La película del 47 ha situado Torre Baró en el mapa. Un barrio con mucho orgullo, dicen los mismos vecinos, que ahora ven cómo se les reconoce un legado de luchas vecinales constantes. Según cómo preguntes, el film despierta sentimientos opuestos, una mezcla entre amor propio, dignidad y agotamiento por un torbellino poco habitual en la zona. Ahora todos los miran, todos los aplauden, los reconocen. Se cuenta con ellos, al menos, para hablar del activista Manolo Vital y del pasado, no tanto del presente. El casting de la película reunió a doscientas personas cerca de la parroquia de Santa Bernardeta, síntoma de la importancia de un film que despertó un Torre Baró «adormecido». El TOT Barcelona visita una veintena de vecinos que preparan las luces de Navidad, que este año recrearán escenas de la película. Un momento perfecto para cerrar un año «muy diferente» que «nos ha traído cosas muy buenas». En el fondo, no deja de ser un deseo de continuidad, porque el vecindario más movilizado avisa que el temperamento luchador que dibuja el 47 cuesta de ver en el Torre Baró actual.

La anécdota que explica la presidenta de la Asociación de Vecinos, Valeria Ortiz, ejemplifica la importancia de la película: «Para la fiesta mayor, Torre Baró siempre hemos hecho pregones reivindicativos, pero este año nos centramos en las cosas buenas que nos han pasado, todo lo que ha rodeado la película del 47 y también la reapertura del centro abierto, que realiza una tarea imprescindible con los jóvenes del barrio, pero había cerrado por la pandemia». En el barrio confían que el film sea solo la chispa de una nueva etapa. De momento, el alcalde Jaume Collboni ya los ha visitado y les ha prometido un «estudio» para soterrar el cableado eléctrico, el gran dolor de cabeza actual del vecindario. «Cada dos por tres, cuando llueve, se nos va el alumbrado público», explica Ortiz, que reprocha, eso sí, que nadie les avisara de la visita institucional «hasta solo tres días antes». Sea como sea, hay que aprovechar el momento, aunque, ciertamente, la sensación es que el impacto del film se nota más fuera que dentro de la montaña.

Una decena de vecinos reciben al TOT en la preparación de Navidad | Gabriel González

La nueva lucha, a trompicones

Torre Baró destaca por sus fuertes pendientes, que crean una bienvenida pírrica para quien visita la zona, sobre todo la primera vez. Las casas no ocultan ser del siglo pasado, pero destacan, en medio de la naturaleza, con jardines y terrazas genuinas. En otras circunstancias, serían carne de gentrificación, pero en Torre Baró no hay ningún comercio, ninguna panadería, ni siquiera un bar. Una anomalía para un barrio que no deja de ser Barcelona. La Montse vive en la parte alta, cerca del castillo. «Si en general no hay nada, allá arriba aún menos», explica. «Cuando salíamos a pasear con mi madre, ella ya sabía qué recorrido debía hacer, porque en no sé qué puerta, de no sé qué vecina, podía sentarse en una piedra… –¿En una especie de banco?– …no, ¡qué va! No hay ni bancos». La vecina recuerda que vive «mucha gente mayor» que no tiene «ningún equipamiento» adonde ir; un problema, sobre todo en invierno, que deja a muchos vecinos encerrados en casa.

Motivos para la lucha siguen habiendo, pero el espíritu que se respira no es el que aparece en la película. «Ya no quedan tantos Manolos Vital», comenta Montse, que cree ahora que van «a trompicones». «A veces sí que hemos salido en masa, cuando hay temas grandes, como cuando nos quedamos sin luz en las casas de arriba porque resulta, no te lo pierdas, que el generador de la calle era demasiado pequeño. Pero en general no estamos tan movilizados», admite la vecina. Una opinión compartida con la Gregoria García, que años atrás había liderado la asociación de vecinos. «En los 70 o 90, el barrio era una exquisitez. Las asambleas se llenaban, no cabíamos todos y las teníamos que hacer en la calle», explica. Y como pasa en la película, «nos peleábamos». Nada que ver con ahora, que cuesta arrastrar a los vecinos hacia la asociación. «Mucha gente se ha hecho mayor y los hijos se han ido del barrio. Y los nuevos no tienen miras de barrio porque ahora tampoco somos ricos, pero no es aquello de antes. Cuando vinimos no teníamos ni alcantarillado ni agua», argumenta la vecina. En líneas generales, todos coinciden en que la gente de ahora no ha vivido «las penurias» que aparecen en la película y, por tanto, se han «acomodado».

Eduard Fernández, que interpreta a Manolo Vital en ‘El 47’, en un momento de la película | ACN | Lucía Faraig

Solo siete vecinos en la asociación

Desde la Asociación de Vecinos, Valeria Ortiz matiza muy poco lo que opina el resto de vecinos. La presidenta dice que falta «proyección» y que intentan llegar «de todas las maneras». En todo caso, la realidad es contundente: solo hay 9 personas en la asociación y solo participan 7 de forma habitual, la mitad de los cuales, de una misma familia. «La realidad social es muy diferente de la que aparece en la película. Antes las mujeres se quedaban en casa, ahora todas trabajamos. La gente vuelve cansada del trabajo, y el voluntariado requiere compromiso y esfuerzo», explica la vecina. «Supongo que siempre ha costado, dicen que antes iban llamando casa por casa. La verdad es que nosotros aprovechamos mucho las redes, sobre todo gracias a los jóvenes, que no es verdad que se impliquen menos, lo hacen desde su zona de confort, que son las redes. Aun así, en Torre Baró todavía seguimos pegando carteles sobre las reuniones», apunta Ortiz. También hay otro factor que explica esta nueva era. La presidenta cree que la lucha se ha «individualizado», que el vecindario ya no lucha «de forma colectiva, como barrio», sino que se moviliza «cuando pasa algo en su calle».

Una imagen de archivo de Torre Baró con el Castillo de Torre Baró de fondo / Jordi Play
Torre Baró, con el Castillo de fondo / Jordi Play

A pesar de los nuevos tiempos, Torre Baró tiene muy presente cómo se debe luchar. En un momento de la película, cuando subidos en un autobús, camino a Sant Jaume, Felipin recrimina a Vital que esté dormido, el protagonista le recuerda «que yo corté la Meridiana». «Es un clásico, aquí en Torre Baró», exclama Ortiz. Un clásico también adormecido. «Siempre que nos hemos tenido que movilizar hemos salido a cortarla, pero la última vez, ¿qué fuimos, veinte personas? No es lo que era antes». El barrio ha cambiado y la música de ahora no suena con la épica de aquella lucha de la Barcelona preolímpica. Ahora bien, los vecinos creen que hay algo nuevo que augura épocas mejores. El Pla de Barris ha impulsado algunas actividades comunitarias –las luces de Navidad, el Centro Abierto para jóvenes o espacios de reunión de gente mayor– que están «despertando» al pueblo. Al menos, esta es la impresión de Ortiz. «Nos ha sorprendido la acogida que han tenido este año actividades como Halloween o la fiesta mayor porque ha salido mucha gente de casa. Y ahora con las luces vuelve a ser lo mismo, somos más de veinte personas preparándolas», detalla la presidenta. Es quién sabe si la nueva chispa de un nuevo espíritu luchador.

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