El álbum familiar de Gabriel Picart tiene una peculiaridad única. Basta con colocar las diferentes fotografías repartidas sobre una mesa para darse cuenta de que hay un elemento común en la mayoría de ellas: fueron hechas en el Park Güell. Esta característica intrínseca de las instantáneas no es fútil, sino que explica la relación especial que su familia estableció con la obra emblemática proyectada por Antoni Gaudí. Durante más de 40 años, Filomena Aguilà (1913-1995), la abuela de Picart, fue la portera o conserje del recinto. No solo se encargaba cada día de abrir y cerrar las puertas, recoger las cartas o vigilar que no hubiese ninguna incidencia, sino que también vivió allí durante ese tiempo, en una de las dos edificaciones que flanquean la entrada principal, y regentó el primer bar que se abrió dentro del conjunto patrimonial.
«En aquella época no era como ahora. Había muchos barceloneses que aún no conocían el Park Güell y aquí venía sobre todo la gente del barrio. Durante muchos años, ella fue de alguna manera la reina«, señala Picart en declaraciones al TOT Barcelona. Su nombre, sin embargo, no figura en los libros de historia. Tampoco en ninguna placa conmemorativa colocada en alguna de las paredes del recinto. Nada de nada. Su trayectoria como guardiana del legado de Gaudí ha quedado borrada por el paso del tiempo y solo pervive en la memoria de aquellos vecinos de toda la vida, que recuerdan con nostalgia un pasado modesto del conjunto arquitectónico que poco tiene que ver con el éxito de masas en el que se ha convertido en las últimas décadas, una tendencia que desde los Juegos Olímpicos de 1992 ha ido imparablemente en alza hasta alcanzar los 4,4 millones de visitantes en el año 2023.

Una propuesta peculiar
El vínculo de Aguilà con la obra de Gaudí se remonta casi un siglo. Nacida en el seno de una familia de Gràcia e hija de un ebanista, esta mujer perdió a su madre con solo ocho años y tuvo que ponerse a trabajar desde muy joven vendiendo cacahuetes, horchata y helados de la distribuidora Helva. Lo hacía a través de puestecitos itinerantes que colocaban en la calle para las fiestas de Gràcia o en otros puntos del barrio. Uno de estos lugares era el Park Güell, donde trabajaba de conserje un buen amigo de su padre, Alfons Saumell. Para que no tuviera que cargar el material y los productos de un lado a otro, el portero del recinto modernista le dejaba guardar lo que necesitara en su casa, el magnífico edificio de piedra y cenefas blancas construido entre 1901 y 1903 que se encuentra al entrar al recinto a la derecha. De aquella primera época, la mujer recordaba haber visto varias veces a Gaudí bajando de la que fue su residencia durante casi dos décadas, ubicada en la parte alta del parque, con su característica gabardina y calzado con unas alpargatas.

El estallido de la Guerra Civil afectó tanto la vida de esta familia barcelonesa como la de tantas otras. Aguilà perdió un hermano como parte de la llamada Leva del Biberón, las tropas de jóvenes movilizadas por el bando republicano en la fase final del conflicto que combatieron en el frente de Aragón y la batalla del Ebro. Las duras condiciones de la posguerra y un accidente laboral que sufrió su marido la llevaron a compaginar el trabajo en los puestos con la limpieza de ropa durante las noches para poder salir adelante y alimentar a sus tres hijas. Consiguieron salir adelante y alrededor de los años cincuenta llegó a sus manos la oferta que cambiaría para siempre su vida y la de los suyos. Saumell tenía problemas de movilidad -le habían amputado una pierna- y necesitaba ayuda con la vigilancia y las tareas del Park Güell, así que le propuso a la mujer que se mudara con su familia a la casa del vigilante. Dicho y hecho. El matrimonio se instaló a vivir con el hasta entonces conserje, que también hacía las funciones de vendedor de postales para ganarse unas pesetas extra. «El hombre se quedó viviendo en una habitación pequeñísima y se desplazaba a todas partes con una especie de carraca que hacía funcionar con las manos. No tenía a nadie, así que se convirtió en parte de la familia», explica Picart, mostrando una fotografía de Saumell acudiendo en coche a la boda de sus padres.

Así fue como la mujer acabó convirtiéndose en la portera oficiosa, que aún no oficial, del recinto, que también pasó a ser su hogar. Compaginaba estas tareas con el puesto que mantenía en el parque, que poco a poco se fue transformando en el primer negocio de restauración del conjunto modernista. Este quiosco primigenio acabaría evolucionando en un bar, que inicialmente estaba ubicado junto a los baños y que luego se trasladaría a su emplazamiento actual, donde la familia lo gestionaría en concesión municipal durante décadas. También obtuvieron permiso para colocar una pequeña guingueta los domingos en la plaza de la Natura. Casi toda la vida familiar tenía lugar en este lugar privilegiado, incluidas las primeras andaduras de Picart. Sus padres se habían instalado en la casa del conserje durante una temporada después de casarse y mientras ahorraban para un piso. Muchas de las fotografías que conserva de cuando era pequeño son en este recinto, ya fuera paseando en un cochecito de la mano de su abuela -una estampa que protagonizó una de las postales más reproducidas del Park Güell, cortesía del reputado Archivo Zerkowitz- o jugando con los primos entre las columnas.

