cartel porque hay clientes que se me quejaron y porque tengo el privilegio de hacer el que quiero porque estoy en mi casa. Cuando hace años que estás en un lugar, puedes opinar y decidir y te quedas muy tranquilo”, señala. 

Desde que Pilla colgó el cartel disuasorio, no han entrado más turistas a la tienda / Jordi Play
Desde que Pilla colgó el cartel disuasorio, no han entrado más turistas a la tienda / Jordi Play

Los orígenes de este espacio histórico se remontan al 1898, cuando nació con el nombre de Colmado Purísima porque al lado ya se encontraba la Basílica Purísima Concepción. El 1943 lo compró el padre de Múrria y lo llevó hasta que murió de un infarto el 1968, momento a partir del cual se hizo cargo él. Desde entonces, no ha dejado de trabajar durante 54 años para convertir este espacio de Barcelona en un lugar mejor. Ahora tiene 73 años y ve lejos el momento de jubilarse. «Me jubilaré cuando me muera. Me gusta el que hago», señala.

Las décadas que Múrria ha pasado en este punto de la Dreta de l’Eixample lo han hecho, de alguna manera, testigo de algunos cambios sociales importantes. Uno de ellos es la irrupción de los pisos turísticos en el barrio y el consiguiente ruido que suponen. También ha presenciado como con los años el tipo de clientes ha ido evolucionando. Afirma que mientras en los setenta la mayoría pertenecía a la burguesía catalana, con los años ha ganado una mayor diversidad. Ahora no solo vienen los hijos y nietos de los clientes de los setenta, también personas de clases más populares que pueden acceder a sus productos. «Ahora hay gente de todo tipo», subraya.

El secreto para resistir

En este punto de la conversación es imposible no preguntarse cómo el establecimiento ha aguantado tantos años en el centro de Barcelona, a pocos metros de una de las grandes obras de Antoni Gaudí: la Pedrera. Aparte de tener el local de propiedad, lo cual le ha permitido esquivar las presiones inmobiliarias, Múrria dice que el secreto para resistir durante tantos años es tener un trato personal con el cliente. «Es mucho de tú a tú, muy directo, aquí existe el binomio cliente y profesional». Otra particularidad clave es ser haberse diferenciado del resto de comercios especializándose en la gastronomía de alta calidad. Sus productos estrella ayudan a hacerse una idea de cómo es esta gastronomía: quesos exclusivos, caviar del mar Caspi, sobrasada de Menorca exclusiva o conservas del restaurante Alkimia, del chef estrella Michelin Jordi Vilà, que a la vez es el chef del restaurante de Víveres Pilla. «Con todo esto, nos va de primera», celebra.

Quesos exclusivos, caviar del mar Caspio o sobrasada de Menorca, algunos de los productos estrella de Víveres Pilla / Jordi Play
Quesos exclusivos, caviar del mar Caspio o sobrasada de Menorca, algunos de los productos estrella de Víveres Pilla / Jordi Play

Todo lo que Múrria ha conseguido a lo largo de las décadas, probablemente, no habría estado posible sin la gratitud de sus clientes, todas las personas que lo han animado a seguir. «Es el mejor que he vivido entre estas paredes», subraya. La misma suerte, pero, no la tienen muchos comercios tradicionales de Barcelona, que se ven obligados a bajar las persianas para siempre por la subida de los precios de los alquileres de los locales o por la falta de relevo generacional. Tampoco les ayuda a subsistir, recalca Pilla, que sea más económico comprar en grandes superficies que en este tipo de comercios. «La cuestión principal es que los clientes no compran. Nos dan golpecitos a las espaldas mientras nos dicen que es muy bonito lo que hacemos y que no pueden cerrar. Pero necesitamos que compren», insiste sobre una realidad que le hace presagiar un mal pronóstico sobre el futuro del comercio tradicional. «Acabará desapareciendo. Ya está», lamenta.

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