Retazos de una vida en el Park Güell
De su infancia entre las cuatro paredes del conjunto proyectado por Gaudí, el nieto de la portera conserva múltiples anécdotas. Como su abuela siempre tenía preparada una muda por si algún niño de excursión escolar caía en la fuente, los partidos de fútbol bajo la llamada rotonda con un camarero gallego del bar, una sesión de fotos con la cantante Marisol, las verbenas de San Juan en el recinto, el rodaje de la película El Castillo de Fu Manchú con Christopher Lee o cómo tuvo que dar el aviso de alerta cuando un operario que trabajaba en la remodelación de la entrada principal del conjunto -que originalmente era de madera- se perforó la clavícula con uno de los forjados puntiagudos que aún se conservan hoy día. «Mi madre trabajaba en la plaza, en el Mercado de Sant Gervasi, y me dejaba cada día a las siete de la mañana con mi abuela porque a las nueve tenía que entrar en la escuela del parque, que antes se llamaba Primo de Rivera. Teníamos una relación muy particular. Yo era el nieto mayor, llevaba el nombre de su marido… Para mí fue como una segunda madre», asegura Picart.

La vinculación familiar con el Park Güell se acentuó aún más a partir de los setenta, cuando el padre de Picart -que trabajaba como agente de la Guardia Urbana- alquiló por unas 800 pesetas al mes la Casa de la Cruz, la otra gran construcción que flanquea la entrada del conjunto, que hasta entonces había sido residencia de otro policía barcelonés. «En aquella época, el Ayuntamiento alquilaba en precario estas construcciones a funcionarios para evitar que se deteriorasen. Allí guardábamos cosas del bar y, en la parte de arriba, tuve mi primer estudio de pintura con solo 17 años, en la misma habitación en la que lo tenía Gaudí», afirma el hombre, que después de estos inicios prosiguió una carrera primero como ilustrador y luego como artista figurativo. Durante este tiempo, el cargo oficioso que había ocupado su abuela hasta entonces se acabó de hacer oficial con la muerte de Saumell. Así fue prácticamente hasta finales de los ochenta, cuando Aguilà ya tenía una edad y la familia optó por trasladarla a otro piso que tenían cerca.

La portera sin nombre
El negocio de restauración del parque continuó en manos de las hijas de la portera unos cuantos años más y, a pesar de que tuvieron que entregar al consistorio la Casa de la Cruz a mediados de los ochenta, la familia mantuvo la custodia del domicilio del conserje hasta bien entrados los noventa. Esto les permitió ver el gran cambio que supuso tanto para la ciudad como para el recinto en cuestión la celebración de los Juegos Olímpicos de 1992. «Fue una bomba porque puso a Barcelona y al Park Güell en el mapa. Mi abuela había llegado a tener problemas durante el invierno para pagar los sueldos de los trabajadores del bar porque esto estaba vacío. Antes los clientes eran mayoritariamente gente del barrio, no turistas. Por eso muchos vecinos tienen ahora este sentimiento de paraíso perdido», reflexiona Picart, que hoy en día continúa viviendo en uno de los edificios ubicados justo frente a la puerta principal del conjunto y que ha visto de primera mano los efectos de la masificación de este.

El nieto de la portera fue el último inquilino de la casa del vigilante antes de que el Ayuntamiento la reclamara para iniciar un proceso de restauración en 1996. Ubicó allí durante un tiempo su estudio, en una de las plantas superiores. Cuando las obras de rehabilitación culminaron tres años después con el edificio convertido en un centro de reinterpretación del parque, el consistorio organizó un acto al que se invitó a varios familiares de Saumell, reconociendo su labor como conserje del conjunto. Durante aquella reinauguración del espacio, no se habló ni se hizo mención alguna a Aguilà, que había fallecido solo unos meses antes. «No nos invitaron», espeta Picart. La familia sí que habló con el Museo de Historia de Barcelona (MUHBA) para explicar la historia de la mujer, pero su nombre continúa sin figurar en ningún lado y su rastro ha sido completamente borrado de la trayectoria del recinto. «Durante 40 años fue la portera del parque. Gracias a unas fotografías antiguas que encontró tiradas en un rincón pudieron reformar la fuente principal para devolverle su aspecto original, también localizó por casualidad unos planos originales de Gaudí… Pasó toda una vida aquí entre la portería y el puesto y no se le ha hecho justicia», lamenta su nieto, que se encarga de mantener vivo el recuerdo de la abuela a la espera de un reconocimiento que parece desvanecerse aún más con cada año que pasa.
